«El sufrimiento de los cristianos tiene una larga historia, pero ahora ha llegado a su culmen». Habla Wael Farouq, vicepresidente del Meeting Cairo, profesor en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán, y siempre un observador atento de lo que sucede en su país. El profesor musulmán de lengua árabe aclara inmediatamente cuál es su posición: «No estoy a favor del ejército, sino en contra del terrorismo, porque no es posible que los Hermanos Musulmanes maten sistemáticamente a los cristianos con el silencio y la mala fe de muchos órganos de información».
La persecución de los cristianos afecta a personas que tienen nombre y rostro, por eso Farouq insiste en que «no combato una batalla por los cristianos ni hablo tampoco de los cristianos en abstracto; parto de una relación de amistad con personas que viven la fe cristiana y son asesinadas por su pertenencia religiosa. Se les mata en su casa o en las iglesias». Para el intelectual egipcio, resulta difícil contener la emoción mientras relata el drama que vive su país, mientras describe la violencia que los cristianos han soportado entre el yunque del ejército y el martillo de los Hermanos Musulmanes.
Historias terribles y desconocidas. Como la de un sacerdote «que no había participado en las protestas, y fue decapitado por los islamistas. Dejaron su cuerpo en medio de la calle, como advertencia para todos los fieles». El tono de su voz se alza y Farouq explica por qué: «Morsi ha puesto los cimientos de la crisis que hoy se condena. si Europa hubiera afrontado de inmediato las violaciones de los derechos civiles que se cometían en mi país, quizá cientos de personas aún seguirían vivas».
Hoy, bajo los focos de todos los medios de comunicación, Egipto sufre los temblores de una auténtica guerra civil. Abdul Fatah Khalil Al-Sisi destituyó al presidente Morsi y se hizo con el control del país, con el apoyo por otro lado de millones de egipcios. Pocos medios occidentales se hicieron eco de que su predecesor, Morsi, en un año de presidencia había intentado concentrar todo el poder en sus manos, traicionando la esperanza de democracia y libertad que la revolución había suscitado.
En una declaración-llamamiento promovida entre otros por el profesor Farouq puede leerse el dramático desarrollo de los eventos que tuvieron lugar entre la elección de Morsi (24 de junio de 2012) y su destitución (3 de julio de 2013). Y se pone en evidencia, por ejemplo, que a los pocos meses de su elección, el 22 de noviembre de 2012, Morsi aprobó un decreto con el que retiró el control judicial sobre sus propias decisiones. Mientras muchos ciudadanos egipcios salían a la calle para protestar sin ser escuchados, comenzó el asedio de los defensores de Morsi al Tribunal Constitucional. «En la noche del 30 de noviembre», afirma la declaración, «la Constituyente de mayoría islamista aprobó el borrador de la nueva carta constitucional: 234 artículos que reforzaban el papel de la sharía y restringían los derechos civiles de las mujeres y de las minorías religiosas». Y así la Constitución se sometió a referéndum en dos semanas, sin que pudiera ser discutida y siquiera comprendida por muchos (el 40% de la población egipcia es analfabeto). En el referéndum del 15 y 22 de diciembre sólo participó el 32,1% de las personas con derecho a voto, y no hubo supervisión judicial a causa de la larga huelga de jueces. Y mientras el borrador se aprobaba, las persecuciones de los tribunales y la manipulación de muchos canales de televisión islamistas se intensificaron. A la respuesta a los graves ataques a los derechos y a la dignidad de los ciudadanos se añadió a primeros de mayo el movimiento Tamarrod, que organizó una recogida de firmas para pedir elecciones anticipadas. El resultado fue sorprendente: 22 millones de suscripciones, nueve millones más que los votos que eligieron a Morsi.
Afirma Farouq: «Los terroristas desencadenaron la violencia contra 30 millones de egipcios que salieron a la calle para pedir la dimisión de Morsi. Hubo cientos de muertos. En ese contexto, la intervención militar para detener el baño de sangre no me pareció un golpe de estado. Creo que nadie puede dudad de mi lealtad hacia la democracia y lo que escribí contra Mubarak y contra la junta militar antes de que Morsi ocupara el poder así lo demuestra».
La declaración reconoce «el uso desproporcionado de la violencia por parte del ejército y de la policía al poner fin a los manifestantes pro Morsi, con al menos 800 muertos» pero destaca la violencia de los islamistas y los ataques a las iglesias y estructuras cristianas. Indica además una hoja de ruta de pacificación que, entre otras cosas, garantice a los Hermanos Musulmanes la participación en las elecciones y la institución de una comisión internacional que establezca las responsabilidades, tanto entre las fuerzas de seguridad como entre los islamistas.
«Morsi y los suyos», conclude Farouq, «siempre han defendido que cualquier oposición a su política tiránica era una conspiración de los cristianos. Pero ahora vemos a musulmanes que se reúnen alrededor de las iglesias para protegerlas de la venganza de los Hermanos Musulmanes. Me han acusado de ponerme del lado de los cristianos, pero yo no defiendo “a los cristianos”, defiendo a mis amigos, que mueren y son perseguidos a caua de su fe. Defiendo su libertad religiosa, como me manda el Corán: “No matarás”».
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