Después de varias etapas en el extranjero, el Meeting de Rimini se presenta en Roma. Hechos inesperados, gracias a una realidad capaz de «encontrarse con los hombres de todo el mundo». La presidenta describe qué es lo que permite siempre esta apertura
«La cultura es el medio más potente para hacer que los hombres se encuentren». Es una afirmación de Ivan Caracalla, director del teatro Caracalla Dance Theatre, protagonista del espectáculo inaugural del Meeting 2012. Y es verdad. Es verdad en la historia de la compañía libanesa, que siguió realizando espectáculos incluso durante la sangrienta guerra civil. Es verdad en la experiencia del Meeting, que este año ha llegado a los Países Bajos, Rusia, Líbano y Serbia, hasta la última presentación en Roma, en la Embajada italiana de la Santa Sede. Encuentros entre hombres, personas con un deseo vivo por conocer, con una curiosidad hacia la tradición y la cultura del otro.
¿Pero cómo es que siguen sucediendo estos acontecimientos y encuentros inesperados? ¿Cómo es posible después de treinta años que esta realidad pueda seguir encontrándose con hombres por todo el mundo? ¿Cómo es posible hacer una exposición sobre la tradición budista Shingon, trabajar con el grupo del Meeting Cairo, llevar a Rimini al presidente de la asamblea general de la ONU, unir en la misma mesa a cristianos y musulmanes para hablar de derechos, libertad religiosa, política y deseo?
Es posible porque las cifras del Meeting nunca se han basado en la hegemonía sobre cierto ámbito ni en una división o separación de las cuestiones y urgencias de nuestro tiempo. Las cifras del Meeting son siempre la documentación de las propias provocaciones, con historias, experiencias y rostros. Algo que se puede tocar con la mano. También este año el desafío es el mismo: documentar, testimoniar que se puede ser verdaderamente hombre en cualquier circunstancia. Hombres que viven la relación con el Infinito, irreductibles a cualquier poder, libres, creativos y generadores de un pueblo siempre en camino.
En los tiempos duros que vivimos, es indispensable saber desde dónde volver a empezar. La adversidad de las circunstancias económicas, sociales y ambientales nos obliga a preguntarnos si la vida de los hombres depende sólo de lo que sucede o si existe un punto sólido desde el que poder empezar siempre.
La relación con el Infinito, la religiosidad, no es una cuestión sentimental, consoladora panacea para los males de la vida, sino al contrario, inicio de un itinerario de conocimiento y de juicio sobre uno mismo y sobre la realidad. Esta relación impone la condición de un drama, una búsqueda, un camino que recorrer juntos, cada uno según el camino que la realidad le indique, libres porque sólo la relación con el infinito fundamenta el derecho del hombre a la libertad, abriendo el horizonte de una evidencia paradójica: que el hombre es libre cuando afirma una única dependencia, la del misterio origen de todas las cosas.
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