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«¿Qué será de esta gente?»

29/02/2016
La ''jungla'' de Calais.
La ''jungla'' de Calais.

El tribunal de Lille, al norte de Francia, ha aprobado la orden de desmantelar la "jungla", así llaman todos al campo de refugiados de Calais, donde los inmigrantes esperaban la ocasión propicia para embarcarse de algún modo hacia Gran Bretaña. Cuatro mil personas, probablemente más, esperaban allí. Hace unos días un grupo de jóvenes acompañados de algunos adultos, procedentes de Londres, se acercaron a esta ciudad de la costa francesa. Esto es lo que escribieron algunos de ellos a su regreso.

No había seguido todas las novedades informativas sobre la crisis de refugiados, así que no tenía ninguna idea de lo que iba a encontrarme, sencillamente iba abierto a afrontar la situación, tal como fuera, disponible para acompañarles en la medida de mis posibilidades.
Cuando eché el primer vistazo a esa enorme "jungla" de ese campo de refugiados, con todos sus graffiti, el barro, la desolación, me dispuse a esperar lo peor que pudiera imaginar. Empecé a sentirme ligeramente aterrorizado ante la idea de entrar en un campo llego de gente al borde de la desesperación, que lo había arriesgado todo con tal de llegar a Inglaterra. Pero seguía estando abierto a la realidad, así que seguí los pasos de Pepe y Anna, que nos guiaban y que ya habían estado allí.
Al contrario de lo que pensaba, enseguida me di cuenta de que no había ningún motivo para tener miedo. De hecho, todos los habitantes del campo eran totalmente acogedores, amables y muy humanos, muy lejos de la típica figura del refugiado que reflejan los medios de comunicación. Eso fue lo primero que me llamó la atención: el hecho de que aquella gente era exactamente igual que nosotros, buscaban la mejor manera de utilizar el tiempo que pasaban en aquel lugar. De hecho, en un pequeño restaurante improvisado donde comimos había un cartel que decía: "Nosotros no somos peligrosos... Estamos en peligro".
Al ver su acogida empecé a sentirme realmente seguro, incluso más seguro que en otros lugares públicos de Londres, como si esta gente ya nos hubiera aceptado dentro de su comunidad. Una comunidad que se veía fraterna y solidaria, probablemente uno de los pocos lugares del mundo donde musulmanes, hindúes, cristianos y judíos viven totalmente en paz en una situación de convivencia estrecha.
Cuando le preguntamos a un refugiado de Sudán, llamado Sadiq, si era cristiano, nos respondió que eso daba igual, para él todos eran iguales y pensaba que todos creían en el mismo Dios. Lo que realmente me sorprende es la impresión de que todos ellos, compartiendo la misma realidad, parecían abrazarla juntos. Se veía también en algunos de los graffiti. En una de las tiendas hechas de harapos había uno que decía: "juntos somos fuertes"; y otro: "verdad, amor y unidad". Es increíble. No teniendo otras distracciones, ellos pueden ver la verdad más claramente, es decir, lo que es verdaderamente importante, y ayudarse recíprocamente, y gritar al mundo la verdad.
Naturalmente, no todo eran pensamientos positivos. Muchos de ellos llevaban allí de tres a cinco meses, lo que significa tres o cinco meses sin darse una ducha en condiciones. Cinco meses con la misma ropa, cinco meses sin tener la certeza de poder entrar en Reino Unido. No hay asistencia médica adecuada, pero lo peor de todo es vivir en una jungla de seis mil personas privadas de toda ayuda gubernamental. Todo lo que tienen son limosnas. Esta gente es realmente valiente por el hecho de poder vivir feliz y esperanzada en medio de una situación así.
Me hubiera gustado ayudarlos a todos, pero lo poco que podía hacer al pasar entre la multitud era donarles una gran sonrisa, intentar mostrarles que no todos les hemos olvidado, ¿pero cómo pueden pasar unos cuantos sacos de patatas para ayudar a seis mil personas, de las que al menos 300 son niños indefensos sin un hogar? Cuando les echen, ¿qué será de ellos?
John Paul

En el Eurotúnel, camino de vuelta después de la visita al campo de refugiados, mi cabeza aún no había procesado del todo lo que acababa de ver. Esa gente, esas estructuras a las que llaman casas, esas experiencias que compartieron conmigo, todo eso es real. Muy real. Resulta difícil de comprender, porque la trepidación de la situación en que te encuentras no te permite captarla hasta el fondo hasta que no tienes tiempo para mirar atrás y reflexionar. Reflexionar sobre lo que has visto y oído. Cada persona que veíamos no dejaba nunca de sonreírnos o saludarnos con un «¡Hola!», o un «¡Bienvenidos!». Era algo realmente difícil de comprender. Después de tanto sufrimiento, lejos de sus casas, obligados a abandonar su vida de todos los días para acabar en una situación tan trágica y desesperada, ¿cómo podrían acogernos así? Eran mucho más hospitalarios que cualquiera de los que te puedes encontrar en tu vida cotidiana.
Durante toda esa jornada en la "jungla", tuvimos ocasión de hablar con muchas personas distintas, y todos nos contaron su experiencia abiertamente. Pero hubo una historia que me impresionó más que las demás. Es la historia de un joven llamado Sadiq. Nos contó cómo llegó aquí desde Sudán después de un largo viaje, y Calais no era el primer campo donde encontró refugio. La "jungla" era el sexto campo en que había vivido, y a cada uno de ellos había llegado siempre a pie. ¡A pie! Cientos y cientos de kilómetros. Sadiq nos explicó que cuando dice a la gente que viene de Sudán, nadie se da cuenta verdaderamente de la grave situación que se vive allí. «Todos se preocupan por Siria, Iraq y Afganistán, pero no saben nada de las atrocidades que suceden en mi país», decía. Nos enseñó una imagen que mostraba las condiciones en que se vive en Sudán. Una foto donde se le veía encadenado por los tobillos. Las autoridades del gobierno le habían condenado y de alguna manera consiguió escapar y allí estaba, en Calais.
La hospitalidad de todos en el campo era algo increíble. Cada vez que pasábamos delante de un restaurante improvisado o de un taller destartalado, todos los que estaban dentro gritaban: «¡Hola! ¡Bienvenidos, pasad!». Insisto: aunque las condiciones en que viven son desesperadas y sinceramente desagradables, es una comunidad llena de coraje, que nunca ha perdido el sentido de la acogida. Cuando hablo así de este campo, a lo mejor da la sensación de que los refugiados se encuentran en una situación positiva y, creedme, no es así. El hecho de que esta gente parezca tan feliz exteriormente, a pesar de su situación, me ha dejado una gran preocupación sobre lo que realmente pueda suceder dentro de su cabeza. ¿Realmente están bien? Esa sonrisa que muestra su rostro, ¿está también en su corazón? ¿O acaso esas sonrisas que nos dirigen solo son sonrisas impávidas, simplemente una forma de reaccionar ante las atrocidades que están viviendo? Es simplemente imposible imaginar las condiciones en que vive esta gente si no las ves con tus propios ojos. Solo viendo todo esto en vivo, delante de mí, he entendido realmente lo desesperado de su situación. Ver a estas personas que sufren, privadas de todos los servicios esenciales que yo normalmente doy por descontados en mi vida, genera en mí un deseo desesperado de ayudarles. Desde desesperadamente poder volver para verlos uno por uno, hablar con ellos, escucharles, ofrecerles algún tipo de consuelo. Sé que no es posible, pero es una necesidad increíblemente fuerte que he empezado a sentir dentro de mí.
Martha

En un lapso de tiempo relativamente breve, desde la última visita, casi había olvidado el calor y la apertura de los refugiados de este campo. Sus sonrisas. Sigue la suciedad y sigue el barro, mucho barro. Me ha alegrado ver que la preciosa iglesia sigue en pie, ¿por cuánto tiempo? Se veía con claridad que últimamente las autoridades francesas están intentando desmantelar el campo, pedazo a pedazo, dejando solo los fríos y asépticos prefabricados que parecen celdas, como único refugio para los que viven allí. Monótonas filas de grandes cajas de metal blanco. ¿Qué será de ellos? Esta vez en el campo reinaba la calma, nada de policía antidisturbios armada con gases lacrimógenos, como la otra vez. Me pregunto cuántos días estará así si finalmente se aprueba el desmantelamiento que está previsto. Rezo para que no sea así. Me siento sencillamente impotente, desesperada y enfadada porque estos pobres seres humanos no tienen un lugar adonde ir, y no dejo de preguntarme qué será de ellos.
Anna


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