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«Todo lo que podemos pedir a Europa»

Alessandra Stoppa
14/05/2014
Una barcaza de refugiados llega a Lampedusa.
Una barcaza de refugiados llega a Lampedusa.

Las embarcaciones cada vez llegan con más frecuencia, mucho más que el año pasado, cargadas de vidas que acoger, peticiones de asilo, llamamientos, polémicas y una riada de caridad que no se ve. Hasta que vuelve a suceder algo como lo de esta semana, a cien millas del sur de Lampedusa. Por el momento se han encontrado más de veinte cuerpos sin vida. Ni siquiera la operación Mare Nostrum, que desde el mes de octubre pasado ha puesto a salvo a 19.000 personas, ha podido evitar la tragedia de este lunes. La ministra italiana de Defensa, Roberta Pinotti, ha invocado la ayuda de la Unión Europea, diciendo que la intervención de la Marina militar es provisional e insuficiente. «Mare Nostrum es la postura estable que debemos mantener en el área central mediterránea», declara Mario Mauro, el ministro anterior y quien puso en marcha esta operación: «Si Italia, como creo que es obvio, se siente responsable de todo lo que sucede en esta zona, no puede hacer otra cosa que actuar mediante una intervención coordinada de los ministerios de Interior y Defensa».

¿Cómo se concretaría eso?
Mare Nostrum es un ejemplo, porque se realizó con los presupuestos ordinarios de Defensa, con dinero que estaba destinado a la formación de todo el año. No hubo fondos extraordinarios. En vez de enviar una nave a Trieste, se envía a Lampedusa. Es una decisión determinada por lo que sucede en el sur del Mediterráneo.

¿No se concibió como una acción temporal?
Lo es, pero no en el sentido de que cuando se acabe el dinero, se acaba la operación. Es temporal porque en Libia no existe un estado. No nos olvidemos de lo más simple: en Libia no hay un interlocutor con el que llegar a acuerdos para crear soluciones en un ámbito bilateral. Después de la guerra, hay treinta brigadas, rebeldes y fundamentalistas que luchan por el poder. Obviamente, eso se refleja en el tráfico de seres humanos. No hay duda de que las bandas criminales obtienen beneficios no solo por la huida de los refugiados que salen de sus costas, sino también por la entrada de los que huyen del área sub-sahariana. Muchos de estos criminales se hacen cargo del viaje de personas desesperadas que proceden de Mali, Eritrea, República Centroafricana… A lo que hay que añadir la situación siria, que puede durar años. Por tanto, es una operación temporal porque no sabemos cuándo se ordenarán las cosas en Libia. Es una operación temporal, pero estamos allí desde hace 38 años… No hay duda de que Italia tiene que aprender a convivir con una concepción de sí misma como centinela del Mediterráneo.

Ese papel implica también a las instituciones comunitarias, pero la petición de ayuda a Europa, ¿es escuchada? Cecilia Malmström, comisaria de Inmigración, ha dicho que la Unión ha hecho todo lo posible y que ahora hace falta más solidaridad por parte de los estados miembros.
Existe una contradicción en el proceso del proyecto de integración europea. Hemos abolido las fronteras dentro de la Unión pero, paradójicamente, allí donde más se tendrían que tener en cuenta las fronteras europeas – es decir, en el límite exterior – estas se consideran como fronteras nacionales. Es una contradicción que solo puede resolverse mediante la política, implementando un proyecto de integración que conciba políticas comunes en materia exterior y de defensa. Naturalmente, este es un objetivo a medio y largo plazo.

Entonces, ¿qué puede pedir ahora Italia a la UE?
Es necesario pedir la cooperación europea evidenciando no solo el aspecto monetario, sino también el de la seguridad.

¿Por qué?
Pensemos en el caso de Atalanta (la misión de la UE contra los ataques piratas en las costas del Cuerno de África, ndr). Casi ha conseguido eliminar la piratería mediante la intervención de las fuerzas marítimas de los países miembros. Pero ha sido posible una operación comunitaria porque la competencia sobre los mecanismos de la inmigración clandestina y de acogida de los refugiados es de los estados miembros, mientras que la competencia sobre operaciones antiterroristas se puede compartir con la Unión. Por tanto, en relación con la UE hay que aclarar que quien se beneficia del tráfico humano son las redes terroristas, no solo las criminales. Eso obligaría a llevar a cabo una operación similar a Atalanta.

¿Es ese el camino, entonces?
Sí, esa es la colaboración europea que se puede pedir. Igual que se puede pedir la colaboración de la OTAN. Pero no se puede pedir que Italia se sustraiga a sus responsabilidades. Porque el dato principal es que el flujo de estos refugiados clandestinos que piden asilo supone para Italia un número mucho mayor que para los demás estados miembros. Aunque la comunidad internacional debe tener muy clara una cosa: la solidaridad no se hace con discursos, sino con principios de conveniencia. Si no contenemos este drama, que está vinculado a guerras y a tragedias humanitarias en sus países de origen, no haremos más que determinar el destino de millones de víctimas. Debemos ser conscientes. Cuando oigo a la gente lamentarse del número desproporcionado de personas que piden asilo desde Siria solo hay una alternativa: o realizamos una intervención militar allí o nos hacemos cargo de los que llegan huyendo del conflicto armado.

Entonces, no tiene sentido la objeción de quienes proponen bloquear la salida desde las costas de los países de origen.
Libia no es capaz de gestionar la permanencia de estas personas dentro de un país que no es un estado, sería poner en peligro la vida de estas personas. Hay una dinámica en el fenómeno de llegada que está entre la petición de asilo y la inmigración clandestina: uno abandona un país en conflicto, pero al hacerlo está pidiendo una vida mejor. Son fenómenos que se repiten de forma cíclica, que en el pasado determinaron el ocaso de ciertas sociedades, pero que también permitieron el nacimiento de otras nuevas. Nosotros debemos mirar con confianza hacia el futuro, con la seguridad de aquello en lo que creemos.

¿En qué?
Si yo tengo una visión positiva del hombre, sé que de un mal, de una gran dificultad en el escenario internacional, puede nacer un bien. Y afronto con esta conciencia los problemas que se presentan en la comunidad internacional y en mi país. Una de las respuestas más importantes es la que procede de la comunidad cristiana. Miremos nuestra historia: nosotros hemos tenido flujos migratorios extraordinarios hacia otros países, hemos llevado riqueza pero también dificultades. En América, por aquel entonces, existía la sensación de que pudiera nacer un estado dentro del estado, pero luego surgió la respuesta de EE.UU y también la de las comunidades italianas que maduraron allí una auténtica integración y ayudaron así a superar el binomio. Ahora, los italo-americanos son uno de los fundamentos de la comunidad americana. En Europa puede suceder lo mismo si estamos dispuestos a acoger y a prestar atención a los fenómenos migratorios buscando una propuesta de ideales creíbles.

Malmström también ha afirmado que la Unión está dispuesta a dar hasta seis mil euros por refugiado y a establecer “puntos de entrada protegidos”, pero falta tomar la decisión y concretar cuáles serían esas ciudades.
Eso es una forma de hipocresía por ambas partes, por la UE y por los estados nacionales. El dinero del presupuesto europeo viene de los países miembros, que se han impuesto la regla de no dar más del uno por ciento del PIB. Pero los gobiernos deben ser conscientes de que hay que poner más en esta cesta y que gran parte de ese dinero lo usarán en los próximos años Grecia, Italia, España y Portugal, porque son los países fronterizos del sur, donde se da el grueso del fenómeno migratorio. Pero, por ejemplo, también por Bulgaria, el otro gran flujo – mucho más ignorado por la opinión pública – que va desde Turquía a Bulgaria, donde llegan procedentes de Iraq y de la zona medioriental.

¿También allí tiene responsabilidad la UE?
Ese es uno de los grandes puntos calientes de Europa. El problema actual de Europa no son tanto los euroescépticos como los euroconvencidos que, no creyendo hasta el fondo, representan el papel de “eurocretinos”, porque parecen defensores de algo que en la realidad resulta impotente. Hace falta creer de verdad y transformar en acciones lo que es la aspiración de todos. Si hay un flujo migratorio enorme que va desde el sur del mundo hacia Europa, está claro que Lampedusa no es solo la frontera de Italia sino de toda Europa.

¿Cómo se puede superar esa impotencia?
Las medidas concretas dependen de la determinación política de los estados, que las llevarán a cabo mediante las instituciones comunitarias. Si algún estado del norte de Europa tiene la esperanza de resolver del problema porque ve, en el presente, puede descargar esta tarea en el país fronterizo con las costas de África, entonces se equivoca: no está haciendo más que posponer el problema en el tiempo, con consecuencias aún peores, así como su deber de solidaridad, arriesgándose a que la situación pueda incluso alterar la estructura de los estados.

Sin Europa, ¿cómo afrontaría Italia este problema?
No podría. Una cosa es reivindicar un mayor grado de asunción de responsabilidad por parte europea, pero de hecho en todo lo que estamos haciendo es indispensable el dato de que quien sostiene el peso de los flujos migratorios es, aunque sea mínimamente, el contexto europeo. Pensemos solamente en qué quiere decir la gestión de las bases de datos, la monitorización de los desplazamientos, los problemas relacionados con la seguridad y el terrorismo, la situación de los menores que piden asilo. En todos estos aspectos, la colaboración de las instituciones europeas es lo único que nos permite hacer frente a un fenómeno de estas dimensiones.

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