Paola Marenco, de la Asociación Medicina y Persona, introdujo el encuentro “Hospitales, médico y tratamientos. Cómo Giulia eliminó las distancias”, en el que participaron Emilio Cornelli, pediatra y responsable de oncohematología de los Hospitales Reunidos de Bérgamo; Massimo Provenzi, dirigente médico y responsable de los Hospitales Reunidos de Bérgamo; y Bruna Togni, enfermera.
El encuentro dio comienzo con un vídeo en el que Giulia, una niña de doce años, hablaba sobre su enfermedad, un sarcoma en la mano izquierda que descubrió por casualidad al notar una hinchazón. Una pequeña llena de vida, deseosa de cumplir sus sueños, que comparaba la enfermedad con una aventura y hablaba del trabajo que hizo al terminar los exámenes del colegio sobre la Shoah, identificándose con el dolor vivido por las víctimas. El progresivo avance de la enfermedad llevó a Giulia a mantener encuentros cada vez más frecuentes con el personal del hospital; unos encuentros que, en sus propias palabras, cambiaron para siempre la vida de todo el equipo médico.
El primero en hablar fue el pediatra Pieremilio Cornelli, que respondió a la pregunta “¿Qué nos ha dejado Giulia?” diciendo que «han surgido muchas emociones, he redescubierto la pasión por mi trabajo, la cercanía y el participar del sufrimiento del enfermo». Cornelli contó cómo había quedado marcado por la esperanza y la profunda fe de la adolescente. «Ahora entiendo el valor de la vida y del amor, lo he experimentado en la humanidad de esta joven».
Massimo Provenzi se preguntaba sobre cuál es la distancia adecuada entre médico y paciente, pues muchas veces – decía – el médico se aleja para protegerse del dolor. «Esta pregunta ha surgido gracias a Giulia, que me ha sorprendido, envolviéndome en una profunda relación de amistad y de entusiasmo». Describió la emoción de una experiencia que le ha hecho de nuevo consciente del hecho de que la distancia justa es «una compasión que lleva al médico a estar presente, independientemente del resultado de las intervenciones». Provenzi utilizó la métafora de los superhéroes – inventada por Giulia – que trabajan para salvar a la gente y, sobre todo, para hacerles sentir importantes.
En un e-mail, Eugenia Gilardi, que no pudo participar en el encuentro, recordó la importancia que el sufrimiento de Giulia tuvo para el crecimiento personal de todos los componentes del equipo médico. «Gracias a esta experiencia, tuve la oportunidad de vivir mejor y disfrutar de mi embarazo». En la relación con Giulia renació también, profesional y humanamente, la enfermera Bruna Togni. «Cuando entró en el hospital, para mí era una más de las pacientes que veía todos los días, pero a través de ella he entendido que antes vivía sólo en la superficie de la realidad. En ella había algo a lo que no podía poner nombre, pero que era potente». La belleza de la amistad que surgió hizo que volviera a empezar con un nuevo espíritu: «volví a plantearme los motivos que me habían llevado a escoger un trabajo tan especial como el de ser enfermera. He aprendido a mirar los corazones de la gente, a mirar a los ojos a los dueños de esos corazones».
Por último, intervino Sara Gabrielli, la madre de Giulia, conmoviendo a todos los presentes. Explicó algunos episodios de la vida cotidiana que explicaban la forma de ser de la pequeña: «Mi hija entendía su enfermedad como una misión de testimonio y de conversión de sí misma». Un día, Giulia habló de su experiencia de dolor y amor con un grupo de jóvenes diciendo: «Lo primero que hay que curar son el corazón y el alma, ¡la salud vendrá por sí misma!». Los últimos días de su vida, Giulia escribió una oración que conmueve por su simplicidad: una pura acción de gracias a Dios sin ninguna petición.
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