Hay quien lleva toda la vida acogiendo y quien desde hace solo unos meses se encuentra enredado en el laberinto de los procedimientos de acogida propios del sistema italiano. Hay quien con entusiasmo organiza recogidas de ropa, ofrece su casa, ofrece cursos de italiano para extranjeros, y quien se halla dubitativo ante la ocasión de dejarse implicar o no.
El desafío de la Red Refugiados, como su propio nombre indica, consiste en crear redes: generar las condiciones para que los que han hecho de la acogida un trabajo se puedan encontrar con aquellos que solo desean colaborar y mezclarse con las historias y caminos de los que llegan en barcazas desde África o los que recorren el largo via crucis balcánico.
Animados por el llamamiento del Papa Francisco, varias entidades como Familias para la Acogida, el Banco Farmacéutico, AVSI y representantes de la sociedad civil italiana se reunieron en una serie de mesas de trabajo para conocer la realidad territorial y sensibilizar a la población sobre este tema. Las preocupaciones fundamentales eran dos: por un lado, que todos los esfuerzos tiendan a sostener el sistema institucional y a los agentes implicados con ellos; por otro que, lejos de un espíritu de tercermundismo exasperado, esta propuesta pueda ser ocasión para cada uno de medirse con el cambio de época que estamos viviendo.
En estos meses nos hemos acostumbrado a oír hablar de los que llegan, ¿pero quiénes somos los que acogemos? ¿Cómo nos ponemos delante de gente tan distinta a nosotros? Las dificultades cotidianas que se encuentran los que se implican con un fenómeno así sacan a la luz preguntas acuciantes. En la confrontación, se hace evidente que el desafío de la acogida comporta en primer lugar para cada uno la disponibilidad para emprender un camino personal y humano, donde el encuentro con el otro puede suponer un tesoro precioso.
La impresión que ha causado el encuentro con tanta gente que ahora se llama "amigos", por toda Italia, es la de un pueblo en movimiento, que en silencio y lejos de los focos actúa con creatividad y generosidad para responder a las necesidades de los mendigos que llegan de ultramar. La implicación llega de iniciativas caritativas muy concretas, como los que enseñan italiano algunas horas al mes o los que realizan proyectos más estructurados, colaborando con empresas y entidades del tercer sector para la inserción laboral de los inmigrantes.
Las exigencias de las entidades de acogida, como se puede imaginar, son muchísimas y el tiempo que ofrecen los voluntarios nunca es suficiente, pero llama la atención que la necesidad más extendida es la de que se generen, mediante las actividades propuestas, relaciones entre los que llegan y los que viven en el territorio de llegada. Para que el tiempo que pasen entre nosotros no sea una vida "subrogada" sino que puedan recuperar una dimensión totalmente humana del vivir. Por eso hace falta una red de relaciones que con el tiempo, tal vez, podrá llegar a llamarse amistad, y que resulta mucho más eficaz que cualquier estrategia de integración.
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