¿Sorprendido? «La verdad es que sí. Es la primera vez que un Nobel va a una institución tan compleja en vez de a una persona o un grupo. Pero la motivación es válida». Mario Mauro, europarlamentario con una larga carrera, no esconde una cierta satisfacción. «La Unión tiene muchos límites, pero si ha habido un ámbito en el que ha tenido coherencia institucional, es precisamente el de la paz y los derechos humanos. Aunque luego la propuesta europea no se encarne en una persona».
«Sesenta años sin guerras», al menos en esta parte del mundo. ¿No tendemos a darlo por descontado, como algo ya adquirido, no hemos perdido un poco de vista la importancia de este dato?
No sólo damos por descontado que haya paz, es que parece que se piensa que no hace falta hacer nada en este sentido. Pero hay que recordar que la norma en la historia europea no es la paz, sino los cañonazos. Y que la Unión es el único contexto político de esta amplitud y complejidad donde no existe la pena de muerte. Una determinada lectura de los derechos humanos a partir de los derechos fundamentales, haber entendido que vale la pena un trabajo entre instituciones y que los Estados no son dueños de la vida de sus ciudadanos, al menos en este aspecto, supone un éxito enorme. Además hay un tercer factor, el histórico.
¿Cuál?
El modo más concreto en que Europa ha contribuido con los derechos humanos fue la absorción del ex mundo comunista. La Unión llevó la construcción de la democracia a países que hace veinte años, no sesenta, estaban en una situación de auténtico caos.
Sin embargo, en las iniciativas políticas orientadas hacia el exterior, sobre todo a países que no respetan los derechos, la Unión no brilla precisamente por sus propuestas…
Sí, pero también aquí normalmente se mira el vaso medio vacío: “Tenéis relaciones económicas con ciertos países, pero no conseguís que respeten los derechos humanos”. Si miramos la parte del vaso que está llena, nos damos cuenta del peso que tiene sólo recordar en ciertos contextos que esos derechos se tienen que respetar. Europa lo afirma con claridad, pero luego los resultados dependen de muchos factores…
Pero en los momentos de crisis, ¿no se sigue moviendo con cierto desorden? ¿No sigue siendo vigente la vieja frase de Kissinger, «si hay un problema urgente y tengo que hablar con Europa, qué número tengo que marcar»?
Tenemos una estructura que no nos permite responder aún con una sola voz, no tenemos un “número” único. Sin embargo, hemos expresado en muchas circunstancias una orientación unitaria. La maquinaria es farragosa, pero en instituciones clave para la paz, como el desarme nuclear o la lucha contra el fundamentalismo, la voz europea tiene un peso. Los límites son evidentes, pero en ciertos casos también son lo mejor de la Unión. Sobre Iraq, por ejemplo, Europa se dividió, cada uno iba por su cuenta. Pero al mismo tiempo, respecto a un fenómeno tan complejo como la disgregación de la Europa del Este, se dio una posición histórica muy compacta, que cambió el mundo.
¿Por qué el Nobel llega ahora? ¿Es un incentivo a una institución con crisis de identidad?
A mí me parece un reconocimiento útil para que los propios europeos recuerden lo importante que es la Unión. Muchos están dispuestos a ponerla en discusión, o ya lo hacen. Este reclamo nos hace decir: atención, no echemos por la borda este factor que, si nos atenemos a los hechos, ha mejorado mucho la vida no sólo de los europeos, sino del mundo entero.
¿Servirá?
Más que para las instituciones, espero que sirva para la opinión pública. Se ha llegado a pensar que cada vez menos europeos quieren a Europa. Yo espero que el Nobel sirva para hacer entender que la Unión es indispensable. No estamos en crisis por la fuerza de los argumentos de los euroescépticos, sino por la debilidad de quien dice creer en Europa.
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