Todavía no sabemos casi nada de las causas que han provocado que un Airbus A-320 de la compañía Germanwings se haya estrellado en los Alpes franceses con 150 personas a bordo. 45 de ellas tienen apellidos españoles.
Hará falta tiempo para saber los motivos de lo que ha sucedido. Pero antes de llenar todo de palabras, de análisis sobre la seguridad aérea -sin duda necesarios- quizás nos convenga a todos pensar en aquello que seguramente se silenciará: en el destino de estas personas que acaban de morir y en el nuestro.
Es fácil imaginar qué había en la mente y en el corazón de los que embarcaron en ese avión en Barcelona. Es lo mismo de lo que están hechos nuestros días: aspiraciones, dolores, amores y, sobre todo, un deseo de felicidad inextirpable, casi obsesivo. No callemos la pregunta que una tragedia de estas características despierta: ¿es justa la vida? Si no es posible responderla de forma positiva nada podrá distraernos.
Hay sin duda sucesos que nos resultan incomprensibles. Pero todos tenemos experiencias sencillas y radicales de una positividad que quiere imponerse incluso más allá de la muerte. El mismo hecho de que existamos es consecuencia de haber sido queridos. En nuestra tradición hay un anuncio que se repite insistentemente desde hace 2.000 años: ha habido Uno que ha resucitado para que nada acabe en la nada.
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