En el Angelus del pasado domingo, Benedicto XVI hizo un llamamiento «a cuantos tienen responsabilidades políticas y militares a favor del inmediato inicio de un diálogo que suspenda el uso de las armas». «Que la paz vuelva lo antes posible a estas poblaciones y se ponga fin a la tragedia –afirma el cardenal Angelo Scola, Patriarca de Venecia– significa repetir firmemente que cada muerte es demasiado. Sin embargo, la paz no es un automatismo utópico, hay que construirla cada día en la realidad». «Nosotros, europeos –explica Scola–, somos víctimas de una gran presunción. Creemos saber valorar y resolver los problemas sin tomar en consideración el testimonio de quien vive en estas situaciones». Empezando por los cristianos de aquellas tierras. No sólo existen las grandes instancias de participación democrática, sino también las transformaciones del islam. Un desafío en el que está en juego el perfil espiritual de la identidad europea, bisagra entre los hemisferios norte y sur.
«Pido a Dios que un horizonte de paz y de concordia surja lo antes posible en Libia y en toda la región del Norte de África», decía Benedicto XVI en el Angelus del domingo 20 de marzo. ¿Qué sentido puede tener hablar de paz cuando la política reivindica una acción directa para salvar a la población de la tiranía?
Hablar de paz en estas circunstancias significa obviamente exigir que la violencia de las armas, también en este último caso, termine y deje paso a la negociación. Que la paz vuelva lo antes posible a estas poblaciones y que se ponga fin a la tragedia ulterior significa repetir firmemente que cada muerte es demasiado. Sin embargo, la paz no es un automatismo utópico, hay que construirla cada día en la realidad. Por eso, para conseguir la paz, la oración se plantea, frente a cualquier escepticismo, como un instrumento eficaz.
Bien mirado, ni siquiera las armas de la realpolitik parecen capaces de dar una respuesta adecuada. ¿A qué se debe? ¿A una falta de estrategia, o a un déficit cultural o de visión a largo plazo?
No soy un experto, lo que puedo decir es que nosotros, europeos, somos víctimas de una gran presunción. Creemos saber valorar y resolver los problemas sin tomar en consideración el testimonio de quien vive en estas situaciones. Y esto a menudo nos impide tener en cuenta todos los factores en juego. Muchos colaboradores de Oasis que viven allí nos invitan estos días a precisar una diferencia: la situación del Norte de África es distinta de la de Oriente Medio, a pesar de que las dos zonas están en ebullición. Lo que está sucediendo es un fenómeno en gran parte inesperado o no previsto en estos términos, pero tiene connotaciones muy diferentes entre un país y otro. Libia no es Egipto, del mismo modo que es radicalmente distinto lo que ha sucedido en Túnez. E igualmente diferente es lo que está pasando en Siria.
Sobre Libia en concreto, ¿cuál es su valoración?
Respecto a la guerra actual en Libia quisiera recordar la opinión del cardenal Angelo Bagnasco, una expresión que nos representa a todos los obispos italianos. Me parece un juicio realista: no nos podemos quedar parados cuando están en peligro muchas vidas y la sociedad civil. Lo que resulta difícil de entender es en qué debe consistir esa intervención. Para ello es imprescindible escuchar con mucha atención la voz de personas como el obispo de Tripoli, que está allí desde hace años y conoce la situación desde dentro.
Si nos alejamos por un momento de los acontecimientos relacionados con la crisis libia, vemos que todo el Mediterráneo –desde los atentados contra los cristianos a finales del año pasado, seguidos de la crisis egipcia, etc…– vive una fase de inestabilidad sin precedentes. ¿Qué está cambiando?
Como siempre, sólo el tiempo permite comprender un proceso, más aún uno tan explosivo y complejo como éste. Debemos tener paciencia para dejar que todos los factores salgan a flote. Ciertamente, no se puede infravalorar la enérgica demanda de libertad, de dignidad, de democracia, de trabajo que emerge de estos movimientos, pero hay otros aspectos que aún no llegamos a ver y que, sin embargo, tendremos que intentar comprender con mucha atención. Por ejemplo: ¿cómo podrán evolucionar las diferentes variantes del islam después de estos hechos? Al mismo tiempo, avanza ese proceso que yo llamo “mestizaje de civilizaciones y culturas”, un proceso histórico, que lleva dentro una parte de violencia, una parte de imprevisibilidad y también de esperanza, que no pide permiso para desarrollarse pero que nosotros al menos podemos intentar ac0mpañar y gobernar.
¿Hasta qué punto le preocupa la situación de los cristianos en Oriente Medio? ¿Se puede hablar –dada la escasez de su presencia– de una «tarea» particular en estas circunstancias?
La situación de nuestros hermanos cristianos en Lejano y Medio Oriente es muy dolorosa. No nos podemos permitir quedarnos pasivos, no escuchar su voz, su grito de ayuda. La Iglesia veneciana ha podido colaborar con dos personas extraordinarias, como el obispo Luigi Padovese, asesinado en Turquía, y Shahbaz Bhatti, el ministro cristiano víctima de un atentado en Pakistán. Su testimonio nos obliga a defender la libertad amenazada de la Iglesia en ciertos países de mayoría musulmana. Su martirio nos muestra lo que significa vivir verdaderamente como cristianos, es decir, vivir del deseo de seguir a Jesús, de encontrar un lugar –como escribió Bhatti en su testamento espiritual– a los pies de su cruz para participar de su resurrección.
Todos o casi todos están de acuerdo en reconocer la proximidad de una gran emergencia humanitaria. ¿Qué debe hacer la política y la sociedad para estar a la altura?
Por un lado, la acogida debe ser inmediata para aquellos que se encuentran en una situación de tanta dificultad. La política debe ser ordenada y orgánica incluso en un caso de grave emergencia, como éste. El problema es que todos asuman una corresponsabilidad, toda Europa está llamada a ponerse en juego en esta situación. Nuestro país debe afrontar con realismo el hecho de que decenas de miles de personas están acudiendo a nuestras puertas. Ciertamente, es necesario tener amplitud de miras: las tragedias del Norte de África y, en general, el inicio del tercer milenio son una provocación formidable de la Providencia para pensar en el hombre del futuro. ¿Qué tipo de hombre queremos ser? ¿Un yo-en-relación? ¿O un hombre que puede tener a su disposición medios técnicos y científicos increíbles pero que tiende a fosilizarse en una identidad individual, y por tanto cerrada?
En su opinión, esta crisis actual, ¿«mide» también la unidad europea?
Está mostrando que Europa no puede estar unida sólo por el cemento del euro, sino que necesita una identidad clara, una política exterior y económica sólidas. Pero eso será imposible, repito, si los hombres y pueblos europeos no responden a una gran cuestión: “¿Quién quiere ser el hombre del tercer milenio?”. Tal vez, la tragedia que supone la llegada de tantos hombres y mujeres de África, si todos somos más generosos, podrá representar provocadoramente una adhesión a la construcción de una Europa pacífica capaz de abrirse, con una disponibilidad inteligente hacia los que tengan necesidad. Una Europa que sea la expresión tangible de ese compartir entre los pueblos, que es indispensable para el presente y para el futuro, y que nosotros, europeos saciados y acomodados, todavía no somos capaces de convertir en un proyecto estable de vida buena.
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