Piero Gheddo, misionero del PIME, cuenta en su blog su visita a Kushpur, el pueblo natal del ministro asesinado el pasado 2 de marzo. Allí nació la cristiandad pakistaní: “Comprendí por qué los cristianos resultan tan molestos”
Después del asesinato del gobernador de Punjab, Salman Tasser, el pasado mes de enero, el 2 de marzo mataron en Islamabad, capital de Pakistán, al ministro para las minorías religiosas, el católico Shahbaz Bhatti, de 43 años. Ambos luchaban por abolir la “ley contra la blasfemia” que llevó a la condena a muerte a Asia Bibi, una joven madre católica, por ofender al profeta Mahoma. Con esta ley, cualquier cristiano (o hindú) que resulte molesto puede ser condenado a muerte si dos testigos confirman la acusación.
La prensa de todo el mundo se ha hecho eco de estos dos asesinatos y las presiones sobre el gobierno pakistaní para abolir esta ley asesina se han multiplicado. Pero lo que está claro es que “quien toca la ley antiblasfemia muere”. Pakistán merece la definición de “estado canalla” porque la persecución contra los cristianos no es un problema de ahora. Cuando estuve en Pakistán en el año 1982, vi en dos ciudades (Islamabad y Karachi) a grupos de familias cristianas que vivían en chabolas de la periferia a las que se les expulsaba y que buscaban refugio en la catedral católica y en el centro católico de la ciudad. Me contaron que esto no sucedía con todos los habitantes de la periferia, sólo con los del barrio cristiano.
En las zonas rurales, las relaciones entre musulmanes y cristianos todavía no eran conflictivas, pero ya había signos de que lo llegarían a ser. Pasé unos días en Kushpur, el pueblo natal de Shahbaz Bhatti. Aquella visita me impresionó tanto que siempre la he recordado especialmente, porque me hizo entender de dónde nace, incluso a nivel de pueblo, el espíritu anti-cristianos que luego dio lugar a la ley contra la blasfemia. Kushpur se encuentra en la llanura de Punjab, entre Lahore y Faisalabad, una región católica con 5.000 habitantes, fundada por misioneros capuchinos belgas que al principio del siglo XIX adquirieron un gran terreno forestal para acoger a las familias cristianas dispersas por el mar islámico circundante. En Kushpur nace, en los tiempos modernos, la cristiandad pakistaní actual, es decir, los cristianos pobres y parias de la sociedad que vinieron a deforestar los bosques y a apropiarse del pueblo, y que luego se extendieron por todo el país.
En 1982 la diferencia entre Kushpur y los pueblos musulmanes vecinos era escandalosa, por diversos motivos: la limpieza de las calles y las casas, la libertad de las mujeres, que sonreían, se paraban, hablaban, se dejaban incluso fotografiar (lo cual era considerado un crimen en otras zonas), la vivacidad de los niños y niñas cuando jugaban, la unidad de las familias (rigurosamente monógamas), que dio lugar a la fundación de cooperativas para la excavación de pozos, la canalización del agua, la adquisición de tractores y otras máquinas agrícolas, la comercialización de los productos de la tierra, etc. Y sobre todo, la presencia en Kushpur de escuelas. En los pueblos musulmanes, cercanos y lejanos (visité algunos de regiones distintas) sucedía todo lo contrario. Las mujeres, por ejemplo, no se veían por las calles, la suciedad reinaba por todas partes, etc.
Un misionero dominico alemán, el padre Schiavone, que vivía en Faisalabad, me decía: “Kushpur, que en lengua punjab significa pueblo de la felicidad, con su educación y tradición cristiana, es un ejemplo concreto y visible de la diferencia entre cristianismo e islam, y esto les molesta a muchos”. El párroco de Khushpur, Anthony Rufin, me contaba: “Nuestros cristianos tienen fama de ser gente en la que se puede confiar, porque son honestos. En Kushpur hemos llegado a obtener un cierto nivel de bienestar, a nivel nacional, pero en los demás pueblos hay casos de auténtica miseria y muchos de pura supervivencia. En los pueblos islámicos hay muchos enfrentamientos y divisiones, clanes familiares, envidias, venganzas”. Me contó que venían, incluso desde lejos, grupos de musulmanes para ver el pueblo católico y se escandalizaban por las mujeres sin velo y sonrientes, las chicas que iban a la escuela; y decían a los hombres que trabajaban la tierra: “Pero vosotros, ¿sois tan estúpidos que trabajáis, teniendo mujer e hijos? Son ellos los que deben trabajar para vosotros”. En Kushpur las mujeres tenían su propia cooperativa, Santa Catalina de Siena, que atendía a mujeres con problemas y a sus hijos. Todo esto, y muchos más, puede hacernos entender por qué los cristianos en Pakistán, como en otros países islámicos, resultan molestos.
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