Con su discurso de san Ambrosio, el cardenal Angelo Scola dio una vuelta de tuerca al debate sobre el tema central de la Expo 2015 que se celebrará en Milán bajo el título “Alimentando el planeta, energía para la vida”, dando un paso más allá de las importantes pero insuficientes discusiones sobre alimentación y ecología. Se hizo evidente la semana pasada en un salón abarrotado para asistir a una mesa redonda en la que el purpurado confrontaría sus ideas y propuestas con el editorialista del Corriere della Sera Massimo Franco, con la profesora de Política económica en la Universidad Católica Simona Beretta, y con el comisario de la Expo, Giuseppe Sala.
El enfoque de Scola de cara a esta Exposición universal toma su punto de partida en una pregunta radical sobre el ser hombre: «¿Qué es lo que alimenta la vida?», una pregunta que coincide con el título del libro que contiene la versión integral del discurso del cardenal con motivo de la festividad de San Ambrosio, publicado en italiano por el Centro Ambrosiano. El presentimiento de una respuesta en último término inconmensurable e imprevisible se halla en una frase de san Agustín publicada en la contraportada de dicho libro: «Se alimenta el alma con aquello que la alegra». Una afirmación que, bien mirado, no cierra la cuestión sino que más bien la reabre y la guía.
Un enfoque común. La propuesta de Scola es una invitación a «saber resistir a la fragmentación y reducción de los temas» implicados en el título de la Expo: alimentación, energía, planeta y vida. Una fragmentación «animada también por fuertes intereses sectoriales en juego» que deben medirse a partir de una impostación unitaria: «valorar al máximo sus múltiples significados, proponiendo al mundo una visión cultural y nuevos estilos de vida cuyos significados técnico-científicos y humanísticos, socio-políticos y éticos, culturales y religiosos, puedan convivir de manera eficaz».
Un punto decisivo. Que el discurso del cardenal el día de san Ambrosio estuviera dedicado a la Expo no puede considerarse en absoluto como algo obvio: indica que la Iglesia milanesa considera que esta cita apunta a una cuestión decisiva para el futuro del hombre, de Italia, de Milán y de su propia misión. Es así desde la época de los cardenales Giovanni Montini, que inauguró en 1960 esta tradición, y Giovanni Colombo, cuyos discursos sobre la sana laicidad del Estado en los años de plomo y de anti-cristianismo amenazaban a la sociedad italiana. Todo ello, además, en perfecta sintonía con la Iglesia universal de Ratzinger y Bergoglio: la Santa Sede, por una decisión tomada ya en el pontificado de Benedicto XVI, estará presente con su propio pabellón, y el Papa Francisco se reunirá en enero con Scola y con los representantes de la Expo.
¿Quién quiere ser el hombre del tercer milenio? Para Scola esta pregunta es ineludible: «¿Quién quiere ser el hombre del tercer milenio?» (de lo contrario, la Expo sería una ocasión perdida). «Sin replantearnos qué es el hombre», afirmó el cardenal, «sin volver a proponer la cuestión de la gramática de lo humano, el único saber y el único hacer del que el hombre contemporáneo podrá sentirse seguro será el tecno-científico, el primado de lo económico-financiero, internet y la comunicación, la biopolítica, es decir, el primado de los grandes ejes de un régimen tecnocrático. Donde los criterios del poder técnico condicionan a todos los demás (políticos, sociales, éticos, culturales, religiosos) y prevalecen sobre ellos, privándoles de los recursos principales e indispensables para un sujeto humano capaz de poner en discusión ante todo a sí mismo». El cardenal lanzó una hipótesis de respuesta al señalar, con Ratzinger, la vía de una “ecología humana”, de una verdadera salvación de lo humano, ofreciendo la contribución educativa de la humanidad que constituye la tarea connatural de la Iglesia. Se trataría de ayudar al hombre a «reconocerse como una relación con Otro, o con un más allá», superando las (des)ilusiones tanto de «un antropocentrismo exasperado» como de una «sacralización de la naturaleza», ayudar por tanto al hombre a leer y a afrontar sus necesidades de un modo verdaderamente humano, es decir, en relación con su deseo, que en último término es deseo de un más allá, de Infinito. Scola utiliza las palabras “nuevo humanismo” y “nuevo renacimiento”. En resumen, el planeta se salva si se salva el hombre.
La fatiga y la alarma. Para desarrollar esta tarea, las Iglesias europeas, un poco cansadas y fatigadas, deben darse una voz de alarma, sacudirse de encima el «intelectualismo, doctrinarismo, conceptualismo», todos ellos indicios de una suerte de «tecnocracia dentro de la Iglesia que ha subestimado a la experiencia». La experiencia «de un pueblo conmovido por el encuentro con Señor». La “alarma” la ha tocado el Papa Francisco: él pone en juego su experiencia personal en Buenos Aires, una de las «megalópolis o megacity globales», por la que pulula un concentrado de todos los graves problemas humanos de nuestro mundo, para relanzar a la Iglesia en su misión “hacia las periferias de lo humano”.
El futuro de Milán. Juntos, la “alarma” también la tocan personas y comunidades que saben testimoniar – Scola se refirió a casos concretos que ha conocido en las parroquias y movimientos – la belleza del nacimiento de un hijo, el reconocimiento de sesenta años de fidelidad conyugal, el milagro de la muerte de unos padres que regenera el sentido religioso de su hijo. Estos son los «nuevos estilos de vida» humanos. Es la experiencia «que no debemos subestimar», civil y religiosa. «¿Por qué entonces los cristianos no deberían proponer con fuerza a todos sus hermanos los hombres, con pleno respeto hacia la libertad de cada uno, el estilo de vida de Aquel que vivió plenamente la experiencia de lo humano?».
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