«La noticia de la muerte del coronel Muamar Gadafi cierra una fase trágica y demasiado larga de la lucha sangrienta para derrocar un régimen duro y opresivo. Este dramático suceso obliga una vez más a hacer una reflexión sobre el precio del inmenso sufrimiento humano que acompaña tanto la instauración como caída de cualquier régimen que no se fundamente en el respeto y la dignidad de la persona, sino sobre la afirmación prevalente del poder. Por lo tanto, ahora es deseable que, ahorrando al pueblo Libio ulteriores violencias debidas al espíritu de revancha o venganza, los nuevos gobernantes puedan emprender cuanto antes la necesaria obra de pacificación y reconstrucción con ánimo de incluir a todos con arreglo a la justicia y al derecho; y que la comunidad internacional se comprometa a ayudar generosamente a la reconstrucción del país. Por su parte, la pequeña comunidad católica continuará ofreciendo su testimonio y su servicio desinteresado, en particular en el campo caritativo y sanitario, y la Santa Sede trabajará en favor del pueblo libio, con los instrumentos a su disposición en el campo de las relaciones internacionales, con vistas a promover la justicia y la paz».
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