Este fin de semana por fin podía irme a París para estar con mis amigos del CLU. Cuando pienso que la ocasión será perfecta para descansar tanto el cuerpo como la mente después de dos semanas de exámenes, me doy cuenta rápidamente de hasta qué punto me equivoco.
El fin de semana empieza tranquilamente, riendo, bromeando y jugando. Pero rápidamente nos invade la realidad mediante un sms: «Tiroteos en París». Un mensaje al que siguen decenas. Empiezan las llamadas, las informaciones enviadas por teléfono. El estado de confusión es total. Cuesta entender qué está pasando, resulta muy difícil creerlo. Encendemos la televisión, vemos los informativos, pero las imágenes no importan: queremos saber qué está pasando, sí, pero hay algo más. Dentro de mí salta un grito ensordecedor: «Por qué?». Ante todo este lío, ante la masacre, emerge con fuerza mi urgencia de pertenecer. Necesito sentir que yo tengo otra cosa. Necesito entender cómo puedo estar ante esta realidad que me es dada ahora, en este momento en que mi prioridad era descansar. De una cosa estoy segura, que estos hechos me son dados para mirar ahora, justo ahora que pensaba que empezaría a estar tranquila. Nace en mí otra pregunta: «Pero Tú, Señor, ¿qué me estás pidiendo con todo esto?».
Decido que he venido a estudiar con mis amigos, y así lo haré. Quiero estudiar, pero no para hacer y pensar otra cosa. Necesito estar ante el estudio con los ojos puestos en esta realidad tan dura que ahora tenemos que afrontar. Todo cambia. El ambiente es distinto, y seguramente está muy lejos de esa ligereza que esperaba cuando vine.
Sorprendo en mí la necesidad de rezar, porque en mi pequeñez no puedo hacer nada. No lo entiendo, me encuentro desarmada, pero sé que solo pidiéndote a ti, Señor, puedo abrir mi corazón ante estos hechos. La torpeza que siento dentro de mí solo Tú puedes acogerla. Señor, ayúdame a entender, ayúdame a sentirme tuya en medio de todo esto, de la duda y de la incomprensión.
Amigos, recemos por las víctimas, por las familias de las víctimas, por las personas que han quedado traumatizadas. Por los jefes de Estado, para que tomen las decisiones adecuadas. Por todos aquellos que se sienten desarmados y que en este momento tienen una gran necesidad de pertenencia. Pero también por quien siembra todo este mal, que el Señor entre en sus vidas y les ayude a cambiar de camino.
Maddalena, París
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