Se cumplen cuatro años del terremoto del 6 de abril de 2009. Aún permanecen en ruinas cientos de edificios del centro histórico y decenas de miles de personas han abandonado la ciudad. Lo más urgente: «construir un tejido social», generar puestos de trabajo y lugares y ocasiones de encuentro.
Cifras y más cifras: 309 muertos por el seísmo, el 40% de la población que no ha vuelto a pisar su casa, 1.053 iglesias y 501 palacios dañados en el centro histórico, cuatro millones de toneladas de escombros, diez mil millones y medio de euros. Se cumplen cuatro años desde aquel 6 de abril de 2009. Y además de las cifras, están los conflictos políticos, las luchas intestinas, las calles desiertas, las casas abandonadas… por citar algunos de los elementos que describen una ciudad que algunos han definido como “momificada”.
«Este año estamos viviendo el aniversario más difícil, porque coincide con una pérdida total de la esperanza», ha declarado el alcalde, Massimo Cialente: «El clima de desaliento, desconfianza, rabia, afecta cada vez a más gente, sobre todo a los jóvenes que empiezan a rendirse y marcharse. Vivir en L’Aquila resulta demasiado difícil. En el último año nuestra población ha descendido en 3.500 personas». Lo que describe es la realidad: «Es lo que hay: retrasos, unos plazos de reconstrucción del orden de diez años», dice Marco Gentile, director de una empresa farmacéutica y responsable de la comunidad de CL en los Abruzzos. «Pero los que vienen a L’Aquila ahora ven que la ciudad es una cantera, sobre todo en los alrededores. La situación se está moviendo, sí, el problema es el centro histórico: encontrar una solución práctica es muy complicado. Los palacios se encuentran muy cerca unos de otros, cada uno con una historia distinta, y entrar en calles estrechas con maquinaria pesada resulta muy difícil».
Pero eso no es todo: «En una ciudad como esta lo más urgente es volver a empezar desde el punto de vista humano: hay que reconstruir un tejido social». Lo que significa «volver a crear puestos de trabajo, lugares y momentos de encuentro. Para nuestras familias, ha significado construir lugares de encuentro donde se pueda revivir la familiaridad entre la gente, donde poder comer juntos, donde los chicos puedan estudiar, se puedan organizar encuentros». Ha querido decir también poner en marcha relaciones para ayudar en su trabajo a gente desconocida.
«A mí, lo que me permite estar con una mirada abierta es partir de los amigos que tengo, de lo que tengo. En estos cuatro años he aprendido que una realidad difícil no niega la positividad de la vida». Marco también se ha preguntado si debía quedarse en L’Aquila o no, y «lo que me ha hecho decidir quedarme es la amistad entre algunos de nosotros, hemos apostado por eso. Me imagino que sin amigos no estaría aquí». En estos días, las palabras (y las cifras) sobre L’Aquila se pierden, pero «a mí no me interesa recordar algo que sucedió hace cuatro años si hoy mi esperanza no se apoya sobre algo que ya veo en el presente. No puedo esperar el dinero que llegue mañana y me permita entonces vivir aquí. Cada uno tiene su propio terremoto en su vida, pero lo que hace posible vivir es una realidad presente».
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