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De Rímini a Moscú, con la misma libertad

Giovanna Parravicini
26/11/2012 - Il Sussidiario
La catedral de San Basilio.
La catedral de San Basilio.

Durante años, al invitar al Meeting de Rímini a diversas personalidades rusas – expertos, artistas, periodistas, hombres de Iglesia – hemos sido testigos de la sorpresa que experimentaban estas personas que en pocos días se abrían a un Occidente insospechado, donde una experiencia viva de fe genera hombres vivos y, por tanto, un pueblo. Durante años, el Meeting ha sido una tarjeta de visita sin igual para limar prejuicios, suscitar preguntas y despertar el deseo de dialogar. Pero quedaba una última nota de escepticismo, una última distancia: es cierto, es precioso, espléndido… pero para nosotros, en Rusia, es imposible. Imposible por muchas razones: porque no se dan las condiciones necesarias, porque el hombre ruso es individualista, porque faltan comunidades cristianas comparables a los movimientos eclesiales occidentales… en definitiva, imposible.

Pero hemos querido aceptar el desafío e intentar, implicando a los amigos que hemos encontrado a lo largo de este tiempo, testimoniar esta misma experiencia también en Moscú, sin ninguna ambición de competir ni en proporción ni en número, pero con el deseo de que pueda suceder precisamente lo que decía estos días Emilia Guarnieri al señalar la principal característica del Meeting di Rimini: un lugar donde sucede algo que es más grande que el resultado de nuestros esfuerzos, donde se revela una presencia que no es resultado ni consecuencia de la suma de todo eso.
Nació así una jornada de tres días, versión rusa del congreso que cada año organiza la Fundación Rusia Cristiana y que este año llevaba por título “Este-Oeste: la crisis como prueba y como provocación: una encrucijada entre la negación y el redescubrimiento del yo”, donde se han sucedido diversos eventos (como la exposición sobre los «150 años de subsidiariedad», mesas redondas, conferencias, la presentación del Meeting 2013 en la Embajada de Italia), todos diferentes, pero todos concebidos como testimonios y experiencias de vida para mostrar que la belleza y la verdad son fuerzas extraordinarias para que pueda renacer lo humano.
Un intento completamente irónico, dada la ambición del proyecto y la medida de nuestras fuerzas, y bastante bien logrado en términos de visitas e impactos en la prensa. Pero sobre todo – y aquí no se puede hablar de éxito sino de un imprevisto que, como siempre, al suceder muestra una perspectiva mucho más amplia – ha hecho caer sorprendentemente esa última objeción de imposibilidad, y la gente ha empezado a intuir que hablar de la Italia de los últimos 150 años, de los santos de Turín, de los frescos del Buen Gobierno en Siena, de la nueva laicidad o del encuentro entre el cardenal Federico y el Innombrable en Los novios, es en realidad una posibilidad para volver a proponer el tema de la persona y de su libertad también para Rusia.
En otros términos, el «Meeting-Moscú», si lo podemos llamar así, ha respondido – como algunos dicen – a una espera no formulada pero viva. Como si, quizá por primera vez, los participantes, oyentes, organizadores y voluntarios hubieran entendido hasta el fondo que lo que allí se decía, aunque fuera referido al contexto italiano, es para ellos, porque les permite entenderse mejor a sí mismos.
Igual que el Meeting: un público de espectadores que se convierten en actores, protagonistas. Como por ejemplo Aleksandr Filonenko, que en el encuentro final repitió, para sí mismo y para la Iglesia, la posición que san Ambrosio testimonia ante el emperador: la Iglesia no puede «reaccionar», debe «testimoniar» la verdad del hombre; por eso – afirmó – en la Rusia de hoy, paradójicamente, las frecuentes protestas y ataques anticlericales son una provocación, la demostración de una no indiferencia, es más, un deseo, quizá inconsciente pero agudo, de que la Iglesia se haga portadora del tesoro que lleva en sí misma.
O bien Tat’jana Kasatkina, que destacó la positividad de una laicidad liberadora del hombre, respecto al clericalismo, que reduce el camino cristiano a una convivencia comunitaria de la que Cristo ha sido expulsado. En definitiva, la intuición de un método para leer la realidad que se convierte en juicio y camino tanto en la historia con mayúsculas como en la historia de cada hombre.

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