Me había impactado mucho la fotografía del rostro de uno de los activistas asesinados el 20 de febrero, que se publicó en distintos medios. En él se reflejaba una calma y una humildad que no parecían terrenas y no había rastro de miedo ni de odio. Y hoy, cuando estaba en el Maidan, he sabido que cuando los disparos alcanzaron a los primeros manifestantes, los sacerdotes no dejaron a ninguno de ellos, en el camino de la muerte, sin confesión. Aquellos sacerdotes, con la cruz como escudo, llegaron inmediatamente a la zona del conflicto y confesaron a los heridos de gravedad. Entonces entendí que la “centuria celeste” era verdaderamente “celeste” y entendí por qué esos sacerdotes, durante tres meses, habían estado en el Maidan, por qué los activistas distribuían el Evangelio, pedían a la gente que se confesara, hablaban de Dios. Durante todo este tiempo, los cristianos han preparado a estos soldados para su último combate por la libertad de Ucrania, han preparado a la “centuria celeste”, “preparando su cuerpo” para la sepultura, como hiciera María Magdalena.
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