El Encuentromadrid 2011 se ha celebrado del 1 al 3 de abril bajo el lema “Inteligencia de la fe, inteligencia de la realidad”. Es una frase utilizada por Benedicto XVI para explicar qué tipo de cristianismo puede hacer una contribución relevante al mundo moderno. Precisamente esta edición ha sido una ocasión en la que organizadores, participantes e invitados hemos podido experimentar que es posible ensanchar la razón más allá de los límites en los que habitualmente está encerrada por indiferencia, inercia o ciertos prejuicios culturales. Es posible un conocimiento afectivo de la realidad, lleno de positividad, que supere la habitual censura sobre el significado de las cosas. Una experiencia de este tipo permite superar la fractura entre la razón y la fe, criterio dominante en la vida y en el pensamiento español de los últimos 200 años. En Encuentromadrid hemos podido comprobar que cuando la dimensión religiosa se convierte en criterio de juicio crítico se abre la perspectiva de liberación a la que el hombre moderno aspira. Es esa búsqueda del sentido de las cosas la que puede responder a los retos históricos, la que nos pone en la mejor condición para afrontar los problemas que tiene nuestro país, la que nos permite encontrarnos con todos. Ha sucedido estos días en la Casa de Campo. Y nosotros hemos sido los primeros sorprendidos. Hemos sido testigos de cómo la fe, cuando se pone en juego en la realidad, permite una experiencia universal. Hemos visto cómo el lema del cardenal Newman cor ad cor loquitur (el corazón habla al corazón) –título de una de las exposiciones– se hacía realidad. Nuestra experiencia cristiana, desarrollada explícitamente, ha sido el lugar en el que musulmanes y no creyentes han vuelto sobre su propia humanidad.
Se entiende que la inteligencia de la fe es inteligencia de la realidad y así contribuye a la vida social cuando se puede precisar y documentar con hechos. Los más de 500 voluntarios que han hecho posible el Encuentromadrid documentan algo que todos necesitamos volver a aprender para hacer frente a la severísima crisis que sufre nuestro país: sin gratuidad no es posible recuperar el sentido del trabajo, superar la desconfianza, reavivar el deseo de construir y de ir más allá. Así se ha formulado en la mesa redonda dedicada a “La crisis detrás de la crisis” en la que participó el consejero delegado del Grupo Villar Mir, Tomás García Madrid. Esta nueva inteligencia juzga la vida política como se puso de manifiesto en el encuentro en el que participó Philip Blond, asesor de David Cameron, y Lucía Figar, consejera de Educación de la Comunidad de Madrid. Ni la ideología del Estado del Bienestar ni la ideología del libre mercado ofrecen respuestas adecuadas. Somos personas, no sólo individuos, y las cosas funcionan mejor cuando el Estado da protagonismo a la sociedad, en la gestión de los servicios públicos, en el fomento de la subsidiariedad. También hemos visto, gracias al testimonio de numerosas obras, cómo dos de los grandes retos que tiene pendientes España, la mejora de su educación y la integración de los inmigrantes, pueden ser afrontados con más inteligencia si la caridad, la pasión por el otro, se convierte en criterio de relación. Cuando uno es consciente de que Alguien ha tenido piedad de su nada, construye de otra manera, construye mejor. Puede también afrontar dignamente ese gran tabú que en nuestros días supone el sufrimiento, lo han puesto de manifiesto los testimonios de la asociación Medicina y Persona.
Delante de nuestros ojos se ha desplegado la belleza del pueblo del Encuentromadrid. Su capacidad de rescatar lo mejor de nuestra literatura –como ha sucedido en la lectura que hemos hecho con José Jiménez Lozano de algunos de sus cuentos–, su interés por la ciencia y por todo lo humano, sus cantos, su capacidad de abrazar, su curiosidad, su deseo de conocer son un signo que desafía a la razón. Este pueblo, sorprendente se produce esa transmisión de certeza y de gusto por la vida -entre pequeños y mayores, entre padres e hijos- que parece en ocasiones imposible; este pueblo en el que jóvenes y universitarios asumen un protagonismo que provoca y renueva lo que los adultos creían ya saber no puede entenderse sin un nuevo tipo de inteligencia. Sin esa inteligencia que se abrió paso en el corazón de Juan y Andrés la primera tarde que empezaron a mirar cómo hablaba un hombre que habían encontrado al borde del río Jordán.
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