En este momento dramático, de gran confusión, donde no se consigue identificar una vía de salida para resolver la gravísima crisis política e institucional que nuestro país está viviendo y que inevitablemente agrava una crisis económica cada vez más profunda, es fácil sorprenderse llenos de preocupación, rabia, desilusión, buscando algo o alguien a quien echarle le culpa. Nos sorprendemos buscando multitud de caminos en busca de un poco de paz y serenidad.
La falta de trabajo, la creciente inflación, la ausencia de perspectivas a corto plazo para salir de esta coyuntura económica negativa nos preocupan mucho y todos debemos buscar medidas para vivir dando paz y estabilidad a nuestras familias.
Sin embargo, al ver lo que está pasando, no solo en Brasil, nos vemos solicitados a ensanchar el horizonte. La crisis económica es un fenómeno global que afecta a muchísimos países y el terrorismo, especialmente el perpetrado por el fundamentalismo islámico, está sacudiendo el mundo generando angustia y miedo.
Estamos viviendo un momento histórico donde lo que está en crisis es lo humano.
El efecto más devastador de esta crisis no está en nuestros bolsillos ni en nuestra cuenta bancaria. Claramente, tendremos que afrontar las consecuencias, pero el efecto principal se da en nuestro propio yo. Porque cuando uno pierde la conciencia de quién es, la nada avanza y con ella el miedo.
Debemos estar atentos porque esta situación nos puede hacer perder de vista fácilmente el origen del problema, que en última instancia es la pérdida de conciencia del yo, y por tanto del nosotros.
Siempre donde hay una mirada atenta al hombre, en todos sus aspectos, más allá de las necesidades básicas, como el trabajo, la comida y la salud, siempre habrá una preocupación constante por educar. Que no es solo transmitir nociones sino ayudar a tomar conciencia de la realidad en su totalidad. Hoy, como en cualquier momento de la historia, necesitamos volver a tomar conciencia de ese punto de la realidad que soy yo. Qué es el yo, la persona, y por tanto quiénes somos nosotros. Qué es un pueblo.
Sin conciencia de qué es el yo, no existe un pueblo, y sin conciencia de qué es un pueblo no habrá un verdadero amor al bien común. Por tanto, sin amor al bien común no existe política sino solo cálculo en busca de consenso para obtener espacios de poder y un bienestar personal o de grupo.
Hay un influjo que siempre intenta impedir esta toma de conciencia, que siempre debe suceder como novedad, como un proceso nunca concluido.
Este influjo externo, este “mundo”, ¿qué es? Es lo que Pasolini llamaba el poder, que no permanece externo a nosotros sino al contrario, nos penetra tan profundamente que nos hacemos extraños a nosotros mismos. Así actúa el poder sobre el yo: «La mentalidad común, creada por los mass-media y por toda la trama de instrumentos que tiene el poder –que se van intensificando cada vez más, hasta hacer decir a Juan Pablo II que el peligro de la época que estamos viviendo es la abolición del hombre por parte del poder–, altera el sentido de uno mismo, el sentimiento de sí, más concretamente, atrofia el sentido religioso, atrofia el corazón, mejor aún, lo anestesia totalmente (una anestesia que puede convertirse en coma, pero es una anestesia)» (L. Giussani, L'io rinasce in un incontro).
En esta situación, la Iglesia es ejemplo de atención a esta característica especial y única del hombre: el propio yo, la dignidad de la persona. La Iglesia como testimonio de vida.
Como contribución para ayudar a retomar conciencia de quiénes somos y qué necesitamos, reproponemos estos puntos de la Evangelii Gaudium:
221. Para avanzar en esta construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, hay cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social. (…) A la luz de ellos, quiero proponer ahora estos cuatro principios que orientan específicamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común.
El tiempo es superior al espacio
223. Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. (…) Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. (…) Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno.
224. A veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana.
La unidad prevalece sobre el conflicto
226. El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad.
227. Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso.
La realidad es más importante que la idea
231. Existe también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea.
232. La idea —las elaboraciones conceptuales— está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento.
El todo es superior a la parte
234. Entre la globalización y la localización también se produce una tensión. Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra.
235. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo.
Este momento dramática y de gran confusión que estamos viviendo es la oportunidad para hacernos ciertas preguntas tomando seriamente en consideración el grito que llevamos en el corazón. El punto de vista de la fe ofrece una inteligencia sobre la realidad y un movimiento positivo delante de todo. Por eso, los problemas y dificultades son oportunidades y no obstáculos para el camino de un yo no reducido en sus necesidades fundamentales.
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