No tengo problemas para viajar, me gusta mucho cambiar y no me asusta para nada, de hecho me fascina, ir a vivir a otros países. Así que ir a un lugar totalmente desconocido me atraía, aunque estuviéramos hablando de Jerusalén... Al menos eso creía.
Las primeras tres semanas fueron fantásticas. Encantado de estar en el lugar donde nació y vivió Jesús (vivo a trescientos metros del Santo Sepulcro), me parecía estar de vacaciones. Aunque me rondaba la pregunta sobre qué estaba haciendo aquí, a la que intentaba responder lanzándome a todo, incluido el trabajo, con gran curiosidad, convencido de que terminaría por entenderlo.
Por aquí pasa muchísima gente distinta e interesante. Entre los voluntarios hay de todo, desde los religiosos más fervientes a los ateos más particulares. Pero lo más interesante es que hay algo que les atrae aquí a Tierra Santa, eso es evidente. Muchos vienen aquí buscándose a sí mismos, y eso me ha hecho intuir que el hecho de que yo estuviera aquí, en este momento de mi vida, no era una casualidad.
Lo que ha pasado estas semanas es ya todo un descubrimiento. Un episodio en concreto me ha permitido volver a tomar conciencia de mí mismo. Las tensiones ya eran considerables entre israelíes y palestinos, pero el lado de la Ciudad Vieja donde yo vivo, el barrio cristiano, está bastante aislado del resto. A veces corres el riesgo de vivir una vida paralela. Oyes las sirenas, los enfrentamientos, los helicópteros, pero no llegas a ver lo que sucede. Normalmente no te enteras de lo que pasa hasta que lees la prensa. De todas formas, una noche salí a tomar una cerveza con unos voluntarios al oeste de Jerusalén, una zona totalmente aislada. Mientras estábamos bebiendo, tuvo lugar el primer episodio de enfrentamientos. Un amigo de aquí nos mandó varios mensajes: «¿Estáis fuera? ¿Hay mucho jaleo?», porque mientras tanto habían cerrado varias puertas de la Ciudad Vieja y la tensión aumentaba. Pero nosotros no nos enteramos de nada.
Al día siguiente me enteré de que habían disparado a un joven después de que este hubiera apuñalado a dos judíos. Entonces me di cuenta de que mi "estar aquí" tenía que estar relacionado forzosamente con aquel episodio. Los días siguientes fueron una violencia continua: un permanente y desquiciante ruido de sirenas, disparos, helicópteros, de la noche a la mañana. Tanto que resultaba extraño no oír nada.
La cuestión es que todo esto ha desatado una serie de preguntas. Me despierto todas las mañanas con una gran pregunta sobre lo que está pasando. Pero no una pregunta abstracta, no se trata de curiosidad sociológica, sino de una inquietud muy ligada a mi pregunta inicial, sin necesidad de hacer un esfuerzo intelectual: ¿por qué estoy aquí? Una pregunta que me hace estar más presente, como si fuera más lúcido. Pero es distinto al principio, porque las cosas que vivo ahora son para una mayor conciencia de mí mismo. Las cosas, aquí, tienes que descubrirlas. Lo mismo sucede con los lugares santos. Cada uno ha construido aquí su terreno y es fácil encontrar un lugar y luego descubrir que allí Jesús hizo algo.
Pero luego están estos hechos, que no entiendes pero que despiertan el deseo de entender, de conocer una tierra que lo promete todo. Es una promesa continua en cada jornada. Jornadas que empiezan con un «¿para qué estoy aquí?», que al principio da mucho miedo pues percibes con más viveza tu nada, tu cinismo y, a veces, tu incapacidad. Pero yo estoy más vivo, más presente, más en diálogo con todo.
La Jornada de apertura de curso me dio mucha claridad sobre esto, y también la Escuela de comunidad que hacemos aquí, porque si nadie me recordara estas cosas me desesperaría. Esta noche, un amigo me decía en la Escuela de comunidad: «El Señor sigue dándome signos». Es verdad, pero solo puedo darme cuenta de eso mediante esta realidad tan dramática que he decidido mirar para vivir.
Giacomo, Jerusalén
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