Durante una cena con algunos amigos hace unas semanas, nos preguntábamos consternados a quién votar en las presidenciales. Una pregunta de este tipo en Rusia no se puede dar por descontada. En 2004 ni siquiera se planteaba este problema. Sin embargo, inesperadamente, a partir de las elecciones parlamentarias del pasado 4 de diciembre, la política empezó a suscitar interés y a ser objeto de debate. En una Rusia en la que no ha cambiado nada – desde un cierto punto de vista, puesto que el partido en el poder sigue siendo el mismo – pero en la que al mismo tiempo han cambiado muchas cosas, empezando por la conciencia de la gente. Porque los vientos nuevos que han soplado estos meses son una suerte de «declaración de no indiferencia», una reivindicación, por parte de la sociedad civil y de la persona, de su derecho a ser tenida en cuenta, a no ser eliminada del escenario público. La gente ha empezado a vencer el miedo y a rechazar el chantaje.
Es cierto que por el momento no existe una alternativa política, no se dan aún la ocasión ni las condiciones necesarias para que pueda formarse, y la gente es bien consciente de ello. Como subraya Aleksandr Archangel’skij: «No todos tenemos las mismas ideas, solo somos compañeros de aventura. Lo que nos une es el deseo de volver al año 2000, solo por eso estamos dispuestos a unirnos antes de volver a diferenciarnos». Sin embargo, no es algo que le parezca indispensable inmediatamente. «Lo importante no es estructurarse en un partido político; ahora lo importante es formar una sociedad civil consciente de sus propios derechos y restarle poder y credibilidad al “partido de los ladrones y tramposos”»: esta declaración de uno de los muchos participantes en las manifestaciones de estos días se ha convertido en una especie de contraseña.
Por lo tanto, «¿qué hacer el 4 de marzo? – nos preguntábamos durante aquella cena –. ¿Votar a los comunistas? ¿A Zirinovskij?». «Con todo, lo mejor que podríamos esperar sería un Putin debilitado, obligado a rendir cuentas con la sociedad. Y a partir de ahí, podría comenzar un trabajo político», – ésta es la conclusión unánime resultado de aquella cena.
Y es también, en mi opinión, el resultado de las elecciones celebradas este domingo. Putin sale victorioso de la cita electoral, con casi el 64% de los votos, aunque se registra un descenso con respecto al 71% de 2004. Pero es un dato de hecho, y lo documenta también la campaña electoral desarrollada (la primera en la que Putin ha tenido que implicarse, organizar mítines y manifestaciones, reunirse con líderes religiosos y hacer algunas concesiones), que Putin tendrá que vérselas con un país que ya no está dispuesto a sufrir, un país que está trabajando para crear una alternativa política.
Una prueba interesante es el resultado conseguido por Michail Prochorov, un empresario que se presentaba por primera vez a las elecciones y que ha obtenido en Moscú el 12,3% de los votos, siguiendo muy de cerca al líder comunista Zjuganov, con el 15,3%. Teniendo en cuenta que en las elecciones parlamentarias los comunistas fueron el primer partido en varias localidades – a pesar de los fraudes de «Rusia Unida» –, es evidente que el resultado conseguido por Prochorov representa un punto de novedad que hay que analizar.
«El intento de una reforma política no fue la causa del despertar de la sociedad, sino su resultado último», escribía Havel en su ensayo El poder de los sin poder. Corría el año 1978, unos meses después sería detenido y condenado a cuatro años en el lager. Pero once años después, en 1989, sería elegido presidente de Checoslovaquia.
Estos meses de protestas y demostraciones públicas en Rusia no han sido sobre todo «a favor o en contra de Putin». Una experiencia, aunque sea mínima, de vida vivida en la verdad abre siempre nuevas ideas, espacios de libertad, verdad, dignidad, porque ésta es la naturaleza del hombre, lo que le hace hombre. La poetisa Olga Sedakova observa que la primera positividad de cuanto ha sucedido estos meses está en el hecho de que «las personas, antes atomizadas, han comenzado a mirarse recíprocamente, a percibir una exigencia de respeto y dignidad, sentimientos que en la Unión Soviética no existían». En muchos casos, la protesta se ha transformado en iniciativas sociales, benéficas, ecologistas, con la intención de crear una alternativa social. Ha nacido una experiencia nueva de solidaridad. Se vuelve a hablar de solidaridad, un concepto que el poder soviético había reemplazado por la idea de colectivismo, que le hacía más fácil gobernar el cerebro de las masas. A diferencia del colectivismo, que pone el elemento común por encima del personal, el poder por encima del ciudadano, la solidaridad presupone que cada uno asuma sus propias responsabilidades, y es de aquí de donde nace el juntarse unos con otros para hacer algo útil e importante. Es con esta Rusia, con esta nueva conciencia, con la que Putin tendrá que medirse.
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