«Para mí es una noticia muy triste». Estamos en la mañana “después”. Después del referéndum y la victoria del “no”. «Esperemos que no haya consecuencias irreversibles», comenta Rosaria, esposa y madre de dos hijos, en su casa de Larissa, al norte de Atenas. Ella votó “sí” a lo que ella consideraba una gran pregunta sobre Europa, sobre lo que significa pertenecer a ella y su utilidad, sobre lo que tiene que ver con ella, pero no sobre «la cantidad de discursos ideológicos a los que hemos asistido con motivo de este referéndum».
La pregunta que les ha llevado a las urnas pedía un “sí” o un “no” al programa de austeridad propuesto por la Unión Europea. «Así planteado, era parcial y ambiguo». Y el resultado ha sido claro e histórico: el 61,31% ha votado en contra del acuerdo con los acreedores (el 38,69% ha votado “sí”, sobre los 6.161.140 electores). Ahora se sucede la vorágine de escenarios posibles y comentarios, pendientes de la cumbre fraco-alemana y del Eurogrupo, con la renuncia del ministro griego de Economía, Yanis Varoufakis, las reacciones de los demás países, la fiesta en las calles y el miedo en los mercados.
Las últimas semanas han sido duras. «Escenas que siempre has visto solo en los periódicos, procedentes de países lejanos, te las encuentras ahora en carne y hueso», continúa Rosaria. Las colas interminables en los cajeros, los bancos cerrados, las manifestaciones de jóvenes gritando “¡no!” a Europa. Mucho miedo, incluso pánico, y sobre todo resignación: «Mucha gente solo dice: “Dentro o fuera de Europa, ¿qué cambia? Tenemos hambre y la seguiremos teniendo”». Eso es lo que le preocupa a Rosaria: «Más allá de todo eso, la realidad es que gran parte de este país se está hundiendo». El desempleo es del 27% y se espera que supere el 50% entre los jóvenes. Unicef estima que casi 600.000 niños griegos viven ya bajo el umbral de la pobreza y el 90% de las familias en los barrios más pobres depende del banco de alimentos y de las entidades caritativas. «No es que el pueblo no quiera pagar sus deudas, es que no tiene dinero para vivir», prosigue Rosaria. Le hiere todo lo que se ha dicho de Grecia últimamente, las acusaciones a su país por haber vivido estos años a costa de los demás. «Mi marido es médico. Se levanta a las seis de la mañana y vuelve a las diez de la noche. Y como él, muchísimos más. No se puede negar que ha habido mucha corrupción, que se han cometido muchos errores, pero también Europa tiene su parte de responsabilidad por haber estado con los ojos cerrados. Nosotros, el pueblo, también somos responsables, sobre todo porque hemos votado a nuestros gobernantes».
El domingo ella estaba sola en casa, viendo el informativo hasta la una de la madrugada, cuando se acostó empezó a angustiarse. Pensar en sus cuentas del banco, el miedo a perder su dinero, la preocupación ante los gastos del próximo año, cuando su hijo mayor se examine para acceder a la universidad y empiece a necesitar clases de apoyo: «En Grecia las familias se endeudan en las academias por las tardes, porque los centros educativos no preparan bien a los jóvenes para la selectividad».
Así, con la cabeza llena de preocupaciones, no conseguía conciliar el sueño, así que se levantó. «Me puse a rezar: Señor, da paz a este corazón, ayúdame a no darle tantas vueltas, porque esta ansiedad no me corresponde». Se sentó en el salón y allí su mirada cayó sobre un libro, La imitación de Cristo. Abrió sus páginas sin pensarlo mucho y leyó: «Señor, ¿qué confianza tengo yo en esta vida? ¿O cuál es mi mayor contento de cuantos hay bajo el cielo sino tú, Señor, mi Dios, cuyas misericordias no tienen número? ¿Dónde me fue bien sin ti? ¿O cuándo me pudo ir mal estando tú presente? Más quiero ser pobre por ti que rico sin ti. Por mejor tengo peregrinar contigo en la tierra que poseer sin ti el cielo. Donde tú estás, allí está el cielo; y donde no, es infierno y muerte. A ti deseo».
«Esa noche el Señor quiso responderme así. Yo permanecí en silencio y volvió la paz. No es que ya no tenga preocupación, pero es dramática, no sofocante».
Si se mira a sí misma y a los demás, Rosaria se da cada vez más cuenta de que la crisis económica está haciendo emerger una crisis más profunda: «Hemos perdido de vista al Misterio». Hace unos días recibió la llamada de la madre de un amigo de su hijo, para tomar un café. Antes de ir, se sorprendió rezando para que ese momento no fuera «banal». Llegó a su cita con Eleni, una mujer vital y brillante, pero que nada más sentarse a la mesa rompió a llorar. Rosaria pensó inmediatamente en las preocupaciones por el dinero. «No, no tiene nada que ver con eso. Es que mi marido se fue de casa hace un año, aunque llevábamos años en que estábamos juntos solo por nuestros hijos...». Empezó así un diálogo intensísimo, en el que Rosaria habló con el corazón y le habló de la crisis que vivió con su marido años atrás. «Le conté todo por lo que habíamos pasado hasta que me di cuenta de que el problema era solo uno: yo pretendía que mi marido colmase el vacío que yo sentía». Eleni lloraba conmovida: «Nadie me había dicho estas cosas. Todos me dicen que vaya al psicólogo...». «Mi mayor ayuda», le dijo Rosaria, «es la compañía que he encontrado». Le habló del movimiento y le dijo que, si quería, podía llevarle un libro esa noche.
Pero esa noche le surgió un imprevisto y no consiguió acercarse a verla. A la mañana siguiente, a las nueve, sonó la puerta: «Rosaria, ¿me dejas ese texto del que me hablaste?». Rosaria se quedó mirando a Eleni sin palabras. Solo podía darle las gracias. «La gran dificultad económica», dice Rosaria, «el miedo a lo que pasará mañana, el caos que estamos viviendo, todo saca a la luz nuestra pobreza, pero también y sobre todo qué es lo que buscamos». Como lo que busca Eleni, que estaba sedienta y no podía esperar.
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