No está bien hablar de fábulas en el fútbol. Mucho menos usar esa palabra, “fábula”, para celebrar la clamorosa victoria del Zambia en la Copa de África. Las fábulas, por naturaleza, cuentan cosas que no existen, mientras que aquí algo imprevisto ha roto la rutina de la normalidad, algo extraordinario se ha hecho real.
Zambia se ha adjudicado el primer trofeo continental de su historia. Hasta ahora solo habían llegado dos veces a la final, pero nunca habían ganado. Y nunca se han clasificado para el Mundial. Frente a ellos, los campeones de Costa de Marfil, mucho más conocidos, con gente como Drogba, Touré, Gervinho... nombres que brillan con luz propia en la Premier League. Resulta extraño pensar que la inmensa mayoría de los jugadores del equipo vencedor, por el contrario, juega en clubes africanos, y que los pocos que juegan en Europa lo hacen en campeonatos mucho menores. Pero esta diferencia ni siquiera se ha notado. Es más, los que han traicionado a Costa de Marfil han sido precisamente sus top players. Sobre todo Didier Drogba, que tuvo en su bota la ocasión de resolver una final estancada en el 0-0 al fallar un penalty en el minuto 70. Pero también Gervinho: la estrella del Arsenal también falló el penalty decisivo que entregó a los Chipolopolo (curioso sobrenombre) la victoria. Pero sería injusto hablar solo de los errores y no mirar a los que han ganado. Ha vencido un equipo completamente humilde, que no ha hecho del buen juego su mejor bandera, pero que parecía salir al campo mucho más motivado. «No somos los mejores, siempre lo he dicho», fueron las palabras del entrenador Renard: «Pero teníamos una gran motivación, y eso ha marcado la diferencia».
Esta motivación tiene una razón. En 1993, precisamente en el lago de Liberville (capital de Gabón, donde se disputó la final) se estrelló un avión en el que viajaba el equipo y la directiva de la selección nacional de Zambia, que se dirigía a Senegal para jugar un partido de clasificación para el Mundial. Murieron 18 jugadores, siete miembros de la federación y cinco de la directiva. Una tragedia que cortó las piernas a una generación futbolística prometedora. De aquel equipo, solo uno sobrevivió: era la estrella del PSV Eindhoven, Kalusha Bwalya. No iba en el avión porque debía viajar directamente desde Europa. Ahora es el presidente de la Federación, y seguramente se habrá regocijado al pensar en esta extraña coincidencia: precisamente allí donde sus compañeros murieron, ahora sus sucesores triunfan. Diecinueve años después, Libreville, la ciudad del dolor, se convierte en la ciudad de la revancha, de la esperanza.
Al mirar las caras de estos chicos, te das cuenta de que no tienen nada de especial. Te imaginas lo que están pensando: les parecerá estar soñando, ojalá tengan la posibilidad de ir a Europa a jugar en algún club, o participar en el próximo Mundial, hacer carrera... A fin de cuentas, sueñan con ser felices. Lo que les ha sucedido no es un sueño, es totalmente cierto. En el fútbol, como en la vida, no existen las fábulas, solo una realidad extraordinariamente rica en sorpresas.
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