Jonathan Fields, músico y profesor americano, conmovió a los presentes con su profunda experiencia de sufrimiento y conversión. «Desde niño, fui siempre una persona mu movida, depués del colegio me inscribí a la universidad para estudiar arte mientras frecuentaba el convervatorio. Me preguntaba incesantemente dónde estaba el Mesias, si él llegaría en algún momento, o si estaba ya en medio de nosotros». Jonathan tenia pocos amigos, vivía de tocar por la noche en locales de Nueva York. «Por casualidad – contó – algunas noches encontraba músicos católicos, me incluyeron en su tour, me invitaban a tocar y se encendió en mí algo nuevo: reconocí en Cristo el rostro del sufrimiento y entendí, que era Él el Mesías».
En poco tiempo, el músico decidió convertirse al cristianismo: «Mis padres sufrieron mucho con mi decision, sobre todo por el hecho de que yo daba muchos signos de inestabilidad emotiva; sufría un trastorno bipolar del que no era consciente». Con su indumentaria alternativa, gorra y sudadera juvenil, Fields compartió las partes más íntimas de su vida interior, que le llevaron a acercarse al movimiento de Comunión y Liberación. «Tuve la primera caída psicológica y vendí mis dos guitarras para comprarme un billete de avión a Roma. Allí me quedé estasiado y comprendí la importancia del rosario. Decidí ir a un monasterio en Arizona con la intención de convertirme en monje, pero mis padres comprendieron mis intenciones y contrataron a un detective privado para que me encontrara». Los monjes comprendieron que la de Jonathan no era una verdadera vocación, más bien una forma de escapar. «Tuve entonces otra recaída, hasta que encontré un psiquiatra católico que me dijo que lo que necesitaba eran amigos, pero yo no entendía a qué se refería: me invitó a conocer a un grupo de personas que se reunían en la catedral de San Patricio, y fue allí donde encontré una guía en las obras de don Giussani y después en Carrón». En San Patricio el múscio encontró a su futura mujer. «Nos casamos, y ahora tenemos hijos, yo compongo música y enseño, mi vida es estable y serena. Creo que el don del encuentro es fundamental para cada uno de nosotros».
Anujeet Sareen, director de una agencia financiera de Boston, contó su infancia en una familia de tradición oriental. «Nací en la India en 1927 en el seno de una familia sikh. La tradición más importante de esta cultura es el kesh: los niños dejan crecer su pelo, hasta que al llegar el momento de madurez los recogen en un turbante. Mi familia se trasladó de la India a América, yo tenía 16 años pero empezaba a tener dudas sobre los dogmas y la educación impuestas por esta religión».
«Un día decidí ir a la peluqueria – siguió contando Sareen – y recuerdo que cuando le conté a mi padre que me había cortado el pelo estuvo sin hablarme semanas. Para mi familia era una vergüenza y un shock. Terminé mis estudios superiores y me inscribí en la universidad, donde conocí a Tara, ahora mi mujer, que me llevó a algunos encuentros con personas cristianas». En poco tiempo Sareen se dió cuenta de la verdad de cuanto predicaba la iglesia católica y se convirtió. «Las personas que frecuentábamos formaban parte del movimiento de Comunión y Liberación y no me fue difícil, por tanto, acercarme a don Giussani y a Carrón».
«Despues de graduarme – prosiguió – en la empresa en la que trabajaba me di cuenta de cómo muchas veces, en muchos procesos económicos mundiales se veía la mano de Dios. Muchos cambios del aspecto político y económico mundial siguen un flujo que no es casual». Leyendo El sentido religioso de Giussani, Sareen se convenció de que su modo de estar en la empresa tenía que seguir la huella cristiana. Así, intentaba sensibilizar a clientes y trabajadores en un nuevo modo de trabajar, lo que lleva a momentos de grandes dificultades.
El empresario recordó los tiempos críticos de las caídas de los bancos y de las instituciones más importantes de la economía americana: «Incluso mi empresa estuvo a punto de cerrar. Recuerdo que pasaba largos periodos rezando por el trabajo, para que no llegara la crisis. Creo que se ve la mano de Dios, hemos conseguido sobrevivir e incluso a subir puntos en positivo en el mercado financiero. Así podré continuar a la luz de la fe». Sareen y Tara han tenido ocho hijos, cuatro chicas y cuatro chicos, los dos últimos llegaron en la época de mayor crisis.
«Hoy hemos escuchado dos testimonios de conversión – concluyó Letizia Bardazzi, presidenta de la Asociación italiana de centros culturales – que nos muestas cómo la perturbación que Cristo genera en la vida del hombre puede convertirse en fuente de vida, cambio y ejemplo para los demás».
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