El acuerdo in extremis entre Rusia y Estados Unidos ha evitado el ataque contra Siria, el único país árabe provisto de armas químicas y presumiblemente dispuesto a hacer uso de ellas. En el contexto de la primavera árabe, el régimen sirio respondió a las manifestaciones populares pacíficas con tal brutalidad que el ejército se dividió en facciones y la oposición siria tuvo que armarse para defenderse. En el transcurso de muy poco tiempo, la guerra asumió inevitablemente unas proporciones enormemente complejas desde el punto de vista religioso, regional e internacional. El gobierno sirio, con el apoyo de Corea del Norte, Irán y Hezbolá, y armado con un arsenal de procedencia rusa, se ha encontrado con una oposición civil y militar formada por sunitas y cristianos, liderada por formaciones filo-occidentales pertenecientes al Ejército sirio libre, donde también se encuentran extremistas islámicos apoyados por mercenarios extranjeros pertenecientes al mundo árabe e islamista, financiados por países y ciudadanos particulares del Golfo Pérsico. En ambos bandos hay ladrones y señores de la guerra, criminales y comerciantes de armas que actúan con plena autonomía, según el criterio del mejor postor.
Si aplicamos la reducción maniquea que opone buenos y malos, resulta casi inevitable perder de vista el rostro íntimamente humano de la guerra en Siria. Para el padre Sidney Griffith, profesor de Los orígenes del pensamiento sirio y árabe-cristiano en la Universidad Católica de América, Siria es todo menos una abstracción. Como eminente estudioso de las relaciones entre cristianos y musulmanes en los primeros años del Medievo, está perfectamente capacitado para tomar en consideración la dimensión profundamente comunitaria que se esconde en esta dinámica histórica, eclesial y cultural. Lleva décadas dedicado al diálogo y al encuentro interreligioso entre musulmanes y cristianos, apoyó a la Badaliya, una asociación de oración fundada por el gran estudioso francés del islam Louis Massignon (1883-1962), en la que los cristianos ofrecen su propia vida rezando y estrechando vínculos de amistad con sus hermanos musulmanes. Muchos de los antiguos alumnos de Griffith son de origen árabe y musulmán, y han regresado a sus países enriquecidos con el bagaje de su erudición y de su espíritu ecuménico. Huellas ha entrevistado al padre Griffith para tratar de entender mejor quiénes son los protagonistas de este escenario de violencia tan amenazador para todos.
En el debate sobre Siria, la voz de la Iglesia corre el riesgo de considerarse como “pacifista”, o incluso “ingenua”. Sin embargo, las palabras del papa Francisco encierran una perspectiva auténticamente humana.
El conflicto sirio se caracteriza por su gran complejidad y peligrosidad. Es por tanto muy importante seguir el ejemplo del papa Francisco. La suya es ante todo una posición de profundo respeto por la vida humana, como emerge con claridad de su invitación a la oración, al ayuno y a la defensa de los valores humanos comunes a toda la humanidad. Tiene toda la razón cuando dice que no podemos contestar a la guerra con la guerra.
Una invasión por «motivos humanitarios», según Obama, parece una contradicción en sus propios términos…
No es posible sostener que un ataque americano contra Siria tendría el objetivo de evitar actos de violencia contra los civiles, pues sencillamente implicaría que moralmente el fin justifica los medios y que hacemos el mal en vista de obtener un posible bien. Una respuesta auténticamente humanitaria no consiste en llevar la destrucción bombardeando Siria para castigar a Assad, sino ante todo proporcionar alimento, medicinas y agua.
El papa Francisco ha subrayado con fuerza esta contradicción.
Por supuesto. En una situación como esta, bombardear no tiene ningún sentido. Es importante salvaguardar la objetividad evitando demonizar a las partes implicadas, como ha hecho el Papa en su llamamiento para proteger la vida humana, no sólo la de los cristianos. Ha demostrado un gran coraje al dirigirse directamente a los líderes mundiales, sin pretender dar clases de moral a nadie sino tomando como punto de partida la verdad del Evangelio: sus palabras se basan siempre y sólo en el Evangelio.
Es evidente que esta amenaza le preocupa.
Sin duda, dado su profundo amor por la humanidad. No es posible hablar en abstracto de “daños colaterales” derivados de un ataque de Estados Unidos. Aquí estamos hablando de vidas humanas. Igual que hizo el papa Juan Pablo II en la vigilia de la invasión americana de Iraq en 2003, cuando envió personalmente a un emisario para pedirle la paz al presidente Bush. En la raíz del llamamiento del papa Francisco por el respeto de la vida humana, hay también motivaciones personales: de hecho, él conoce los efectos de la violencia política, los pudo ver directamente durante la “guerra sucia” contra la oposición de izquierdas en Argentina. El Papa expresó toda su preocupación durante el encuentro con los jesuitas el pasado 31 de julio, dos días después de que se supiera la noticia del secuestro del padre jesuita Paolo Dall’Oglio en Siria. El Santo Padre rezó por «nuestro hermano en Siria», refiriéndose evidentemente al padre Paolo, durante la misa en Roma el día de la fiesta de san Ignacio. Y justo después del secuestro, el Papa dirigió al mundo su más sentido llamamiento por la paz.
Usted es amigo del padre Paolo desde hace muchos años. ¿Por qué ha afrontado el riesgo de volver a Siria después de haber sido ya expulsado del país?
La suya es una historia muy interesante. En su obra a favor del diálogo interreligioso entre musulmanes y cristianos, el padre Paolo se inspiraba en el ejemplo de Louis Massignon y de los mártires de Nuestra Señora del Atlas en Tibhirine, Argelia. Dall’Oglio, que no pertenece al mundo académico, pasó tres años en el antiguo monasterio sirio de Deir Mar Musa haciéndose cargo de la reconstrucción y transformándolo en lugar de encuentro para cristianos y musulmanes. Desde que diera comienzo la revuelta siria se pronunció en contra del régimen de Assad y en consecuencia fue expulsado del país. A finales de julio volvió a entrar a través de Turquía, penetrando en la zona controlada por los rebeldes, convencido de que su profundo conocimiento de la lengua y de la cultura local así como sus contactos en las facciones de los insurgentes le permitirían contribuir a una mediación en la violenta tensión que se vivía entre estos últimos y los kurdos presentes en la región. Pero llegado a un cierto punto, fue secuestrado por unos desconocidos.
Otro cristiano víctima de la violencia…
No sabemos nada del padre Dall’Oglio y tampoco de otro amigo mío, el obispo sirio-ortodoxo Gregorios Yohanna Ibrahim, ni de su compañero de viaje, el obispo greco-ortodoxo Boulous Yazigi. Extrañamente, los dos, por su pertenencia a confesiones distintas, participaban juntos en una visita pastoral a un campo de refugiados en Turquía. Al volver, en abril de 2013, fueron secuestrados, probablemente por extremistas islámicos. Aparte de estos dos episodios, recientemente se han verificado actos de violencia y daños a los cristianos, como la invasión de la histórica ciudad cristiana de Maalula por parte de varios grupos rebeldes.
En este escenario, ¿dónde se sitúan los cristianos?
La situación de los cristianos en Siria es sobre todo compleja, desde el momento en que una parte de la comunidad y de sus obispos se declararon a favor del régimen de Assad. Desde que subió al poder el partido socialista Baath durante la presidencia de Hafez al-Assad, padre de Bashar, en las comunidades cristianas se ha prohibido ejercer libremente la propia fe, así como construir escuelas o iglesias. Uno de mis alumnos, a cuya ordenación episcopal tuve el privilegio de asistir durante mi último viaje a Siria, es actualmente obispo de al-Hasakah, en la parte nororiental del país, cerca de la frontera con Turquía. Me dijo que es injusto criticar a los cristianos que no se adhieren a la revuelta contra el régimen porque identifican en Bashar al-Assad a su defensor. Assad es un peligro conocido, mientras que cualquiera que pudiera subir al poder después de la caída del régimen sería un peligro desconocido. Además, en caso de victoria de los rebeldes, ciertos grupos pertenecientes a la yihad reservarían un tratamiento horrendo a la comunidad cristiana. Por otra parte, algunos cristianos, sin embargo, han apoyado a la resistencia: además del padre Dall’Oglio hay otros, como Najib Awad, profesor de Teología en el Hartford Seminary, que ha publicado artículos sobre la moralidad de oponerse a regímenes opresores.
Por tanto, ¿los cristianos sirios no confían en iniciativas internacionales?
La mayoría de los cristianos sirios entienden que nadie debería intervenir en la política interna de su país, pero desafortunadamente la situación es tan trágica que no se puede afrontar así. Una de nuestras hermanas, que estuvo presente en el ataque de los rebeldes a Maalula, ha dicho que muchos de ellos no hablaban la variante siria del árabe, y que algunos ni siquiera hablaban árabe. La presencia de extranjeros entre las filas de los insurgentes contra el gobierno no es un fenómeno netamente sirio, también se ha documentado durante las guerras de Chechenia, Iraq y Afganistán.
En su opinión, ¿los cristianos deberían quedarse, a pesar de la violencia y la incertidumbre de la situación política?
Este país es su casa y ellos no son los únicos que sufren. Siria es la cuna de los orígenes del cristianismo, fue precisamente en esta región de la antigua Antioquía donde la fe cristiana creció y se desarrolló en su etapa griega y aramea. Además, los cristianos han convivido con los musulmanes desde el nacimiento del islam en Siria, en el siglo VII, por lo tanto, lo que es una situación trágica para los cristianos lo es también para las comunidades musulmanes tradicionales, puesto que construyeron juntos esta sociedad y que los cristianos son una parte integrante de la civilización islámica clásica. En este sentido, los movimientos militantes islámicos constituyen una amenaza también para la sociedad musulmana tradicional. Sin embargo, como portadores de Cristo, los cristianos tienen algo único que ofrecer con su sola presencia.
¿Puede poner un ejemplo?
Existe una orden de monjas trapenses que en 2005 se trasladaron a Alepo, en Siria, para fundar una comunidad monástica basada en el ejemplo de los monjes de Tibhirine. El 29 de agosto, bajo la amenaza de un inminente ataque por parte de los Estados Unidos, una de estas hermanas escribió una bellísima reflexión sobre los sufrimientos de la población siria invocando la paz. «El premio Nobel de la Paz, ¿hará caer sobre nosotros su sentencia de guerra? ¿Más allá de toda justicia, del sentido común, de toda misericordia, de toda humildad, de toda sabiduría?», se preguntaba.
¿Qué tipo de iniciativa civil podría cambiar la suerte de Siria, si es que existe alguna?
El escenario ideal consistiría en una coalición de protagonistas a nivel regional, con intenciones sinceras para resolver el conflicto sirio. Israel, Turquía, Iraq, Irán y otros países tienen todo el potencial necesario para hacer un esfuerzo conjunto capaz de llevar la paz.
La situación actual es muy delicada, supongo que muchos de sus pensamientos y oraciones se dirigen a sus amigos que están en peligro.
Claro que sí, y las noticias se suceden día tras día, sólo podemos mirar, esperar y tener esperanza. Una persona que conozco y que vive en Siria me ha confiado su gran preocupación por la eventualidad de que los Estados Unidos puedan bombardear un arsenal químico, provocando graves consecuencias para la población civil circundante. Esto me ha hecho reflexionar sobre la banalidad del mal y la aparente normalidad del pecado, como nos enseña la filósofa política Hannah Arendt. En su libro sobre el proceso a Adolf Eichmann, uno de los artífices de la shoah nazi, describía a Eichmann como caracterizado por una «incapacidad para pensar». La etimología de la palabra alemana correspondiente expresa la falta de autorreflexión, ausencia de un “yo”. Sin embargo, cualquier acción moral hace necesaria precisamente este tipo de capacidad para pensar, mucho más en una tragedia como esta.
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