Dos discursos fundamentales, los del Papa Francisco en el Congreso norteamericano y en la Asamblea general de la ONU. Así lo afirma monseñor Silvano Maria Tomasi, observador permanente de la Santa Sede en las Naciones Unidas de Ginebra. Hablamos con él cuando el Papa acababa de salir del Palacio de Cristal.
¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de este viaje americano?
En los dos discursos, al Congreso y a las Naciones Unidas, el Papa Francisco ha lanzado un mensaje claro: la Iglesia tiene algo que decir a la sociedad contemporánea. No es una realidad que se quiera aislar, sino que está en diálogo, incluso sobre los temas más candentes. Creo que esta percepción se ha dilatado ampliamente, llegando no solo a los medios de comunicación sino también a la gente que ha escuchado el lenguaje directo de Francisco.
¿Qué es lo que más le ha sorprendido de su discurso en la Asamblea general?
El valor con que ha puesto sobre la mesa delante de los legisladores americanos y delante de la comunidad internacional ciertos problemas realmente urgentes. Sobre todo la necesidad de diálogo entre las partes contra la tendencia que hay a alzar muros, que crea posiciones de intolerancia recíproca. Si se quiere buscar la paz, que está en la raíz del bienestar de la sociedad, debemos empezar a tener un mínimo de confianza mutua. Este es un paso clave en ambos discursos. El otro aspecto es que ha tocado en estos dos contextos tan solemnes los temas que más le preocupan: la condena de la cultura del descarte y el cuidado de la naturaleza. Este último es una preocupación que ya le identifica mucho en su imagen pública. Pero la suya no es una insistencia genérica. El Papa pone el acento en el hecho de que la naturaleza coincide con la creación. Las cosas son creadas y tienen un fin. También nosotros los hombres somos partes de lo creado y por tanto dependientes de Dios, que tiene para nosotros un plan más grande que el horizonte de nuestro subjetivismo. Me parece que este discurso tiene una pertinencia que va más allá de la religión católica o incluso de la cultura occidental; es un mensaje que llega a todos los rincones del mundo.
Francisco traza un vínculo entre la libertad de educación de la familia y de la Iglesia, y la posibilidad de cumplir los objetivos de la Agenda 2030. ¿A usted qué le parece?
Ha subrayado un par de veces el hecho de que los objetivos sostenibles propuestos nuevamente por las Naciones Unidas no pueden quedarse en palabras sobre un trozo de papel o en hermosas aspiraciones. Se deben poner en práctica. Pero a pesar del énfasis puesto en estos objetivos, ha recordado que los no nacidos también tienen derechos, y por tanto no ha evitado volver a proponer esta realidad que es el derecho a la vida. Pero no solo los niños deben ser protegidos y la educación debe estar abierta a aceptar la contribución de las iglesias, es decir, de la sociedad civil. También ha querido explicitar que las comunidades religiosas dan una importante contribución mediante la educación. Sin duda, la Iglesia católica, en el ámbito educativo, tiene un papel fundamental en el mundo y esto se debe aceptar y respetar, porque mediante la transmisión de valores fundamentales, como sucede en nuestras escuelas, no se hace una política partisana sino que se sostiene el bien común.
El Papa ha dicho que si se sobrepasan ciertos límites éticos insuperables, los documentos fundantes de las Naciones Unidas corren el riesgo de transformarse en espejismos inalcanzables o palabras vacías que promueven una colonización ideológica irresponsable. Son palabras muy duras.
Es una observación muy pertinente. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se fundaron las instituciones internacionales, con la aprobación de la Carta fundamental de la ONU y la Declaración universal de los derechos del hombre, el background cultural era el de la tradición greco-romana y el cristianismo. Una cultura del derecho y de la persona comprendida de forma realista. Hoy, al sustituir este realismo por una ideología basada en la realización de deseos dictados por un subjetivismo extremo, corremos el riesgo de perder el objetivo original de estos documentos fundantes. El temor es el de llevar adelante un discurso que al final no sirve a la comunidad de la familia humana, sino que solo genera cerrazón y solo lleva a conflictos. Por eso vemos multiplicarse los focos de violencia por todo el mundo.
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