Cambio de ciclo rotundo en la política española. El nuevo socialismo de Zapatero, que inventó nuevos derechos y no ha sabido defender los derechos de siempre (como el del trabajo) devorado por sus electores. El PP consigue mayoría absoluta, sobre todo porque los votantes del PSOE abandonan al partido en masa. Ha perdido más de cuatro millones de votos. Voto de castigo al gobierno saliente cuando España está al borde del precipicio. Precipicio económico, con una cotización de la deuda que justificaría una intervención si esa intervención fuera posible. Con cinco millones de parados y duros ajuste por hacer. Y precipicio cultural, falta de energía, de ganas para hacer frente a una situación que requiere creatividad y repensarlo todo de nuevas.
El poder que ha gobernado durante los últimos ocho años ha contribuido a anestesiar el deseo, el deseo de hacer cosas grandes, de ser protagonistas. La machacona insistencia en la necesidad de defender un sistema del Bienestar basado en el estatalismo ha provocado desconcierto. Se ha difundido la sospecha de que una mayor intervención de la iniciativa social en los servicios comunes constituía una amenaza para lo público. Se ha hablado hasta la saciedad de tutelar derechos sin fomentar la responsabilidad. Y entre tanto se ha fomentado también una fuerte división social. ¿Queda atrás todo tras las elecciones del 20 N? El PP desde la noche de la victoria ha lanzado un mensaje a favor de la unidad de los españoles y de la necesidad de trabajar para sacar adelante el país. Las condiciones son, sin duda, más favorables al cambio de fondo que necesita España.
Pero como el propio Mariano Rajoy reconocía días antes de los comicios, un gobierno no lo puede hacer todo. El del PP conoce bien las tareas económicas pendientes: control del déficit, reforma laboral y reforma del sistema financiero. Probablemente las lleve a cabo con precisión. Son condiciones necesarias pero no suficientes para el cambio que necesita una España que tiene por delante una fuerte desintoxicación ideológica. La misma energía social que se ha desplegado en los últimos ocho años para que el Gobierno no se rindiera ante ETA o para que la caridad impidiera el derrumbe del país, cuando la tasa de paro supera el 20 por ciento, es necesaria para recuperar el gusto por la realidad, por aprender, por innovar, por emprender, por superar la pasividad.
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