El poder pertenece al pueblo, de modo que el pueblo se exprese directamente: el movimiento de Alexis Tsipras es impecable en términos democráticos. Sus amigos y compañeros afirman que ha mostrado coraje político y corrección institucional. Pero en realidad, es una manifestación de debilidad e indecisión. Bruselas le ha concedido otros cinco meses para construir un programa de reformas que también sea aceptable para su electorado, aunque sería inevitable tener que tragarse algún sapo respecto a las pensiones y el IVA, dos líneas paralelas sobre las que no ha aumentado el bienestar de los griegos sino más bien un asistencialismo clientelar y corrupto. Otra prórroga, que no una solución, pero la puerta seguiría abierta. Tsipras podía tomar una decisión propia de un estadista, pero ha tenido miedo de hacer frente al ala más radical de su izquierda radical. ¿Qué sucederá entonces?
De momento habrá que ver qué pregunta se planteará a los electores. No será si quieren seguir o no en el euro, porque en este caso, tal como están las cosas, ganaría el sí, según los sondeos al menos con un 60%. La pregunta será más bien si aceptan las imposiciones de Bruselas. En tal caso, hasta los más euro-entusiastas responderían que no. ¿Quién quiere imposiciones? Menos aún una Grecia que desde hace al menos cinco años avanza a base de amargas píldoras que va tragando de mala gana. Por tanto, la posibilidad de que Tsipras consiga el apoyo del electorado es alta.
Esto supone un problema para la Unión Europea, y revela cuántos errores se han cometido en el camino que lleva a Atenas. En octubre de 2011, en plena guerra por los spread, Papandreu propuso un referéndum sobre el euro, convencido de que lo ganaría. Entonces la situación estaba menos dañada y la opinión pública estaba decididamente a favor del euro. Se opusieron Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, una pareja terrible, sobre todo (pero no solo) por su incapacidad para afrontar la crisis de las deudas soberanas. Luego Papandreu se fue, cayó Berlusconi y también Zapatero. En la primera mitad de aquel año cayeron también los gobiernos de Portugal e Irlanda. Resumiendo, todos los llamados PIIGS se derrumbaron sin que por ello se resolviera la crisis. Llegó entonces Mario Draghi.
Sin embargo, técnicamente aún quedan muchas lagunas. La semana pasada Grecia entró en default con el Fondo Monetario Internacional, al que debe 1.500 millones de euros. Por otro lado, la exigencia de obtener 1.900 millones en concepto de intereses por los bonos griegos retenidos por el BCE ha sido rechazada por el Eurogrupo, que considera “unilateral” la ruptura por parte de Tsipras. Pero eso no basta, según Peter Spiegel en el Financial Times, para dejar al país fuera de la financiación del BCE y del fondo de rescate. Lo mismo se puede decir de las agencias de rating. Sobre el papel hay otro mes de plazo, pero está claro que el impacto político sería mortal.
En el BCE se hace fuerte el grupo de los que habrían querido cerrar antes los grifos de la liquidez de emergencia, por lo que Draghi no podrá hacer mucho más. Mientras tanto, el BCE ha anunciado que el techo sigue invariable, lo que deja al descubierto a los bancos griegos, cuyos cajeros ya han quedado secos. Atenas podría imponer un control sobre los movimientos de capitales parecido al que aplicó Chipre. Pero sería como cerrar la puerta del establo cuando las reses buenas ya se han escapado. Chipre lo decidió en un abrir y cerrar de ojos, aceptando el programa de rescate de la UE. Aquí estamos en una situación opuesta. Ante Grecia se aparece el fantasma de Argentina, con la diferencia de que las deudas del país sudamericano se habían contraído sobre todo con entidades privadas, y las de Grecia afectan a los gobiernos europeos, al BCE y al FMI. Se concreta así incluso el espectro de una salida de la UE si el gobierno de Tsipras no acepta las reglas.
Los griegos se encontrarían en pleno caos monetario y político. La pérdida de valor de riqueza es difícilmente calculable (según el FMI, al menos del 50%). Se dice que un nuevo dracma devaluado daría impulso a las exportaciones. ¿Pero cuáles? Grecia no tiene una economía orientada a la exportación, la balanza exterior griega está estructuralmente en números rojos. Sin contar el impacto en los precios. La Argentina que exporta sobre todo alimentos agrícolas ha aumentado sus ventas de soja en China. Pero hoy, quince años después del default, nadie es capaz de calcular su nivel de inflación y el país sigue siendo uno de los más maltratados en una América Latina que, si bien con altibajos, ha empezado a levantar la cabeza.
¿Tendrá Tsipras rublos de Rusia? Es difícil que eso suceda, pero en todo caso no bastarían. Más bien provocarían una fractura incurable. Hay que preguntarse si Atenas podría permanecer en la OTAN, aunque algunos ya dudan de que la OTAN lo permitiera. La historia griega, desde la guerra civil de 1946-49 hasta el golpe de los coroneles en 1967, demuestra lo delicada que es su situación geopolítica. Lo que está pasando a pocos cientos de millas marinas, es decir en Siria, justifica todas las alarmas. El colapso económico podría transformar la república helena en un “no estado” entre Europa y Oriente Medio.
En estos días se ha abierto paso el rumor de que el gobernador del banco central nacional, Yannis Stoumaras, estaría dispuesto a tomar las riendas de un gabinete de emergencia bajo la tutela del BCE. ¿Un golpe blanco modelo 2011? Los tiempos han cambiado, hoy los países de la zona euro están en mejores condiciones y pueden asumir el golpe, además hay amortiguadores que entonces aún no existían. Por tanto, las presiones para una “solución desde arriba” son menores. Habrá contagio, de eso no hay duda, pero sin provocar una crisis sistémica, aseguran las autoridades monetarias europeas. ¿Será verdad? Crucemos los dedos, porque de momento han fracasado todas las previsiones sobre los comportamientos de los sujetos económicos en fase de fuerte estrés financiero.
Se oyen comentarios como: si estos griegos tan poco fiables, tan liantes y aficionados al doble juego se quitaran del medio y fueran expulsados del club, ¿no sería mejor para todos? Para el euro, para los países miembros, incluso para el futuro de la Unión; una sensación de alivio que elevaría las expectativas políticas y económicas de la Unión. Es la vieja teoría de la manzana podrida: por pequeña que sea, puede contagiar al frutero entero; no hay solidaridad ni caridad que valgan. Es la misma mentalidad que llevó a alguno, al día siguiente del derrumbamiento de Lehman Brothers, a exclamar: ha sido un buen día para el capitalismo. Después de siete años, el capitalismo occidental no volverá aún. ¡Felicidades!
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