«¿Qué es la genialidad? Es fantasía, intuición, decisión y velocidad de ejecución». La escena se desarrolla en la entrada de un supermercado durante la Jornada de recogida de alimentos. Un voluntario treintañero vestido con el peto sube a contracorriente la escalera mecánica que baja, con tanta habilidad que se mantiene en paralelo junto a una pareja de mediana edad que sube por la escalera adecuada, la de al lado, y lo hace en el tiempo justo para proporcionarles al vuelo los folletos y la información necesaria para colaborar que la pareja no había podido recibir en tierra firme debido a las prisas.
Eso es genialidad en una realidad italiana que durante 364 días al año parece conocer solo el signo “menos” junto a sus principales indicadores y a las calificaciones de Moody’s. Luego hay un día en que el signo cambia a “más”, y es el día de la recogida de alimentos. Recoger 9.200 toneladas de alimentos en un momento de crisis como este indica un fenómeno claramente contracorriente, como ese genial voluntario del peto que sube las escaleras al revés.
LA MUJER DE GÉNOVA. El 29 de noviembre fue la fecha de un evento nacional que después de 18 años experimenta cada vez una nueva juventud: 135.000 voluntarios dedican su tiempo y su esfuerzo con alegría, con una sonrisa en la cara, sin quejas ni lamentos, que hoy son tan habituales; y 5,5 millones de personas (haciendo cuentas, representan a casi un tercio de las familias italianas) otorgan un lugar en su corazón, como dice el Papa Francisco, a la urgencia alimentaria de pobres desconocidos. En resumen, un gesto colosal de caridad. Pero también una fotografía en riguroso directo del país, una instantánea que puede decir muchas cosas.
Por ejemplo, los donantes. ¿Quiénes son los donantes? ¿Ricos, clase media, amas de casa? «Todos», responde Andrea Giussani, presidente de la Fundación Banco de Alimentos en Italia, «sin distinción de ningún tipo. También los pobres. De hecho, muchas veces los más necesitados son también los más conscientes y disponibles». Ancianos que viven con una pensión muy ajustada y que no renuncian a dar con gratuidad lo que tienen. Como una mujer de Génova, encantada por la gracia con que los chicos le proponen hacer la compra para donarla, que vació su monedero, donde llevaba 20 euros, y se los gastó todos. O como otra mujer mayor, esta vez en Roma, que era discapacitada y pidió ayuda a un voluntario para hacer la compra. Paso a paso le iba indicando los productos que quería añadir a su carro y en alguna ocasión llegó incluso a recriminarle que no estaba eligiendo los productos de mayor calidad. Dos palabras importantes: gratuidad y calidad. «Calidad de los productos», observa Federico Bassi, responsable nacional de la Jornada, «porque la gente se da cuenta de que la caridad no consiste en echar ahí una lata cualquiera para los pobres».
Por desgracia, hay mucha gente en paro. Muchas veces es gente que vive humillada, más por la sensación de inutilidad que por la fatiga de vivir sin dinero. Durante la Jornada hay quien aprendió que tener un gesto de gratuidad es posible, y que permite recuperar el sentido de la propia dignidad. En un hipermercado milanés, un hombre respondió de mala manera a una voluntaria que ni siquiera tenía lágrimas para llorar, que había perdido su trabajo y llevaba mucho tiempo sin encontrar nada, y que la ropa que llevaba puesto se la había donado Cáritas. Entonces ella, con una sonrisa, le dijo que bastaban 70 céntimos para comprar un paquete de arroz de marca blanca y que se sentiría más feliz sabiendo que había ayudado a una persona que estaba en su misma situación: «Usted mejor que nadie conoce la alegría de recibir», le dijo. Al final aquel hombre compró dos paquetes de arroz.
Añadimos pues otras palabras clave: sonrisa, alegría, dignidad.
LA GASOLINA. ¿Y los inmigrantes? En Verona había una joven de color que solo tenía 10 euros, que a duras penas bastaban para cubrir sus modestos gastos. Al ver a los voluntarios en la entrada, rezó para pedirle a Dios que le hiciera encontrar dinero para donar a los pobres. Entonces se acordó de que tenía un bolsillo secreto con 20 euros para gasolina en caso de emergencia: se los gastó todos para donarlos. «¿Y ahora qué vas a hacer?». «Mañana volveré a pedirle ayuda a Dios para la gasolina».
Hemos sabido que muchos presos han recogido alimentos en sus centros penitenciarios. Algunos han obtenido permisos para ser voluntarios. Incluso hemos recibido noticias de dos mendigos que se unieron a los voluntarios. Incluso los que tienden a taparse la nariz ante los mendigos, los de corazón burgués, pueden volver a creer. En un supermercado de Milán, una pareja de estas características mostró su fastidio y escepticismo. Casualmente, allí entre los voluntarios había personas que normalmente reciben ayuda de los Bancos de Solidaridad, y no tuvieron ningún problema en hacérselo saber, con tal calor y convicción que la pareja cambió de actitud.
EL PRIMER FRUTO. «Un resultado así nos parece fascinante», afirma Giussani. «Personas al principio vacilantes, luego alegres y responsables, algunas en situación de verdadera indigencia, mezcladas con personajes públicos del deporte, el espectáculo o la política, todos juntos, realizando un gesto que les hace igualmente conscientes de la posibilidad de estar ante la necesidad de los demás, volviendo a descubrir su propia humanidad, más allá de cualquier diferencia de condición».
El espectáculo de este pueblo hace intuir que debajo se halla un yacimiento de recursos humanos, una Atlántida sumergida, un profundo estrato de positividad “extraña” respecto a la Italia “emergida”, la que normalmente tenemos a la vista. La que desde hace siete años los informes del Censis fotografían como presa del «miedo», en «regresión antropológica», que «aplastada intenta recuperarse», «frágil, aislada», «puesta a prueba para sobrevivir», «desganada e infeliz», en último término «saturada de capital pasivo», que resumido en una palabra quiere decir llena de recursos humanos que nadie pone en movimiento. Además, estamos en una situación en que la reputación de Italia es mucho mejor en el exterior que dentro del propio país: carecemos de autoestima. Ahora, gracias a un fenómeno de enormes proporciones como es esta Jornada, es como si algo de ese “capital humano pasivo” fuera alcanzado y puesto en marcha. Algo muy profundo, que está en el corazón del hombre y del pueblo, y que es la capacidad de gratuidad. Una capacidad aniquilada por los pesos materiales y morales de la situación, pero que todavía puede despertar por un encuentro, como dejándose “sacar afuera”, es decir, “educar”.
El primer fruto es el reclamo de la atención a las necesidades. Como puede leerse en El sentido de la caritativa de Luigi Giussani, «al ver a otros que están peor que nosotros, algo dentro de nosotros nos hace sentirnos empujados a ayudarles». Ahora bien, si hubo un tiempo en que podíamos engañarnos pensando que la necesidad estaba en otra parte y no nos afectaba, hoy ya no es así. En solo siete años la pobreza absoluta casi se ha triplicado, hemos pasado de 2,4 millones de personas en 2007 a seis millones. Un italiano de cada diez no es capaz de afrontar el gasto mínimo en alimentación, casa y ropa; uno de cada cuatro llega a fin de mes tirando de sus ahorros o endeudándose. Pero no hacen falta estadísticas para sentir de cerca la pobreza, que se ha hecho familiar: si no la tenemos en casa, está en la puerta de al lado.
LA PENSIÓN. Bien lo sabe el magrebí que llega con un grupo de paisanos suyos. Solo él habla italiano. Al entender de qué se trata, se lo explica a sus compañeros y les anima a comprar algo para los pobres. También lo comprende perfectamente el anciano que sugiere que la Jornada no se haga a finales de mes sino al principio, nada más cobrar las pensiones, para poder comprar un poco más. Pero también los entienden los niños. Gran cantidad de escuelas y grupos de catequesis han colaborado, con gusto y con ganas. ¿Cómo han colaborado? «Literalmente, haciendo la recogida –dice un voluntario experto–, porque literalmente han sido ellos quienes la han llevado a cabo: una de sus profesoras y yo nos hemos limitado a comprobar que no hubiera problemas».
La capacidad de gratuidad que surge no consiste solo en dar limosna: es el núcleo de la fuerza creativa de las personas y de los pueblos, como muestra la historia cristiana europea. Es lo contrario de la resignación. De la gratuidad ha nacido la defensa del valor de la persona, el ímpetu por la innovación, la capacidad de arriesgar y emprender. La Jornada es un fenómeno que profundiza hasta llegar a sacar a la superficie este yacimiento. Gente VIP y personas pobres se mezclan sin distinción. Hasta políticos de alto nivel nacional, independientemente de su partido, han comprado y se han tomado esta Jornada en serio, no como la enésima pasarela. Figuras del espectáculo y del deporte, exactamente igual.
MILITARES E IMPREVISTOS. Pero también el mundo de la empresa y de la logística se ha implicado en la Jornada de una forma considerable y muy interesante por el nexo que muestra entre solidaridad y empresas. Veintidós marcas muy conocidas, de los más diversos sectores, organizaron medio centenar de «jornadas de recogida de alimentos en las empresas». Unos invitaron a sus empleados a unirse a los voluntarios, otros cedieron espacios para las mesas dentro de la zona de venta, algunos ofrecieron camiones, incluso el ejército colaboró con militares-conductores.
Lo que mueve el fondo de la Atlántida es el encuentro con la calidad humana de los 135.000 voluntarios, puesto que se trata de un encuentro. Voluntarios que pertenecen a las más variadas realidades asociativas (los de CL no son más del 30%), o que simplemente son amigos de amigos, o gente que pasa por allí casualmente y decide implicarse en primera persona. «Hemos pasado de la pirámide voluntarista-organizativa al primado de hacer la compra de lo que se va a donar como un gesto completo, en primera persona y propuesto a todos, porque es posible para todos», explica Andrea Giussani.
Así, además de la gran prueba de dedicación y organización, se dan numerosos y conmovedores testimonios de voluntarios de largo recorrido, que durante años han estado muy activos en esta iniciativa y que ahora se ven imposibilitados para participar a causa de una enfermedad grave, pero que en cambio han comprado alimentos, solo eso, con una conciencia mayor que antes, conscientes de que «la gratuidad es, por supuesto, dar sin esperar nada a cambio, pero sobre todo obedecer a la realidad». Como por ejemplo, los testimonios de jefes de equipo que tiran por los aires los planes previstos hasta el día anterior para hacer frente a situaciones imprevistas. Y cientos de encuentros de presentación, miles de post en las redes sociales, con 68 millones de visualizaciones, etcétera, etcétera…
«Hay una Italia que necesita volver a descubrir quién es verdaderamente, bombardeada como está por mil mensajes con connotaciones negativas», dice el presidente de la Fundación: «Descubrir quién es, esto es, descubrir que todo te es dado». El testimonio de los voluntarios muestra esta conciencia de que todo es dado, algo que se ve en sus rostros llenos de alegría. Al verles, sucede que el que dona luego da las gracias. Giussani (Andrea) lo comenta con una sonrisa: «Esa es la carga milagrosa de un gesto sencillísimo en sus motivaciones y modalidades, pero grandioso en su significado». Giussani (Luigi) lo definía como «el fondo común de los italianos». Eso es genialidad…
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