«El mal no es la última palabra». Son palabras del padre Pierbattista Pizzaballa, custodio de Tierra Santa, durante un encuentro en Bérgamo, titulado “¿Es posible un testimonio más fuerte que el mal? Del drama de Oriente Medio, una experiencia que nos desafía”. ¿Cómo es posible afirmar esto, con gran serenidad, ante hechos tan dolorosos como los que estos días sacuden esta tierra?
Más de 600 personas se dieron cita en el encuentro central de Bergamo Incontra, un evento que desde hace nueve años muestra el testimonio de personas que viven apasionados por lo humano y por la verdad, afrontando los desafíos a los que están llamados, tanto en la vida diaria como en los grandes acontecimientos de la historia.
«Para los cristianos, no es importante ser muchos, sino tener algo que decir», afirmó el padre Pizzaballa. «Somos pocos, pero no somos irrelevantes. La presencia cristiana en Oriente Medio es histórica. Desde hace dos mil años, a pesar de todas las guerras y dificultades, es parte integrante de la identidad de esta tierra y es garantía de pluralidad y libertad de conciencia. Aunque ahora somos el 1% de la población, la desaparición de los cristianos sería signo del empobrecimiento de esta tierra y de la victoria del fundamentalismo». En Oriente Medio hay cristianos capaces de vivir dentro del drama de una situación terrible sin renunciar a lo que da consistencia a su existencia.
El Custodio narró algunos ejemplos. En Alepo, una ciudad que lleva meses sin agua ni electricidad. los frailes franciscanos se han organizado para distribuir la poca agua que recogen del pozo del convento para todas las familias necesitadas de la ciudad, musulmanas y cristianas, sin diferencia. Un hermano franciscano que vive en el norte de Siria y cayó en manos de los rebeldes, después de conseguir escapar gracias a la ayuda de un religioso musulmán, decidió volver a su región. ¿Por qué no se retiró a un lugar más seguro? En el fondo tenía todas las razones para hacerlo.
¿Pero qué significa estar seguro? ¿Cuál es la aspiración del cristiano hoy? ¿Establecerse en un lugar sin peligro, en un lugar donde todo está “en su sitio”, o dejarlo todo para partir a una tierra desconocida, llevando consigo la única certeza realmente capaz de sostener al hombre en cualquier situación, es decir, la promesa de Cristo?
El padre Pizzaballa introdujo así una nueva reflexión: «Nuestra civilización tiene dos modelos: Ulises, la figura de referencia del mundo griego, y Abrahán, la del mundo judeo-cristiano. El héroe griego debe superar muchas situaciones adversas, pero su perspectiva es la de volver a Ítaca, volver a su casa, donde están todas sus seguridades, el status quo que abandonó al partir. Abrahán es lo contrario. Lo abandonó todo: su tierra, su casa, para ir a una tierra extranjera. Luego, cuando su promesa estaba a punto de cumplirse, Dios le pidió el sacrificio de su hijo. Abrahán recibió una promesa, pero nunca la poseyó. A pesar de ello, tenía una certeza en su corazón, un amor que le llevó a hacer lo que hizo. Si se tiene dentro de esta certeza, se ven hasta los signos más pequeños de esta promesa ya iniciada y aún no realizada. La tentación que tenemos es a veces, en cambio, la de volver a nuestra Ítaca».
El padre franciscano que escapó de los rebeldes podía decidir retirarse a un lugar seguro y volver como Ulises a “su Ítaca”. Pero en cambio quiso, al volver a su pueblo, seguir el camino de Abrahán, estar siempre en camino, testimoniando que el mal no es la última palabra.
«El bien y el mal siempre existirán», explicó el Custodio; «no es tarea de los cristianos eliminar el mal de la tierra, ese es el programa del Anticristo. Porque para eliminar el mal habría que eliminar la libertad. El pecado no es la última palabra, el trigo y la cizaña coexistirán siempre, pero con mi testimonio puedo ofrecer un estilo de vida diferente. La promesa cristiana la sientes en el corazón y te lleva a actuar, te permite vivir a pesar del mal».
Refiriéndose a las migraciones cada vez más numerosas que desde Oriente Medio se movilizan hacia Occidente, Pizzaballa concluyó: «No debemos tener miedo del otro, porque el otro no es una amenaza: es una provocación para cambiar nuestra posición y vivir de una forma más verdadera. Yo necesito del otro para derribar mi Ítaca. Lo que he aprendido a lo largo de mi vida es que acoger las diferencias te da la posibilidad de poner en discusión y descubrir un trozo de verdad. Si te dejas provocar, el otro te ayuda a releer tu experiencia de un modo siempre nuevo».
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