A sólo tres días de la Jornada de Recogida de Medicamentos, en medio de la vorágine de los preparativos, Consuelo De Lorenzi, responsable en la ciudad de Roma, y Marco Malinverno, director general de la Fundación Banco Farmacéutico, tuvieron un encuentro con Benedicto XVI.
Fue con motivo de la Audiencia general de los miércoles, cuando hicieron entrega al Papa de miles de fármacos destinados a las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta del centro “Dono di Maria” en el Vaticano. «Queríamos verle para que nos abrazara y acompañara con su oración», explica Malinverno: «Queríamos confiar esta obra a una paternidad más grande que nosotros».
Una obra que lleva doce años en camino. «El Banco Farmacéutico nació en el año 2000 para responder a la necesidad de los más pobres», comenta: «En este tiempo, hemos recogido casi tres millones de fármacos, por un valor de casi 17 millones de euros. Hoy sabemos que más de medio millón de personas son atendidas por las más de 1.500 entidades caritativas con las que el Banco colabora».
El propio Malinverno se encargó de entregar personalmente al Papa una placa con la donación. «Le he contado quiénes somos y le he hablado de la Recogida de este sábado. Antes de despedirnos, le he pedido que rece por nosotros. Me ha estrechado las manos y nos ha bendecido». Bastaron unos minutos. «Su mirada y sus palabras me han conmovido. En ese momento se me ha hecho evidente el origen de nuestro compromiso social».
Algunos voluntarios de la Fundación ya habían “saludado” a Benedicto XVI el domingo 3 de febrero en la plaza de San Pedro, durante el Angelus. «Unas sesenta personas fueron allí para que nuestra obra estuviera presente en la Jornada por la vida. Esta también fue una ocasión para educarnos y recordar a Aquel que sostiene todo el trabajo que hacemos».
¿Cómo se traduce todo esto en la vida del Banco? «Un ejemplo. La semana pasada hablé con Tiziana, responsable de la Recogida en Nápoles, para saber cuántas farmacias se adherían este año», cuenta el director. El número era el mismo que el año anterior. Se habían querido apuntar algunas más, pero Tiziana había decidido dejarlas fuera por falta de voluntarios. «Cuando me enteré, le dije que dejara hacer a Cristo, que ella no podía controlarlo todo». Al colgar el teléfono, Tiziana volvió a llamar a estas farmacias y los voluntarios necesarios aparecieron enseguida. Sin embargo, lo más imprevisto fue la llamada de un profesor de Farmacia de la Universidad de Nápoles, que decidió valorar con créditos formativos a los estudiantes que participasen en la Recogida. «La verdad es que nada está en nuestras manos, y desde que vi al Papa esto lo tengo aún más claro», concluye Malinverno: «Mi tarea sólo consiste en responder a lo que tengo que hacer. Y confiarlo en manos de Aquel que lo puede salvar».
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