Hasta hace poco tiempo se podía pasear tranquilamente entre Abiyán y el pueblo costero donde se encuentra el monasterio en el que vive, a cuarenta kilómetros de la capital hacia la frontera con Ghana. El padre Paolo Santagostini es capuchico, misionero en Costa de Marfil desde hace dieciséis años. Su congregación es una de las pocas que ha permanecido donde estaba. Muchos otros religiosos ya se habían ido a países vecinos o a zonas más seguras porque «el clima de violencia se respiraba desde hace meses, desde las elecciones presidenciales del pasado noviembre», explica. Pero en los últimos veinte días, la situación se ha acelerado.
El país se ha precipitado en una separación cada vez más profunda, con dos gobiernos y dos ejércitos. Costa de Marfil está dividida desde el intento de golpe de Estado del año 2002. Aquel año los rebeldes, al no conseguir conquistar la capital económica, Abiyán, se conformaron con tomar el norte del país, pero ahroa aquellos hombres son ex-rebeldes; son el “comando invisible”, los milicianos favorables a Alassane Ouattara, el presidente electo en noviembre y reconocido por la comunidad internacional, que está conquistando palmo a palmo todo el sur en una auténtica guerra civil contra las fuerzas armadas del presidente saliente, Laurent Gbagbo, que no reconoció el resultado electoral de noviembre y nunca llegó a dimitir.
«Aquellas elecciones se celebraron sin que el país estuviera en condiciones de garantizar una auténtica votación», continúa el padre Santagostini. «Ni en el norte ni en el sur la gente votó con serenidad, sino bajo la presión de ambos “ejércitos”. Y hubo fraudes en ambas partes». El nuevo presidente se encerró en el Hotel du Golf, que se convirtió en sede provisional del gobierno. Desde entonces se han producido más de cuatrocientos muertos entre la población y un millón de refugiados, según datos de la ONU.
En los últimos días, las fuerzas de Ouattara han tomado el control de Yamusukro, la capital administrativa, y de San Pedro, el puerto del que parten los cargamentos de cacao. Los enfrentamientos más violentos tienen lugar en Abiyán, de donde la gente huye en un éxodo que está dejando la capital vacía. «La población del barrio parece que ha desaparecido, no se sabe dónde pueden estar. Se está preparando algo dramático». Son palabras de Sor Rosaria, de la Congregación de la Santa Familia de Spoleto. Vive en Abobo, el barrio de la capital donde empezaron los combates entre las fuerzas de Gbabo y los hombres de Ouattara. «Los pobres están pagando por todos. He visto a una niña de ocho años con el cerebro fuera de la cabeza», ha relatado Sor Rosaria en declaraciones a la Agencia Fides.
«Todo esto es sólo una lucha de poder», afirma el padre Paolo. «Una pasión desesperada, que lleva hasta la guerra, pero que sólo implica a algunos. Sin embargo, es la población la que sufre, la que es sacrificada». Los disparos perdidos no dejan de matar a gente. Otros mueren de hambre o por enfermedad. «El embargo europeo de medicamentos, impuesto desde el 28 de febrero para obligar a Gbagbo a dimitir, es muy grave. Como el del gas. Quieren ahogar económicamente al régimen, pero quien muere es la gente». Jean-Pierre Kutwa, arzobispo de Abiyán, ha pedido a la Unión Europea el fin del embargo: «Pido respeto a la vida. No hacen falta muchas argumentaciones para entender que la vida es sagrada y que hay que protegerla. El quinto mandamiento dice “no matarás”. La población debe poder curarse». Además, desde hace casi un mes todos los bancos están cerrados, la gente no puede ir a trabajar. «Y los que van, no pueden cobrar su sueldo». Al padre Santagostini le preocupan mucho los Jóvenes Patriotas que defienden a Gbagbo. «Son chicos de veinte años que no tienen trabajo. Me temo que no se rendirán nunca, que están dispuestos a morir».
Benedicto XVI ha decidido enviar a Costa de Marfil al cardenal Peter Turkson Kodwo, presidente del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz. Es el primer obispo ghanés que ha sido nombrado cardenal. Un signo de gran atención y preocupación por el destino del pueblo costamarfileño. «Para mostrar mi cercanía a las víctimas del conflicto y para contribuir a la paz», ha dicho el Santo Padre.
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