Es pequeña, pero tiene las ideas muy claras. Francesca, de 14 años, me sorprende nada más empezar la entrevista con un par de afirmaciones que muchos con el doble de sus años no podrían hacer. «Sé que de mayor quiero ser yo misma» y «quiero seguir a Don Giussani porque en CL estoy encontrando a Cristo, y eso es lo más importante en mi vida». Trabaja con su madre como voluntaria en el International Meeting Point, es la voluntaria más joven del Meeting 2012. A pesar de que su nombre italiano podría llevarnos a engaño, sus ojos azules y sus finos rasgos desvelan sus orígenes.
Francesca nació en Canadá, en Ottawa. Su padre, Whitney, protestante y de origen holandés. Su madre, Emanuela, italiana, católica y del movimiento, voló desde Milán a Canadá para trabajar como neonatóloga. «Me quedé en Canadá después de conocer a mi marido, y con él se me ha hecho evidente lo importante que es para mí pertenecer al movimiento. Nos casamos en Italia, en la iglesia de San Egidio, que se construyó justo antes del cisma de Lutero. Para nosotros es el signo de que la unidad se puede vivir incluso cuando no se nace de la misma raíz».
Precisamente el padre ha sido fundamental para hacer que Francesca se convierta en la voluntaria más joven del Meeting de este año. En Canadá, en la escuela que en septiembre acogerá a Francesca, es obligatorio cumplir 120 horas de voluntariado al año y 40 de ellas deben realizarse en verano. Así que Whitney pensó inmediatamente en el Meeting de Rimini como una posibilidad y se la propuso al director de la escuela, implicándose personalmente para explicar el significado de este evento. «Mi marido visitó el Meeting hace años, y aquello hizo mella en su corazón, aunque no perteneciera a esta historia». «He venido al Meeting por curiosidad – cuenta Francesca –. En Canadá empecé a participar en el grupo de Gioventù Studentesca de Ottawa con otros cinco amigos y quería ver si esta amistad se puede encontrar en todo el mundo. Por eso este año he pasado las vacaciones en Italia». Primero una semana en los Dolomitas y luego dos semanas en Varigotti. «Quiero seguir los pasos de don Giussani, y por eso he visitado en Varigotti los lugares que a él más le gustaban».
Estas huellas la han llevado hasta Rimini. «Es increíble ver a tanta gente que me acoge como si ya fueran mis amigos desde siempre. Ver a hombres que se mueven por el mismo deseo es un milagro».
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