Trabajo en CESAL desde enero de 2011, apoyando desde Madrid los proyectos de República Dominicana y Haití. Mi trabajo diario se da delante de una pantalla de ordenador, con unas cuantas conversaciones por Skype y algún viaje de seguimiento como contacto con la realidad de los países. Sin embargo, el pasado mes de junio, me propusieron pasar un par de meses en Haití. La verdad es que no me lo tuve que pensar demasiado, era una gran oportunidad para entender bien el trabajo y el contexto de desarrollo allí.
Salí el 3 de agosto. Tras una larga escala en Nueva York, llegué el 4 de agosto a Puerto Príncipe, donde una de mis compañeras, Egido, directora de proyectos de CESAL en Haití y española, me esperaba en el aeropuerto para llevarme a lo que sería mi casa durante un par de meses. Estuve en Puerto Príncipe en 2011, pero no había vuelto desde entonces. La verdad es que la primera impresión fue bastante positiva teniendo en cuenta que ya no hay escombros por las calles, apenas se ven casas destruidas y las plazas y parques, antes ocupadas por tiendas de campaña, empiezan a ser lugares agradables donde pasear.
Sin embargo, los días avanzan y empiezo a descubrir la ciudad. Me doy cuenta que sigue habiendo campos de desplazados, pero en sitios no tan "visibles" (como no están en el centro de la ciudad, nadie se ha preocupado por desalojarlos). Y me doy cuenta que no hay apenas casas reconstruidas así que me pregunto ¿dónde está toda esa gente que antes vivía en tiendas de campaña? La respuesta, en los "bidonvilles", zonas urbano-marginales llenas de chabolas, con calles como laberintos, estrechas, sin ventilación, sin agua y saneamiento, con ríos de basura. Esa es la "mejora" que han podido permitirse tras recibir una ayuda de 400 dólares por abandonar la tienda de campaña, y ese el que ha tenido más suerte y no ha sido desalojado por la fuerza.
Sigo descubriendo la ciudad. Me presentan a una beneficiaria de nuestros proyectos: Jesulá. Llegó a CESAL a través de nuestro Centro de Nutrición embarazada de 5 meses, pidiendo que le ayudáramos a abortar porque ya tenía 3 hijos y "no podía más". No debe tener mucho más de 20 años. Ningún familiar cerca, ningún marido o compañero, ningún ingreso. Recibió apoyo psicológico y se le acompañó durante el resto del embarazo, dándole la opción de llevar al niño a un centro de acogida cuando naciera. Tras 4 meses, nació su 4º hijo y decidió quedárselo. Ahora es beneficiaria del Centro de Nutrición y del programa de "Actividades de Generación de Ingresos", con el que pondrá en marcha un pequeño negocio pero, mientras tanto, no tiene nada. Vivía en casa de una amiga, pero está cansada de oír llorar a los niños porque tienen hambre, así que la ha echado. Ese día, Jesulá está desesperada. Es viernes y me voy a casa sin saber dónde va a dormir ese fin de semana. Ni ella, ni sus 4 hijos. Lo peor: saber que no es un caso aislado. Cada persona tiene su historia, ninguna fácil.
El tiempo pasa rápido en Haití. Me faltan 10 días para volverme a España y me doy cuenta que la desesperanza se está apoderando de mí. Recuerdo el documental que hizo CESAL de "Haití, Tierra de Esperanza". Sé que algo falla, pero no en el país. Algo falla en mí. Lo que yo estaba percibiendo, la miseria y la difícil situación del país, es lo mismo que ve cualquier persona que pase tan sólo un par de días en Puerto Príncipe. No hacen falta 2 meses para darse cuenta de eso, porque es lo evidente, lo obvio, lo que aparece en todas las cadenas de televisión y artículos de los periódicos. Si buscas "Haití" en internet, la mayoría de las imágenes que aparecen son de pobreza y de dolor, del terremoto, de casas destruidas. Pero Haití tiene mucho más que eso. Sólo hay que mirar más allá. Así que pasé mi última semana abriendo más los ojos, hablando con mis compañeros (haitianos y expatriados), conociendo a nuestro equipo y no quedándome en el inicio de la historia de cada persona, sino viendo dónde puede terminar.
¿Hay esperanza en Haití? Por supuesto. La hay mientras haya mujeres que acuden día a día al Centro de Nutrición, jóvenes que participan en los cursos de formación profesional, niños y niñas que acuden a la escuela y familias que ponen en marcha un pequeño negocio para conseguir salir adelante. La hay mientras haya personas dispuestas a seguir luchando y a trabajar juntas para mejorar, aunque sea un poco, nuestro alrededor, desde Haití, o desde cualquier lugar del mundo. La hay mientras haya personas como nuestro equipo en Haití, profesionales que creen en un cambio y que contagian esa esperanza a los beneficiarios y beneficiarias.
Yo ya estoy de vuelta en Madrid, delante de mi pantalla de ordenador, pero sin olvidar lo que hay y, sobre todo, quién hay "detrás".
Jesulá está viviendo ahora en casa de unas monjas. Ha asistido a todas las formaciones, ha hecho su plan de negocios y está a punto de recibir un kit para poner en marcha su pequeña empresa. Nuestro equipo continúa a su lado, para garantizar que ese negocio sale adelante y para que, como hasta ahora, la acompañen y contagien de esperanza en los momentos más difíciles.
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