Los cristianos de Nigeria y Kenya viven bajo la amenaza islamista. Misas “escoltadas” por la policía, venganza por las operaciones en Somalia y el relato de quienes deciden quedarse allí. Dos misioneros cuentan cómo viven estos días de violencia en Nairobi y Jalingo
«Era un chico muy joven, de unos veinte años. Dicen que llegó a la iglesia del Dios de los Milagros, una iglesia protestante en el barrio de Ngara, hacia las 7.30h. Llevaba un jersey. Luego salió y volvió vestido con una chaqueta. Se sentó en los sitios de delante. Los protestantes cierran los ojos al rezar, incluso el predicador. El chico eligió ese momento para dirigirse hacia la salida. Cuando estaba junto a los últimos bancos, se giró y lanzó una granada. Intentaron detenerlo, pero llevaba una pistola, con la que se defendió. Desapareció en la nada».
Es el detallado relato de Alfonso Poppi, sacerdote de la Fraternidad de San Carlos, misionero en Nairobi. La noticia del atentado en la iglesia protestante, donde murió una persona y otras dieciséis resultaron heridas, le llegó casi inmediatamente. En su parroquia se estaba celebrando una obra de teatro bajo un toldo situado junto al templo. «Inmediatamente informamos de lo sucedido a los fieles y rezamos por las víctimas», afirma: «La gente mantuvo la calma, no se desató el pánico. Tal vez porque ya estábamos avisados del riesgo de atentados, de hecho la misa se celebraba con la presencia de cuatro policías armados».
La situación en el país ha empeorado progresivamente desde octubre, cuando el ejército keniata comenzó las operaciones en territorio somalí contra los terroristas de al-Shabab. Desde entonces, el grupo fundamentalista hizo saber que atacaría Nairobi. De hecho, éste no es el primer atentado en la capital: hace un par de meses, seis personas morían en una estación de autobús en hora punta. Sin embargo, éste sí es el primer caso de ataque a un lugar de culto.
«La situación no es comparable a la de Nigeria», precisa don Alfonso: «No están tan organizados como Boko Haram (la secta islámica que quiere imponer la sharía en Nigeria). Y la población no está tan aterrorizada. La gente está alerta, pero la vida de momento sigue como antes». Está seguro de que la minoría musulmana no ve con buenos ojos la acción de estos comandos, que vienen desde el exterior. «A nadie le interesa dar espacio a estos intentos de fomentar el odio. Y los misioneros continuamos con nuestra obra de evangelización».
Nigeria vive un ataque más duro y continuado que Kenya. En la Universidad de Bayero en Kano, al norte del país, la violencia ha vuelto a estallar cerca de un teatro que los estudiantes cristianos usan para celebrar la misa. Las explosiones y disparos se prolongaron durante media hora, con un balance provisional de veinte víctimas. Boko Haram no se detiene, se sigue haciendo notar. «Ha llegado también a nosotros, con un mensaje muy claro: aquí estamos». Sor Caterina Dolci, misionera italiana de la congregación del Niño Jesús, está en Nigeria desde hace veintisiete años. Viven cerca de Jalingo, en el estado oriental de Taraba, en la frontera con Camerún y a ocho horas de Jos. Su zona siempre había estado preservada de los ataques, hasta ahora.
Dos kamikazes en motocicleta se lanzaron esta semana contra el convoy que escoltaba a un alto oficial de la policía, Mamman Sule. Murieron al menos cinco personas, además de los dos terroristas. Sucedió junto a un mercado situado al lado del Ministerio de Finanzas. «Debía haber pasado por allí justo a la hora del atentado», cuenta la hermana Caterina, «pero una hermana quiso traerme antes en coche… Continuamente tenemos signos de la protección de Dios». Las noticias de los medios occidentales llegan con intermitencia, «pero los asesinatos en nuestro país son cotidianos. No tienen piedad alguna, ni siquiera con mujeres y niños». Cuenta que «hay tensión y mucho sufrimiento. Y nosotras... Aquí estamos. Seguimos haciendo lo que se nos ha confiado. Ante la pérdida total de la razón por parte de estos hombres, se lo encomendamos todo a la Virgen».
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