Han pasado dos años del terremoto que destruyó la ciudad de los Abruzzi. Se habla de reconstrucción y de ayudas económicas, «pero lo que más ha golpeado el terremoto ha sido mi corazón, ¿qué puede hacer que la vida vuelva a comenzar?»
Dos años después del terremoto, me miro y descubro mi nuevo “yo”. Aquella noche el terremoto visitó a mi familia. María, una niña de 11 meses, tenía dolor de dientes y, contraviniendo mis hábitos, decidí llevarla a nuestra cama.Cuando llegaron los golpes, un trozo del techo cayó sobre la almohada de su cama, y entendí que la Providencia había salvado a mi familia. El terremoto abrió mi corazón con todas sus preguntas sobre el sentido de lo verdaderamente importante, de la dureza, de lo que me puede hacer feliz, a mí, a mi marido y a mis hijos. En resumen, el primer terremoto lo sufrí en el corazón.
Pero de esto, en medio de las grandes palabras sobre la reconstrucción y los graves problemas que hay que afrontar, se habla muy poco. ¿Qué puede hacer que la vida vuelva a comenzar? Sólo una relación que te ayude a redescubrir el sentido de las cosas y que haga bella la existencia. Sólo un amor ha hecho posible que yo vuelva a empezar a vivir con más gusto que antes. De hecho, lo que no olvidaremos nunca en la comunidad de L’Aquila son las personas, las relaciones con los voluntarios, con los bomberos... ¡Antes ni siquiera conocíamos a los vecinos de al lado! Dos años después del seísmo podemos decir que son nuestros amigos. Vas al bar, donde te encuentras al camarero que te sirve siempre el café, te das cuenta de todo el sacrificio que hace, y piensas: ¡qué gran persona! Es feliz porque puede trabajar.
Las preguntas sobre el significado resurgen continuamente y aquel silencio que siguió al terremoto se convierte en la escucha de Aquél que es capaz de responder. Luego, ves en el telediario las noticias sobre Japón. Antes, una noticia así no me habría impresionado tanto. Ahora, sin embargo, mirando los ojos de esa gente me doy cuenta de que yo soy como ellos. Ni siquiera toda la tecnología del mundo puede responder a nuestra necesidad de reconstrucción, esa respuesta no basta. Así que sigues buscando todos los días un lugar, una relación, algo capaz de responder.
Así es como mi corazón ha cambiado en dos años. ¡Ahora veo mi vida con más verdad! Mi deseo es infinito y sólo un Infinito puede responderme. Un Infinito hecho de carne, que pueda encontrar en las personas, en la asignatura que imparto, en los frutos de los árboles, ahora que es primavera. Igual que Dios no abandona a los árboles en invierno, tampoco me abandona a mí, y esto lo veo en los frutos de primavera y en mi nuevo yo delante de las circunstancias.
Carta publicada en Avvenire
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