Todo empezó con una mirada, dos hombres sentados uno frente al otro se miraban en silencio. Eran Luigi Giussani y Danilo Fossati. Entre ellos no había palabras, solo la intensidad de una doble visión mutua. Era casi como una performance de Marina Abramovich. Pero no era arte, era un hecho. Mejor aún: el arte de la vida, de la providencia. Aquellos dos hombres ya eran conocidos cuando se encontraron por primera vez: uno había suscitado el movimiento de Comunión y Liberación, el otro había puesto en pie una gran empresa de alimentación, Star, llamada así en honor a su madre, Stella.
Cuando, al empezar la audiencia papal, Pier Alberto Bertazzi -que fue testigo ocular- evocó aquel instante de la historia italiana ante las 7.000 personas que se congregaron en el Aula Pablo VI del Vaticano, se notaba que lo que allí se estaba contando y celebrando en cierto modo procedía directamente de aquel encuentro tan sencillo, aparentemente tan pequeño, seguramente silencioso. Un hecho lleno de intensidad, sin intención, sin discurso, sin un propósito específico. Un acontecimiento de vida que se ha convertido en historia.
Una historia que a lo largo del tiempo y del espacio ha llegado a mucha gente. Y que sigue alcanzando hoy a hombres y mujeres, a pesar de que Fossati nos dejó en 1995 y don Giussani diez años después.
La Fundación Banco de Alimentos tuvo ocasión de encontrarse con el Papa en audiencia el pasado sábado 3 de octubre. Fue una oportunidad extraordinaria para retomar delante de los muchos voluntarios -y del Santo Padre- la naturaleza de esta "red de caridad". Y encontrarse con el primer Papa de la historia que ha tomado el nombre del santo de Asís, el Papa de la caridad y de las periferias, pero también el Papa que más que cualquier otro denuncia, incluso ante los poderosos de la tierra, la maldad de la "economía del descarte". El Banco de Alimentos recupera ese descarte por partida doble: el de los alimentos, que se usa para recuperar a las personas "descartadas", olvidadas, ignoradas por el sistema.
Muchos y hermosos testimonios se sucedieron en el estrado del Aula Nervi, donde luego hablaría Francisco: los presos que participan en la Jornada nacional de recogida de alimentos; la historia de Julian, un joven alemán que estudió arquitectura en Venecia y que desde entonces vuelve todos los años a Italia para la Jornada; el coro de los alpinos, dirigido por el maestro Osvaldo Guidotti, que acompañó el encuentro con sus cantos. También fue muy afectuosa la adhesión de los obispos italianos, representados por monseñor Andrea Bruno Mazzoccato, obispo de Udine, entusiasta del trabajo del Banco en su diócesis.
Dos elementos importantes sirvieron de hilo conductor a la introducción: el video y la lectura de historias, gracias al actor Simone Bobini, tomadas del libro de Giorgio Paolucci Si ofrecieras tu pan al hambriento..., cuyo primer ejemplar fue el regalo al Santo Padre. Un libro lleno de historias sencillas, a veces mínimas, y sin embargo profundo a la hora de narrar cuánto bien se propaga al donar, y al donarse.
Andrea Giussani, presidente de la fundación, dirigió su saludo al pontífice citando algunos números esenciales (más de 8.000 obras caritativas atendidas, millón y medio de beneficiarios, 130.000 voluntarios que participan cada año en la Jornada), pero sobre todo yendo a lo esencial: a la presencia de Cristo «que ya eliminó la frontera entre pobres y ricos, entre los que dan y los que reciben», ese «Destino que une a los que tienen hambre con todos nosotros, hambrientos del sentido de la vida», con la conciencia de que lo que el Banco hace «es un intento: nunca podremos acabar con la indigencia, solo atenuar alguno de sus efectos». Pero es un intento que se fundamenta en la «dimensión antropológica del don», y que tiene «la fuerza del contagio».
Las palabras del Papa pusieron punto final a una mañana extraordinaria, y lo hicieron precisamente evocando aquel inicio, aquella amistad entre dos hombres que hizo que todo empezara. «Nosotros no podemos hacer un milagro como hacía Jesús. Sin embargo podemos hacer algo, ante la emergencia del hambre, algo humilde que tiene también la fuerza de un milagro. Antes que nada podemos educarnos en humanidad, en reconocer la humanidad presente de cualquier persona, necesitada de todo. Quizás era precisamente esto lo que pensaba Danilo Fossati, empresario del sector alimentario y fundador del Banco de Alimentos, cuando confió a don Giussani su malestar por la destrucción de productos que aún eran comestibles viendo cuántos en Italia sufrían hambre. Don Giussani quedó conmovido y le dijo: "Pocas veces me he encontrado con alguien poderoso que decide dar sin esperar nada a cambio, y nunca había conocido a un hombre que diera sin querer aparecer. El Banco ha sido su obra. Nunca públicamente, pero siempre como punta de lanza, la ha seguido desde que nació"».
Quien da de verdad no pide nada a cambio, quien ofrece pan al hambriento no quiere aparecer. Un reclamo dulce e implícito por parte del Papa. Será difícil no llevarlo en el corazón en la próxima Jornada de recogida de alimentos. Bergoglio añadió: «Vuestra iniciativa, que celebra ahora sus 25 años, hunde su raíz en el corazón de estos dos hombres, que no quedaron indiferentes ante el grito de los pobres. Que comprendieron que algo debía cambiar en la mentalidad de la gente, que los muros del individualismo y del egoísmo debían ser derribados. Seguid con confianza esta obra, actualizando la cultura del encuentro y del compartir. Sin duda, vuestra contribución puede parecer una gota en el océano de las necesidades, pero en realidad es muy valioso, pues engrosa el río que alimenta la esperanza de millones de personas». Una gota útil, humilde y casta. Como el agua para san Francisco.
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