El presidente de la Compañía de las Obras (www.cdo.es), Bernhard Scholz, presentó ayer el documento de CL sobre la crisis, en un acto público organizado en el Colegio J. H. Newman. Publicamos una síntesis del encuentro
Había oído hablar de Bernhard Scholz, pero nunca le había visto ni oído. Nunca había oído hablar a nadie así, no sólo de la crisis, sino del trabajo, de la experiencia humana, en fin, de mí. Tenía delante una persona que mira la vida de frente, y que sabe quién es. Lo oía y decía: “Pero este tío, ¿quién es? ¿De dónde ha salido?”. Y lo que más me ha impactado es que ha habido preguntas que yo jamás me he atrevido a formular, pero que llevaba dentro, y él no sólo les ha puesto palabras, sino que además las ha mirado a la cara hasta el fondo.
Un abogado planteó la primera pregunta de la asamblea. Viendo muchas empresas que tienen que cerrar, se preguntaba algo así: y yo, ¿qué puedo hacer en esta situación?
Scholz empezó diciendo que no se puede achacar la crisis sólo a los bancos, a la economía y a la política, sino que la raíz es más profunda. No atravesamos una situación que, como un péndulo, luego volverá a lo de antes, sino que estamos en un momento de cambio. Y explicó lo siguiente: «El problema es que el beneficio se ha convertido en un fin, en lugar de ser un instrumento para el desarrollo de la economía. Todos – las personas, las empresas y el Estado – hemos querido tenerlo todo y enseguida, sin preocuparnos demasiado del modo para alcanzarlo. Esto nos ha llevado a vivir por encima de nuestras posibilidades y, tanto las personas como el Estado, se han endeudado. Así, hemos extraviado la idea de que el beneficio, el dinero, está al servicio de la construcción social, del bien del hombre y de la sociedad. Porque una empresa es un bien, tiene un valor. Y lo primero que hay que aprender es que el trabajo es un bien, para uno mismo y para los demás. Porque es el modo en el que tú te expresas, en el que construyes, en el que sostienes tu vida y la de tu familia. Los Estados, que inicialmente ejercían una soberanía real, por esta mentalidad del beneficio como fin, de tenerlo todo y ya, han cedido su soberanía a los bancos, contrayendo un fuerte endeudamiento. Por tanto, no se han alcanzado las cosas por medio de un desarrollo orgánico, y en el camino se ha perdido aquello que era propiamente humano: la tenacidad, el esfuerzo, el valor del trabajo bien hecho, la solidariedad…».
Una maestra planteó la segunda pregunta preguntando por la crisis y la educación de los jóvenes. Scholz empezó diciendo que en esta crisis necesitamos aprender, entre otras cosas, qué es el bien común. Si eso es así, la crisis será un bien, porque nos obligará a educar a nuestros hijos en la paciencia necesaria para construir algo en la vida. Además, señaló que ahora están surgiendo predicadores de la austeridad y de la ética, que abogan por la creación de nuevas normas, pero que esto es insuficiente. No basta con apelar al esfuerzo. Corremos el peligro de traicionar el deseo que nos constituye como seres humanos. El hombre desea construir, desea ser solidario con otros, desea trabajar con otros. El hombre no desea el beneficio sin más, no desea de verdad luchar contra otro para ganar más. El punto es ayudar a los jóvenes, y no tan jóvenes, a descubrir el propio deseo humano. Porque multiplicar las reglas no garantiza el desarrollo. Si miramos la Historia, los grandes momentos de la Historia de Europa se han caracterizado por una creatividad a partir de ese deseo. Y la pregunta que hay que hacer es: «Pero, tú, ¿qué quieres en la vida? ¿El éxito económico te basta? ¿Satisface tu deseo? ¿De qué te vale tenerlo todo si te pierdes a ti mismo?».
Para educar es necesario plantear estas preguntas, no imponer una nueva doctrina, sino ayudar a las personas a ser protagonistas, y no esclavas de lo inmediato o de la mentalidad dominante. La tentación actual es confiar en las reglas, mientras que para educar un sujeto humano diferente hace falta el tiempo y una propuesta educativa. Este es el gran reto educativo. El mundo del bienestar de estos años anteriores ya se fue, y no volverá más. Y el desafío es empezar de nuevo, no continuar con lo de antes. Todo va a cambiar, tanto la economía mundial como la de Europa. Pero no debemos tener miedo. Es un parto, que conlleva un sufrimiento, pero también un bien, ya que puede propiciar un crecimiento desde el punto de vista de lo humano.
Un directivo de una multinacional comentó que hoy las decisiones sobre el mantenerte o no en tu puesto de trabajo se toman en despachos lejanos, y que el trabajar bien no te garantiza tu puesto de trabajo. Por tanto, ¿qué valor tiene el trabajo cotidiano?
Scholz explicó que el trabajo responde, en primer lugar, a una necesidad que tenemos, pero nace de un deseo que es más profundo: tú deseas vivir, expresarte, sostener a tu familia, crear relaciones y bienes. Por tanto, el motor del trabajo es el deseo.
El trabajo se debe redescubrir en su forma creativa, incluso con el coraje de cerrar una puerta para abrir otras. Y esto nadie lo puedes hacer solo. Instintivamente, una crisis (también una crisis personal) te cierra, te echa para atrás, y tú te defiendes. Mientras que una crisis, por su propia naturaleza, puede abrirte, abrirte a otros. Porque cuando te cierras, malgastas tu energía en buscar culpables. Y esto no sirve. Por tanto, debes invertir tu creatividad en buscar nuevos caminos, nuevas salidas. En este sentido, es importante vivir relaciones verdaderas, que no sustituyan tu propia responsabilidad, sino que te ayuden a afrontar las dificultades. El gran enemigo del hombre es la soledad, porque una relación, si es verdadera, no es un refugio, sino algo que te abre a la realidad. También la familia, que en vez de proteger a los hijos aislándolos del mundo y sustrayéndolos a las dificultades, debe ayudarles a afrontarlas y lanzarlos al mundo.
La siguiente fue una pregunta sobre la política y la subsidiariedad. Scholz explicó que la subsidiariedad es la condición de la persona para un desarrollo verdaderamente humano. ¿Qué es lo contrario? Históricamente, las escuelas, las universidades y los hospitales han nacido de la iniciativa de algunas personas que formaban parte de un pueblo. Y, simplificando, dijo que, en un determinado momento, el Estado se hizo cargo de todo ese tejido social y “lo estatal” acabó siendo todo en nuestros estados europeos, quedando la iniciativa social y privada como una excepción. Es cierto que, al ser iniciativas privadas, había lugares a los que no se llegaba, y parecía que el Estado podía con todo. Pero ahora está a la vista que no puede. El problema es que el Estado no debe sustituir la iniciativa de las personas, porque esto disminuye su protagonismo, en cuanto que tienden a delegar su propia responsabilidad en el Estado, como si todo dependiera de él. De este modo disminuye la libre expresión de las personas. Y esto es un problema para la sociedad. Porque, al final, queda una masa de individuos solos frente al Estado, lo cual, a parte de generar una burocracia interminable, debilita tanto a las personas como a la sociedad.
Según el principio de subsidiariedad, lo que puede hacer un nivel inferior, no lo debe hacer uno superior. Y Scholz cree que estamos yendo en esa dirección. Porque a un padre que se ha ido al paro, ¿quién le va a ayudar, sino otras familias? O al empresario que tiene que cerrar su empresa, ¿quién le ayuda, sino otros empresarios y amigos?
«¿Tienes una necesidad? Te ayudo». Esta es una provocación para cada uno, porque ayudar a otro supone un esfuerzo, pero hace salir a flote el deseo que tenemos dentro, porque todos deseamos vivir así. Cuando nos acostamos por la noche, ¿estamos más satisfechos cuando hemos podido ayudar a alguien o cuando hemos ido sólo a lo nuestro? Preguntémonos sencillamente cuándo estamos satisfechos de verdad, no sólo cuándo hemos vivido situaciones agradables.
La última pregunta se refirió a una afirmación central del manifiesto: la realidad es positiva. ¿Por qué es razonable decir esto?
Scholz contestó que «la realidad es positiva porque existe. Yo existo. Yo parto de mi propia realidad personal. Yo existo. Tú existes. Y esto, ¿es un bien, o es un mal? Es un bien. Por tanto, la realidad es positiva. Y tú, ¿te haces a ti mismo? Yo, en este momento, ¿me hago a mí mismo? No. Por tanto, yo he sido querido por alguien. ¿Esto es una condena o una promesa? Yo me repito de vez en cuando, especialmente en momentos difíciles: “yo soy Tú que me haces”. Porque yo, en ese momento, o dependo de las circunstancias que tengo, o dependo de algo distinto. Ésta es una pregunta muy radical. Porque las circunstancias son las que son, buenas o malas, pero no dicen quién soy yo. Las circunstancias se me dan para que yo descubra quién soy yo. Por tanto, las circunstancias no son enemigas: me son dadas para descubrir algo, son una posibilidad para que descubra nada menos que quién soy. Son un dato, un don, para descubrir la posibilidad que encierran. Todos los que estamos aquí tenemos años a la espalda, y hemos vivido muchas experiencias. Y si nos preguntamos qué nos ha hecho crecer en la vida, qué nos ha hecho descubrir la grandeza de nuestra vida, ¿han sido momentos fáciles o difíciles? ¿Han sido los momentos de estar tranquilos o los de prueba? En este sentido, la realidad es positiva, porque no es un impedimento para mi destino. Incluso en los momentos en que no veía nada bueno, en los que parecía que todo se acababa, después he entendido. Por tanto, hay que tener una confianza en la realidad que no es irracional, porque tiene su origen en nuestra propia experiencia. Por eso, esta crisis nos invita a construir sobre roca, y no sobre arenas movedizas. Tengo la esperanza de que esta crisis nos permita descubrir dónde está la roca, para poder construir sobre ella. Y veo a mis hijos y a sus amigos convencidos de que esto es posible».
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