Gaza está en guerra. Los misiles, las represalias, las casas destruidas, las víctimas civiles, los niños asesinados, los ataques por tierra… Parece una película ya vista otras veces, donde se enfrentan las razones de unos contra las de otros, pero no seamos ingenuos, veamos lo que sucede. Es inaceptable, y por eso queremos dirigir nuestra mirada hacia allí donde aún existen experiencias posibles de paz. Como ha vuelto a pedir el Papa Francisco en el rezo del Angelus, recordando siempre que la oración «ayuda a no dejarnos vencer por el mal ni resignarnos a que la violencia y el odio predominen sobre el diálogo y la reconciliación». La última de las tres historias que nos ayudan a recordar que no todo en aquella tierra está ya escrito con la tinta de la violencia. Esperemos poder seguir contando muchas más.
Eran Tzidiaku trabaja como guía turístico. Hasta aquí nada extraño. Si no fuera porque los tour que organiza este joven israelí, investigador en la Hebrew University de Jerusalén, son sin duda muy particulares. Hace unos años Eran decidió llevar a los israelíes a visitar los territorios ocupados palestinos. «A veces me preguntan si no me da miedo ir al otro lado del Muro, y yo les digo que me daría más miedo no ir. Porque si la gente no se conoce, si no se encuentran unos con otros, este país nunca conocerá la paz».
Eran es un ex soldado, ha vivido y probado en primera persona cuánta miseria y violencia ha traído en estos años el conflicto palestino-israelí. Con un grupo de amigos, decidió hacer algo. «Estos tour nacieron del encuentro entre un grupo de palestinos e israelíes en Bet-Jala, una ciudad de la Zona C (bajo el control de la administración israelí), en la Ribera Occidental, donde está permitido reunirse. Un amigo mío palestino, Ahmad Alhelu, dijo que le gustaría llevar a los ciudadanos israelíes a los territorios ocupados; y a los palestinos, a las ciudades israelíes. A su lado había una chica israelí llamada Noa Maiman que dijo: “¿Sabéis una cosa? ¡Yo me apunto! Hagámoslo. Pero tenemos que buscar la forma de legalizarlo”».
Pidieron permiso al ejército, al sistema israelí y al palestino, para cumplir todos los procedimientos. Las primeras veces usaban coches privados porque tenían que los numerosos controles terminaran bloqueando la operación. «Yo me uní a ellos justo después», cuenta Eran. «El hecho de ser israelí me garantiza un gran conocimiento del territorio, de la política y de todo lo que está sucediendo. Empezamos a hacer un tour diurno de israelíes por los territorios ocupados, sobre todo Jericó y Belén. Cada vez venían más personas, así que tuvimos que sustituir los coches privados por autobuses».
Esos tour se suelen realizar todas las semanas, pero su trabajo no se limita a la organización de visitas a Palestina. «Normalmente, antes de ponernos en camino nos reunimos, nos sentamos, nos tomamos un café juntos y cada uno habla un poco de sí mismo. Si un palestino es músico y resulta que uno de los israelíes también, queremos que los dos lo sepan, así durante el día pueden hablar entre ellos, si quieren, de esto que les une. Sin duda, las pasiones compartidas siempre ayudan. Y aunque pueda parecer extraño, es así», sonríe, «israelíes y palestinos tienen varias pasiones en común». Un modo como cualquier otro de decir que ambos son hombres.
Así nacen relaciones personales que pueden continuar, siempre que las restricciones políticas lo permitan. «La gente se busca en las redes sociales. Al terminar los viajes se intercambian los correos electrónicos y las direcciones de Facebook para seguir en contacto». Los problemas más graves para Eran están en el check-point, «nos pasamos horas esperando allí, aunque ahora el sistema está mejorando». Eran y sus compañeros no pretenden resolver el conflicto. Son conscientes de que «la solución es política, pero el principal problema es que unos y otros nunca se encuentran. Nadie sabe de la situación del otro. Nosotros hemos empezado a crear un movimiento popular donde la gente empieza a conocerse. A descubrir que también al otro lado del Muro hay “buena gente”».
Incluso puede suceder entre dos ex militantes. Como Nitzam y Roni, un israelí y un palestino que coincidieron en el autobús. Niztam había disparado a Roni durante la segunda Intifada. «No lo sabían, pero nada más verse se reconocieron. Pero lo que sucedió después fue increíble: se hicieron amigos y ahora trabajan juntos en una asociación que han fundado a favor de la paz. Ha sido el regalo más grande de todos estos años». Parece una utopía en una tierra lacerada por el conflicto. Sin embargo, en aquellos autobuses, parece lo más normal del mundo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón