Ilustrísimo Señor Embajador:
La inesperada invitación del Santo Padre a participar en el encuentro interreligioso de Asís (27 de Octubre de 2011) me impide acudir a Tokio para asistir a la significativa iniciativa que usted ha promovido como ocasión de diálogo cultural en un momento tan decisivo para la vida del mundo. Junto a usted, envío un saludo especial al reverendo profesor Shodo Habukawa, del que don Giussani nos hablaba a menudo como un maestro de humanidad y un verdadero amigo. La historia de su amistad es un ejemplo manifiesto de ecumenismo real, que no se agota en una genérica tolerancia, ajena al otro, sino que es «un amor a la verdad que está presente, aunque fuese sólo un fragmento, en cualquiera». Por ello, «nos vemos arrastrados por el asombro totalizante de la belleza. (…) Esta apertura nos permite sentirnos como en nuestra propia casa con cualquiera que conserve una brizna de verdad, en cualquier parte» (don Giussani).
Recuerdo todavía la emoción que me embargó al leer las palabras de Giussani cuando en el lejano 1987 participó en Japón en una iniciativa cultural parecida. Dirigiéndose al público de Nagoya, declaró enseguida su simpatía por el pueblo japonés y dio razón del porqué: «Por muy diferentes que sean nuestros orígenes desde el punto de vista geográfico e histórico, ninguna lejanía ni diferencia puede establecer una extrañeza total entre nosotros: todos somos hombres. Hay una unidad entre nosotros por nuestra existencia humana. La expresión “existencia humana” implica (…) un destino común». Y, compartiendo el sentido de armonía entre todas las cosas propio de la tradición japonesa, afirmó: «La tradición espiritual en la que he crecido me dice que esta armonía grande y misteriosa tiene una voz. (…) Es la misma voz para mí, para un japonés, para el hombre de hace veinte mil años y para el hombre de dentro de un millón de siglos: es la misma. (…) Todos los hombres que nacen del seno de una mujer tienen el mismo rostro, la misma estructura interior. (…) La voz del universo, de ese todo del que nosotros somos una pequeña, infinitesimal parte, esta voz es el corazón del hombre».
Estoy convencido de que la experiencia de amistad entre don Giussani, sacerdote católico y el profesor Habukawa, monje budista, representa un ejemplo valioso del camino que hay que recorrer para responder al tema elegido para este encuentro: «Tradición y globalización. Cristianismo y budismo ante los desafíos de la modernidad».
Creo que el reto que todos tenemos delante es antropológico antes que social, económico o político: se refiere, de hecho, a la naturaleza misma del hombre, ese conjunto de exigencias y evidencias elementales – de verdad, belleza, justicia y felicidad – que el mundo actual considera cada vez más irrelevantes. Al reducir todo a apariencia, la realidad ya no nos habla, la vida deja de tener significado y se agota en un presente del cual ya no se espera nada. La conciencia humana corre el riesgo de ser arrastrada por un inmenso tsunami espiritual, que a su paso deja tan sólo escombros.
Pero ningún cataclismo puede eliminar definitiva y completamente un dato: la naturaleza de la realidad, es decir, de todo lo que existe, es la de ser signo, como afirmaba el gran poeta Montale: «Bajo el azul añil del cielo / un pájaro de mar se va / no descansa jamás: porque todas las imágenes llevan escrito / “más allá”». Si la razón niega esta evidencia, niega la posibilidad misma de la vida humana.
Por eso el Papa ha sentido la urgencia de preguntar a todos: «¿Cómo puede la razón volver a encontrar su grandeza sin deslizarse en lo irracional? ¿Cómo puede la naturaleza aparecer nuevamente en su verdadera profundidad con sus exigencias y con sus indicaciones?». Su respuesta fue: «Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra». Creo que la sensibilidad japonesa puede entender bien esta invitación. Desde este punto de vista, todos hemos admirado la dignidad con la que vuestro pueblo vivió la tragedia del tsunami, señal de una percepción de la realidad como “misterio”, en última instancia positiva incluso cuando muestra un rostro dramático y contradictorio.
En un mundo cada vez más incapaz de un diálogo sincero, nuestras tradiciones están llamadas a renovar el milenario mensaje de la fe. Lo podremos hacer si la propuesta de la que somos portadores se vuelve atractiva para nuestros hermanos los hombres, cada vez más tentados por el desinterés y la indiferencia. Y lo será si resplandece de nuevo, en primer lugar en nuestros rostros, la verdad que fascinó a nuestros dos grandes amigos, don Giussani y el profesor Habukawa, hasta el punto de convertirlos en protagonistas de la sociedad.
Sólo el encuentro con una humanidad diferente puede suscitar esa curiosidad que despierta el deseo del corazón y vuelve a poner en marcha a las personas. Una curiosidad más poderosa que cualquier miedo o experiencia negativa que hayamos tenido. Sobre todo en un momento de crisis como el que atraviesan nuestras sociedades, el camino de la recuperación pasa a través de encuentros como este, que no nacen de la búsqueda de un interés particular sino de la pasión común por la verdad de la vida.
Como dijo el Papa en Alemania, «La fe tiene que ser nuevamente pensada y sobre todo vivida hoy de modo nuevo para que se convierta en algo que pertenece al presente. (…) La fe vivida a partir de lo íntimo de nosotros mismos, en un mundo secularizado, es la fuerza ecuménica más poderosa».
Esto marca el comienzo de una historia que no termina – ni siquiera la muerte es capaz de detenerla –, como nos atestiguó el profesor Habukawa: «El 23 de Febrero de 2005 recibí inesperadamente desde Milán la triste noticia de la muerte de monseñor Luigi Giussani. Desde entonces llevo siempre conmigo una fotografía de monseñor Giussani para pedirle que me guíe. Rezo para que nuestra amistad sea eterna».
Deseamos que esta experiencia sea cada vez más nuestra, como signo para todos de que el mundo puede ser diferente, mejor, si cada uno de nosotros vive según la medida del propio corazón, que puede ser colmada sólo por el infinito. De hecho, don Giussani nos ha enseñado siempre que «la naturaleza del hombre es relación con el infinito» y de esta forma nos ha permitido recorrer un camino humano.
Gracias.
don Julián Carrón
Excmo. Ilmo.
Embajador
Sr. Vincenzo Petrone
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