«Corremos el riesgo de hacer planos de edificios sin ascensores ni escaleras». Con esta imagen, monseñor Vincenzo Paglia inauguró el congreso organizado por el Pontificio Consejo para la Familia, que él preside, para señalar la «urgente necesidad de que las generaciones recuperen la comunicación entre ellos». Bajo el título “He recibido, he transmitido. La crisis de la alianza entre generaciones”, se celebró durante los días 15 y 16 de noviembre, dando cita a académicos y estudiosos con el objetivo de comprender mejor la relación entre padres e hijos en un momento en el que ésta parece inmersa en una crisis totalmente nueva. «La generación adulta actual es responsable simplemente porque no ha estado, sólo ha pensado en sí misma», afirmó Paglia: «Hay que reflexionar para identificar nuevas perspectivas que poner en práctica». Ya no es el tiempo de Edipo sino de Telémaco. Ya no es el tiempo de una figura paterna opresora que hay que eliminar, sino el de la espera del retorno de la paternidad.
La disolución en las relaciones entre generaciones no es un problema que afecte sólo al punto de vista humano sino que conlleva graves consecuencias en todos los ámbitos. Sale de nuevo a la luz el papel central que la familia ocupa en el seno de la sociedad: en el momento en que se modifican las condiciones sobre las que está fundamentada, la sociedad entera enferma. «Nos encontramos dentro de un largo camino de historia de la libertad», declaró Mauro Magatti, profesor de Sociología en la Universidad Católica de Milán: «La libertad conquistada después de los cambios que llegaron en los años sesenta era una libertad adolescente, como no podía ser de otro modo. Por eso, la crisis que estamos viviendo es una crisis adolescente». El adolescente como tal no se concibe en relación con otros: se concentra en sí mismo, empeñado en descubrir quién es. Por eso nos encontramos en una sociedad estéril. Citando al psicoanalista Erikson, Magatti señaló que «en el paso de la edad de la adolescencia a la edad adulta se produce una encrucijada entre el estancamiento y la capacidad de generar». Una capacidad de generar que no sólo debe entenderse en su sentido biológico, sino también simbólicamente: un empresario o un profesor generan en el momento en que hacen su propio trabajo. «El mundo del consumismo no se supera con un discurso moralista sino con la construcción de otro pulmón. El consumo, por sí mismo, no es un error. Pero hay que entender que no puede ser ese el único fundamento. Es necesario que la sociedad del consumo y de la generación caminen juntos».
«Nuestra época está marcada por la pérdida del sentido simbólico de la ley. Una ley que es la base de la posibilidad misma de estar juntos», afirmó el psicoanalista Massimo Recalcati, citando a Freud. «Telémaco es consciente de que para restablecer la ley en Ítaca es necesario reconstruir la alianza con su padre. Pero esta posibilidad exige que él se ponga en movimiento. De hecho, la Odisea empieza precisamente con el viaje de Telémaco en busca de Ulises». La tarea del hijo es la herencia, que no es sólo una herencia de bienes o genes, sino la herencia del testimonio del padre. Por otra parte, la tarea de los padres es ponerse en la misma posición que Abrahán. Abrahán nunca dudó en decir «aquí estoy», igual que el padre debe afirmar su estar ante el hijo, porque «el ser humano necesita una presencia». Pero Abrahán tampoco se negó a sacrificar al hijo tan esperado. «El padre que sacrifica al hijo más amado realiza el gesto más grande de paternidad». Saber sacrificar el vínculo con alguien que uno siente como propio coincide con reconocer que pertenece a Otro.
«La paternidad es ser otro aun siendo uno mismo», explicó Francesco Botturi, profesor de Filosofía en la Universidad Católica de Milán: «Sólo en este paradigma relacional de alianza es posible la existencia de la familia. En el momento en que se rompe esta duplicidad, se crean todas esas patologías que ya vemos que padece nuestra sociedad». Junto a la dimensión de la familia, se recupera también otra estructura importante: la de la comunidad.
Según el psicoanalista Francesco Stoppa, es precisamente «la comunidad ese lugar afectivo que permite la vida en la sociedad. La ruptura de la comunidad da miedo porque entonces faltaría el eslabón perdido entre la familia y la sociedad». Es por ello que cada vez más a menudo la familia tiende a ser un lugar replegado sobre sí mismo, como si los padres quisieran crear un refugio para que los hijos no tengan que enfrentarse a los peligros de la realidad exterior. Y es precisamente por este motivo que hoy hace falta libertad pero no ya en términos de desvinculación absoluta sino justamente en la perspectiva de las relaciones. No según una visión estéril sino generadora, como señalaba Magatti. Porque «o matas a tu hijo por temor a que se equivoque, o bien aceptas que se puede equivocar pero saber que siempre tendrá un punto al que mirar incluso cuando se equivoque».
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