Cada vez vemos con más dramaticidad dos evidencias que se hacen presentes a nuestro alrededor, pero sobre todo dentro de nosotros. La primera es el miedo a la incertidumbre de la vida, el malestar y el sufrimiento que implica cualquier precariedad, cualquier falta de seguridad, cualquier riesgo que la realidad propone. Esta percepción, este dato de la experiencia, nos obliga a reconocer que el hombre, sin embargo, está hecho para la certeza, la desea, la busca y sufre cuando no la encuentra, o cuando descubre que había puesto su esperanza en algo que luego resulta ser una ilusión.
La segunda evidencia viene dictada por el dogma del pensamiento relativista, que afirma que es imposible alcanzar la certeza. El hombre no es capaz de alcanzar certezas, y esto equivale a decir que el hombre no es capaz de alcanzar la realidad, no es capaz de conocer verdaderamente lo que le rodea, ni a sí mismo.
El Meeting de este año se sitúa en el contexto del desafío que constituyen estas dos evidencias, para descubrir si verdaderamente nuestro destino consiste en la afirmación de Sartre («Mis manos, ¿qué son mis manos? La distancia inconmensurable que me separa del mundo de los objetos para siempre») y por tanto en la imposibilidad de una relación con las cosas que impide el significado y el gusto de vivir. O bien, si existe la posibilidad de afirmar un sentido y una utilidad de la vida porque, como dice Pavese, «no hay nada más amargo que el amanecer de un día en que nada sucederá, no hay nada más amargo que la inutilidad».
Si deseamos una certeza, este deseo es la prueba de que debe existir una certeza. No podemos prescindir del intento de alcanzarla, no podemos evitar el riesgo de blandir la espada más allá de las cosas que ya conocemos para encontrar aquello que el corazón desea, como dice el guerrero de La balada del caballo blanco de Chesterton, que se representará en el Meeting. Pero no basta la espada, la certeza sólo se conquista a lo largo de un recorrido, no llega fuera de un camino y una responsabilidad, sino que implica un itinerario de la razón y de la experiencia humana.
Hace falta algo que desafíe el miedo a lanzarse a la aventura de la vida. Decía el poeta Carlo Betocchi: «Se necesita un hombre / no se necesita la sabiduría, / lo que se necesita es un hombre / en espíritu y verdad; / no un pueblo, ni las cosas / lo que se necesita es un hombre / un paso seguro, y que sea sólida / la mano que extiende, que todos / puedan aferrarla y caminar / libres, y salvarse».
El Meeting, mediante el arte, los testimonios, la participación de científicos, empresarios, políticos, hombres de cultura, quiere ofrecer la contribución de hombres así, personas que en la vida caminan libres. El Meeting no es otra cosa que una experiencia de hombres que han encontrado a otros hombres, apasionados por la vida y la búsqueda de la certeza y la verdad. Desde hace 32 años, la trama de estas relaciones se dilata, incidiendo en la historia, construyendo vínculos y obras, pero sobre todo contribuyendo, a través del encuentro y la confrontación sobre las razones de la vida, a educar a hombres que no se resignan a cazar mariposas sino apasionados por la res publica, capaces de oponerse al intento del poder de hacerles esclavos porque, como decía Milosz, «se ha logrado hacer comprender al hombre que si vive es sólo por gracia de los poderosos. Piensa, pues, en beber tu café y cazar mariposas. A quien ame la res publica se le cortarán las manos».
Publicado en Il Sussidiario
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