Nigeria ha decidido. Ha decidido mandar a casa a su presidente, el cristiano Goodluck Jonathan, y a su partido, después de 16 años de dominio absoluto, en Partido Democrático Popular, tan en boga en el sur del país. Para acabar con la corrupción y con la debilidad en las medidas que se han tomado ante la plaga deBoko Haram, el pueblo ha decidido apostar esta vez sobre seguro: Muhammadi Buhari, general retirado y ex dictador del país en los años ochenta.
Los nigerianos saben que corren un riesgo con esta decisión. Buhari, que hoy se define como un “demócrata reformado”, es un militar musulmán, un hombre fuerte el pasado, sin ninguna sintonía entonces con el respeto por los derechos humanos, y amante de la sharía.
Cuando estaba en el poder hace treinta años, el coste de la vida aumentó vertiginosamente y la calidad se redujo a causa de decisiones proteccionistas que, de hecho, frenaron las importaciones y aumentaron el desempleo. El país africano más poblado espera ahora que su nuevo presidente sepa hacer frente y derrotar a los terroristas islámicos, antes que restablecer un mínimo de justicia social en un estado donde la riqueza y la pobreza siguen desigualmente repartidas entre norte y sur.
Nigeria está atravesando una difícil coyuntura, ligada sobre todo a la caída del precio del crudo (que representa el 20% del PIB, el 95% de las exportaciones y el 65% de los ingresos gubernamentales). De hecho, si bien Nigeria se ha convertido en la primera economía del continente africano, según el cálculo actualizado del PIB, las diferencias sociales y la pobreza siguen teniendo mucho peso. Pero lo más preocupando es el terrorismo islámico, por eso los nigerianos han pedido en las urnas más seguridad: la misma seguridad que faltaba durante la presidencia deGoodluck Jonathan, castigado con el voto por no haber logrado detener el avance de Boko Haram, que desde 2009 ha matado a más de veinte mil personas. Los milicianos islamistas hace solo dos semanas juraron fidelidad al autoproclamado Estado Islámico (Isis), lo que no ha hecho más que empeorar la situación. De tal modo que la noche electoral Jonathan tuvo que admitir la derrota llamando a su adversario para felicitarle.
La Iglesia nigeriana, según palabras de Ignatius Kaigama, obispo de Jos y presidente de la Conferencia Episcopal local, mira al futuro con confianza: «Nosotros hacemos y haremos todo lo posible por educar. Participar en las elecciones ha sido algo muy importante para elegir a los líderes que pueden darnos una dirección. Para nosotros era importante que las elecciones se desarrollaran correctamente. En Nigeria tenemos muchos desafíos que afrontar, como el mal gobierno, la corrupción, la falta de infraestructuras y de seguridad». Kaigama no elude hacer una valoración sobre el nuevo presidente: «Todavía no podemos decir cómo lo hará ni si hará bien su trabajo. Por lo demás, el sabor del pudin se sabe al probarlo, ¿no? Hemos rezado, ayunado, celebrado vigilias, y hemos hecho todo lo posible humanamente, pidiendo la voluntad de Dios: si es esta, estoy seguro de que será para nuestro bien. Además, esperamos que el bien de Nigeria haya sido el único factor determinante en la carrera de Buhari hacia la victoria, a pesar de la derrota sufrida en las tres elecciones presidenciales anteriores. Ahora que ha ganado y los nigerianos le han otorgado este mandato, no creo que se permita deslices. Tendrá que hacer frente y poner fin a la violencia de Boko Haram con mucha determinación si de verdad quiere mantener sus promesas electorales». El obispo también ha hecho una breve mención a la administración saliente, la del presidente cristiano, «que aunque muy criticada, en los últimos años ha creado un terreno favorable para poder afrontar elecciones libres en un clima pacífico y democrático. El presidente Jonathan es un héroe de la democracia y sin duda se ha ganado un lugar en el corazón de los nigerianos. Se ha convertido en un punto de referencia para los líderes africanos de países cuya historia está formada por poderes corruptos y abusos contra el pueblo».
Respecto al diálogo interreligioso, Kaigama concluye: «La reconciliación entre cristianos y musulmanes moderados no es un problema. Precisamente hace unos días estuve con un imán, líder musulmán, aquí en Jos. Hablamos sobre cómo poder dar esperanza a la gente. La educación es lo más importante, debemos empezar por ahí».
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