En la era de la comunicación el hombre ya no sabe relacionarse. Las redes (a)sociales han supuesto una revolución de doble filo. Por un lado de la moneda vemos lo atractivas que son las redes a-sociales y las nuevas posibilidades de comunicación que ofrecen a la humanidad pero la otra cara de la moneda es la más compleja y dramática. Hay una cara brillante y muy aparente y otra cara mate y deteriorada por la falta de uso.
Después de mucho resistirme he ido adentrándome poco a poco en las redes (a)sociales y ya he flirteado con linkedin, con el blog, con Facebook y de momento no he seguido el vuelo de twitter ni la pista de otras que desconozco. Es divertido eso de “reencontrarte” con algún compañero del colegio al que perdiste la pista hace años, con colegas del trabajo de los que te separaste al dejar la empresa, con ex novias a las que ya no reconoces, con enemigos a los que no querrías volver a ver ni en Facebook pero lo más alucinante es que, con unos cuantos click´s y después de abrir tus perfiles al mundo eres amigo, contacto o estás enlazado con cientos, miles, millones de personas a las que no conoces. De repente, por arte de magia viral has dejado de estar solo frente a tu ordenador y empiezas a recibir invitaciones, aceptaciones, menciones, valoraciones, y sin más, ahí estás, ¡en las redes (a)sociales!
¿Y esto es todo? La verdad, me esperaba un poco más. No sé, que fuera más adictivo, que tuviera que ir al psicólogo para desengancharme pero sigo pensando más o menos como antes.
No puedo negar el inmenso potencial comercial o la revolución laboral que representan las redes (a)sociales pero, sobre todo las redes más enfocadas al ámbito de uso “privado”, me parecen el perfecto refugio para la soledad del hombre moderno. Las personas han perdido, hemos perdido el hábito de relacionarnos físicamente y no me refiero al contacto físico-sexual que, de momento, es el que aún salva esta situación a pesar de la instintividad animal dominante en las relaciones afectivas. Me refiero al hecho de favorecer el encuentro con otras personas como forma de relación más real, enriquecedora y positiva que la relación virtual a través de las redes (a)sociales.
Una persona que tiene un círculo de amistades en el ámbito personal/familiar o de contactos en el ámbito profesional con los que se relaciona a lo largo de su vida es alguien normal pero la influencia de las redes (a)sociales introduce un estrés en las relaciones que nos hace pensar que si no tenemos más de 200 “me gusta” en Facebook, más de 100 seguidores en la cuenta de twitter y más de 500 contactos en linkedin no somos nadie en el mundo. No valemos, no servimos, no somos interesantes para los demás. La relaciones se convierten en ocasiones, al amparo de la red, en violentas y superficiales hasta el punto de no poder optar como candidato, por ejemplo, a determinados puestos de trabajo si no estás (y seguramente con altos niveles de contactos o de actividad) en las redes (a)sociales.
Es dramático. El hombre se ha quedado solo y ha encontrado en las redes (a)sociales una forma de relación y amistad que maneja según su interés. No quiero pensar qué hay detrás de todo esto. No quiero caer en hacer valoraciones tremendistas pero es evidente que esta gran evolución técnica deja al descubierto y favorece una no menos importante involución humana.
Hasta que una noche, aún no sé bien por qué, me hice el perfil de linkedin, la presión ha sido asfixiante. Parecía (y es así como se puede leer en internet) que el hecho de no estar en las redes (a)sociales podía entenderse como un síntoma de desconfianza, como si el no estar dentro fuera porque se quiere ocultar algo. Sólo una sociedad enferma puede llegar a pensar eso de personas que sencillamente no quieren, no les apetece, no saben o no necesitan estar en las redes (a)sociales.
Hay que tener presente que la mayoría de estas redes han sido concebidas y desarrolladas por personas que no superan a día de hoy los 30 ó 35 años y que son multimillonarios gracias a ello. La relación humana a través de las redes (a)sociales es el resultado y reflejo de una generación que no ha sido educada en el valor de las relaciones humanas, una generación marcada por la era de internet y por la cultura del éxito. Sería interesante hacer un análisis psicológico de Bill Gates o Steve Jobs, ambos nacidos en 1955, y compararlo con Mark Zuckerberg (1984, creador de Facebook), Jack Dorsey (1978, creador de twitter) o Zaryn Dentzel (1983, creador de Tuenti). Generaciones diferentes que han hecho cambiar la forma en la que se relacionan las personas del planeta Tierra.
Seguramente, dentro de unos años, algunas cosas de las expresadas en este texto sirvan para entender qué ha sucedido y para pensar de nuevo en el valor de las relaciones interpersonales pero hoy, entiendo que una gran mayoría de la gente que lo lea, tildará mis comentarios de anticuados, sesgados, obsoletos, etc. Insisto, hay una cuestión de fondo que no se está teniendo presente y está quedando oculta por la atracción que ejercen las redes (a)sociales y tarde o temprano el efecto de la desatención a ciertos aspectos aquí comentados se hará patente y entonces será más difícil hacer frente a las consecuencias.
Hace unos años no saber manejar un PC era sinónimo de analfabetismo para una gran parte de la humanidad en los países desarrollados. Hoy no estar en las redes (a)sociales es algo parecido. Los niños empiezan a sufrir esta presión desde los ocho años en el colegio. Los compañeros de clase son los que presionan a los alumnos que no tienen una cuenta de twitter o un gmail. Es una forma de exclusión no valorada ni contemplada en los centros educativos pero presente en todos ellos.
El teléfono móvil ha dejado de ser una herramienta para hacer y recibir llamadas sin tener que estar en un punto fijo. Hoy el teléfono móvil es la herramienta que nos permite relacionarnos con los demás sin necesidad de verlos, ni siquiera de hablar con ellos. Basta un twit, un post, un mail, un whatsApp, un sms… pero hablar se ha convertido en la última de las opciones porque no tenemos tiempo para eso y además es más caro.
Las redes (a)sociales están transformando poco a poco la sociedad y no exagero si afirmo que tarde o temprano habrá muchas personas tumbadas en el chaise-longe del psicólogo intentando superar su adicción a las redes (a)sociales. Sencillamente no sabrán relacionarse fuera de ellas y, lo que hoy se percibe como una necesidad y valor personal/profesional, el día de mañana se convertirá en una enfermedad moderna para muchos, sobre todo aquellos que no valoren por encima de todo la relación personal con los demás.
Cuando mi hija tenía 11 años empezó a pedirme insistentemente que quería “hacerse tuenti”. Todas mis amigas lo tienen, no pasa nada, es que gmail ya no se usa… Su insistencia y mi negativa desembocaron en uno de los momentos más interesantes y educativos que he tenido hasta la fecha. Resumiendo, dejé que hiciera el proceso de registro en Tuenti estando con ella frente a la pantalla del ordenador. En el momento en que tuvo que decidir si mentir sobre su edad (el mínimo que permite tuenti son 14 años) todo dejó de ser urgente. Ella comprendió que tenía que asumir el riesgo de la mentira y sencillamente no le interesó. Desde entonces no ha vuelto a preocuparse por estas cuestiones, se comunica con sus amigas cuando se encuentra con ellas, también a través de gmail, de skype y se relaciona con absoluta normalidad dentro y fuera de la red.
Este es un ejemplo de cómo algo que a priori puede ser nocivo se convierte en una posibilidad de educar y acompañar a los hijos en la aventura de la modernidad, de la que seguramente sepan más que nosotros pero no tienen la madurez como para percibir el riesgo que implican algunas de estas redes sociales, sobre todo por el uso indebido que desconocidos con perfiles falsos pueden hacer de ellas.
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