Un aficionado al fútbol del todo insospechado. Se llama cardenal Joseph Ratzinger y en 1985 algunas de sus reflexiones sobre el fútbol fueron publicadas en el libro Cercate le cose di lassù (Buscad las cosas de allá arriba, ndt. Paulinas, Milán 1986. Título original: Suchen, was droben ist. Meditationen das Jahr hindurch, Verlag Herder, Freiburg im Breisgau 1985). Un volumen escrito justo antes del campeonato del mundo del 86 que se jugó en México y que empieza con una pregunta tan elemental como profunda: ¿por qué este deporte cosecha una adhesión tan multitudinaria? Hoy, a falta de dos días del comienzo del mundial de Brasil, proponemos de nuevo sus respuestas más agudas.
¿En qué se fundamenta el atractivo del fútbol?
Regularmente, cada cuatro años, el campeonato mundial de fútbol se muestra como un evento que fascina a centenares de millones de personas. Ningún otro acontecimiento planetario consigue tener un efecto tan amplio, lo que demuestra que esta manifestación deportiva toca algún elemento primordial de la humanidad que hace que nos preguntemos en qué se fundamenta todo el poder de este juego. El pesimista dirá que es como en la antigua Roma.
Retorno al Paraíso
En aquel entonces la consigna de las masas era: panem et circenses, pan y circo. El pan y el circo serían por tanto los contenidos vitales de una sociedad decadente que no tiene otros objetivos más elevados. Pero incluso si se aceptara esta explicación, esta no sería de ninguna manera suficiente. Nos tendríamos que preguntar aún: ¿en qué reside la fascinación de un juego que asume la misma importancia que el pan? Se podría responder haciendo todavía referencia a la Roma antigua, que la petición de pan y juego era en realidad la expresión del deseo de una vida paradisíaca, de una vida de saciedad sin afanes y de una libertad cumplida. Porque esto es lo que se pretende en último término con el juego: una acción completamente libre, sin una finalidad y sin constricciones, que al mismo tiempo implica y ocupa todas las fuerzas del hombre. En este sentido, el juego sería una clase de intento de retorno al Paraíso: la evasión de la seriedad esclavizante de la vida cotidiana y de la necesidad de ganarse el pan, para vivir la libre seriedad de eso que no es obligatorio y que por esta razón es bello.
El juego une
Así el juego va más allá de la vida cotidiana. Pero, sobre todo en el niño, tiene además el carácter de ser un ejercicio para la vida. Simboliza la vida misma y la anticipa, por así decir, de una manera libremente estructurada. Creo que la fascinación por el fútbol reside esencialmente en que une estos dos aspectos de una forma muy convincente. Obliga al hombre a imponerse una disciplina con el fin de obtener, con el entrenamiento, el dominio de sí mismo; con el dominio de sí mismo, la superioridad y con la superioridad, la libertad. Además les enseña sobre todo una camaradería disciplinada: en cuanto juego de equipo, obliga a la integración de cada persona en el equipo. Une a los jugadores con un objetivo común; el éxito o el fracaso de cada uno están en el éxito o el fracaso del todo.
Riesgo de contaminación por parte del mundo de los negocios
Además, enseña una leal rivalidad, donde la regla común, a la que nos sujetamos, es el elemento que liga y une en la oposición. Por último, la libertad del juego, si esto se desarrolla correctamente, anula la seriedad de la rivalidad. Asistiendo (al partido), los hombres se identifican con el juego y con los jugadores, y participan por tanto personalmente en el compañerismo y en la rivalidad, en la seriedad y en la libertad: los jugadores se tornan en un símbolo de la vida misma; lo cual repercute a su vez sobre ellos: ellos saben que los hombres, al verse reflejados en ellos, se sienten confirmados. Naturalmente todo esto puede ser contaminado por el afán de hacer negocio, que sujeta todo a la sobria seriedad del dinero, haciendo que el juego pase, de ser juego, a ser industria, creándose así un mundo ficticio de dimensiones aterradoras.
Libertad y disciplina
Pero ni siquiera este mundo ficticio podría existir sin el aspecto positivo que está en la base del juego: un ejercitarse en la vida y una superación de la vida en dirección del paraíso perdido. En ambos casos, se trata sin embargo de buscar una disciplina de la libertad; de ejercitar cada uno consigo mismo el compañerismo, la rivalidad y el entendimiento obedeciendo a la regla común.
Más allá del divertimento
Tal vez, reflexionando sobre estas cosas, podríamos nuevamente aprender del juego, a vivir, porque en él es evidente algo que es fundamental: el hombre no vive solo de pan, sino que el mundo del pan es solo el preludio de la verdadera humanidad, del mundo de la libertad. La libertad se nutre sin embargo de la regla, de la disciplina, que enseña el compañerismo y la rivalidad leal, la independencia del éxito exterior y de la arbitrariedad, y que, precisamente así, se vuelve verdaderamente libre. El juego, una vida. Si profundizamos, el fenómeno de un mundo apasionado por el fútbol puede darnos bastante más que un poco de diversión.
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