Basta con asistir a las reuniones de los colegios. «Para muchas, demasiadas familias, la principal preocupación es que su hijo esté tranquilo. No debe cansarse, no debe tener demasiados deberes, y si quiere ir a clases de tenis, debe hacerlo… Y así podríamos seguir. Es dramático». Giorgio Israel, profesor de Matemáticas en la Sapienza de Roma, habla de la “cuestión juvenil”. «Se trata de un debate en el que muy fácilmente se puede caer en lugares comunes. Si no se capta el punto central, no sirve de nada».
¿Y cuál es el punto central?
El núcleo de la cuestión es cómo se concibe la educación, sobre todo como instrucción. Se está imponiendo una idea absurda y peligrosa: que la formación de los jóvenes debe ir cada vez más orientada a la productividad. Por eso el debate está viciado desde el principio, por el hecho de defender una actitud economicista, tecnocrática, pragmática.
¿Dónde ve que sucede esto?
Sobre todo en las propuestas que quieren unir la instrucción y el mundo empresarial, según las cuales la empresa debe entrar en la escuela y viceversa. La escuela debe formar culturalmente, de un modo total. ¿Dónde iremos a parar si la escuela ya no transmite valores y se reduce a un lugar de formación empresarial? Se pierde el ideal.
¿En qué sentido?
Una amiga mía trabaja en el sector de la formación profesional y está desconcertada, porque cada vez se encuentra con más alumnos que no saben lo que quieren. Dicen: «Durante un tiempo hago esto, luego eventualmente haré esto otro…». No tienen horizonte. Todo se viene abajo si no hay una formación cultural. Toda nuestra cultura la reducimos a un problema de formación empresarial. Puedo entender la importancia del vínculo con el mundo de la empresa, sobre todo para los institutos técnicos y profesionales, pero un electricista o un ingeniero también deben tener una educación cultural. Sin embargo, parece que se trate de una pérdida de tiempo, como si solo el circuito eléctrico o la competencia profesional sirvieran para el mundo del trabajo. También en la formación científica todo tiende a ser funcional, técnico. La ciencia de base no sirve, la matemática en términos generales parece inútil, hay que ir a las cuestiones operativas.
Pero esa actitud, ¿solo es un problema del sistema educativo?
No. Decimos que los jóvenes son frágiles, desganados, pero somos nosotros los causantes de todo eso. Es una irresponsabilidad de los adultos, también de los padres. ¿Quién transmite a los chicos el valor de las cosas, quién se ocupa de educarles para que construyan una finalidad para su vida? Con finalidad me refiero a algo en lo que uno pueda comprometer su existencia. Si falta esto, “fabricamos” jóvenes según nuestro proyecto, y es un desastre. Por ejemplo, la propuesta de la Agencia Tributaria italiana de considerar en los parámetros de los gastos la educación de los hijos es muy significativa.
Porque lo equipara a otro gasto cualquiera.
Es absurdo. Mis padres no eran ricos precisamente pero se dejaron la piel para hacerme estudiar música, que es muy caro. ¿Tengo que temer que me consideren rico si decido que mi hijo estudie francés y música? ¿Es lo mismo que si me compro un barco? Esto dice mucho de cómo se concibe la transmisión de la cultura y los valores.
Antonio Polito ha hablado en elCorriere de un “proteccionismo” de los padres hacia los hijos que les «prepara el camino hacia la nada». Y dice que se trata de «un fenómeno cultural que cada vez adquiere un carácter más nacional». ¿Qué opina usted?
No es un problema nacional, sino europeo. Tal vez incluso internacional, pero europeo, seguro. No caigamos en el error de creer que en Italia tenemos problemas que otros no tienen. Basta con mirar a los jóvenes españoles o franceses que vienen de Erasmus: son exactamente como los nuestros. Pero esta debilidad de la formación está ligada a una construcción europea que se apoya “en el vacío”. Se debe al dramático error de una Europa construida sobre la economía y la moneda. No era fácil proceder de otro modo con países tan distintos, pero la unión económica solo debía ser el primer paso, después se habría tenido que proceder inmediatamente a una unificación cultural.
¿De qué modo?
Una unión basada en la idea de que yo debo hacer mía la cultura del otro, vivirla como si fuera mía: eso significa estudiarla, apreciarla, amarla. Pero no nos hemos movido en esta dirección y ahora la división es mucho mayor que antes. O se da una recuperación en este sentido o iremos a peor. Lo que sí es un problema italiano es la formación de los profesores.
¿Qué es lo que más le preocupa de esa cuestión?
La idea que se está difundiendo de la autoformación. Para responder a esta crisis hacen falta maestros. Don Giussani lo decía siempre, y con gran claridad. Sin embargo, estamos tratando de convertir al profesor en “facilitador”: alguien que ayude en el proceso de autoaprendizaje, que facilite que el alumno construya de forma absolutamente autónoma su propia formación. Es una ideología constructivista, que viene de lejos, de la pedagogía anglosajona. Y esta ideología abandona a los jóvenes a su suerte. Una educación tradicional es la única que proporciona al joven los instrumentos necesarios para renovar el mundo.
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