La primera vez que la vio, Paolo estaba en un restaurante de Toronto donde Laura trabajaba. Intentó acercarse a ella, pero ella no le dio muchas facilidades, así que pensó que aquello se quedaría en una historia como tantas otras, de corta duración. En aquellos años a finales de los noventa, para aquel italiano afincado en Canadá la vida no tenía nada sólido en que apoyarse. A sus espaldas, un matrimonio fracasado, y en el presente, el éxito en el trabajo como constructor y una pareja. Quizá fuera suficiente.
Pero en el año 2002 el encuentro con la experiencia cristiana a través del movimiento revolucionó su vida. «Todo cambió. Me di cuenta de que podía fiarme de la Iglesia más que de mí mismo. Por eso dejé a la mujer con la que vivía. Quería entender cuál era el camino que Cristo deseaba para mí, para mi felicidad». En mayo de 2006, durante una cena, se reencuentra con Laura y nace entonces una amistad. Ella tenía entonces una relación con otro hombre y «la amistad con Paolo me llenaba de confusión. Él era distinto. Le pedí que dejáramos de vernos, porque necesitaba aclararme», cuenta Laura. Todo parecía haber terminado.
El 14 de septiembre Paolo recibe la sentencia de nulidad de su matrimonio. Al día siguiente recibe un SMS: «¿Nos vemos mañana por la noche? Laura». Es como si el Señor estuviera jugando con él porque precisamente esa noche tenía Escuela de comunidad. «Pensé: lo que me hace verdadero es el encuentro que he tenido. No puedo despreciarlo. Así que a las 20.30h la dejé sola en el cine diciéndole que tenía una cita importante». Siguieron viéndose y en octubre empezó su noviazgo. Pero para Paolo el horizonte había cambiado por completo. «Antes era normal decir: estamos juntos y ya veremos cómo va. Ahora eso ya no era posible. Le dije: yo estoy contigo si tú estás dispuesta a verificar la posibilidad de construir una familia, un amor al destino. Este es el punto de partida, cómo terminará después es algo que no me preocupa».
El noviazgo termina con boda en diciembre del año siguiente. «Estar con Paolo tenía un atractivo novedoso. Su fe llenaba toda la vida y eso para mí era algo totalmente nuevo. Suscitaba muchas preguntas. Yo había crecido en un ambiente católico, fui a escuelas católicas, pero en nuestro país la fe es algo que debe permanecer dentro de la esfera personal. Los movimientos, en general, se ven con mucha desconfianza, como si tuvieras que mantenerte alejado de las personas que pertenecen a ellos».
Sin embargo, Laura empieza a conocer a los amigos de su marido, a leer la revista y los libros de Giussani. Cada propuesta le parecía razonable y adecuada para ella. Le atraía. Su casa se abre a toda la comunidad: los bachilleres, los universitarios y los adultos saben que siempre pueden ir allí, con ellos siempre se puede hablar y discutir. Es una vida que bulle. En contradicción con el clima cultural general. Explica Paolo: «El nuestro es un mundo tendencialmente filantrópico, donde el liberalismo capitalista necesita dar lo que le sobra al que no tiene para dejar tranquila su conciencia. Los padres no hablan nunca de política ni de religión porque los hijos no deben tener influencias en estos temas. Es un buenismo burgués por el cual nunca debes quedar al descubierto. No debes decir si estás mal, no debes pedir. Eso crea violencia, pero a los chicos no les vale». Así que en casa hablan de este modo nuevo de vivir la familia. Las madres de los compañeros de clase de su hijo buscan a Laura. Una de ellas le pregunta qué es la Escuela de comunidad que tanto ha cambiado a su hijo. «Yo nunca las he invitado a los encuentros, pero me dicen: “Con vosotros están bien”. Intuyen que hay algo distinto entre Paolo y yo». ¿El qué, Laura? «Que él es el lugar privilegiado para que yo pueda conocer a Cristo».
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