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Aprender a vivir

Carmen Pérez
28/02/2011 - La Criba

¿Basta con aprender a ganarse la vida? Comprendemos nuestra existencia por una Presencia que hace resonar en nosotros la voz de la conciencia, que la rescata, la despierta y la mantiene viva. Como Newman describe magistralmente en su novela Calixta

Unos matrimonios charlaban preocupados, ante todo lo que está ocurriendo, por cómo se ganarían la vida sus hijos. Y unos de ellos que parecía ausente, pero que no lo estaba de ninguna manera, dijo de pronto: «Sí, yo no viví eso con mis padres, no se preocuparon tanto de que aprendiéramos a ganarnos la vida cuanto de que aprendiéramos a vivir. Ellos nos decían que aprender a vivir era lo más importante y que lo otro iba en el mismo paquete». Y esta intervención centró sencillamente la conversación, porque muchos con “el aprender a ganarse la vida”, precisamente estaban pensando en el “saber vivir”. No en sentido picaresco, sino con la hondura de lo que significa “saber vivir”. Empezaron a dialogar sobre cómo vivían, qué transmitían y se respiraba en sus familias, de qué tenían realmente conciencia, cuáles eran sus criterios prácticos, no sólo la teoría, aunque es cierto que toda buena práctica es hija de una buena teoría. A uno de ellos le había llegado un email con puntos muy concretos: se veía mucha televisión, se leía poco, no se rezaba. Vamos añadiendo años a nuestra vida, pero lo importante es la vida que vamos poniendo en nuestros años. Controlamos situaciones de manera externa, pero no conquistamos nuestro interior, ni somos conscientes de nuestros prejuicios. Todo parece de poner y quitar, de usar y tirar, una moral desechable según los intereses y las situaciones. Mucha sexualidad vivida sin lo que supone realmente de amor, relación y encuentro. Muchos medios de comunicación, mucho internet, mucho DVD, mucha maquinita y poco diálogo. Vamos, mucho en el escaparate y poco en nuestro interior.
Pero todo esto no nos justifica realmente. Está nuestra libertad y responsabilidad, nuestra conciencia. Es la misma situación que se inicia con el ser humano, como lo narra la Biblia ya desde el comienzo con Adán y Eva. Se justificaban ante el juicio de Dios, ante su mirada, buscaban fuera lo que realmente habían de haber reconocido dentro: su falta de responsabilidad y libertad, su pobre conciencia para discernir, la pérdida de su relación con Quien les había creado y amaba, se habían dejado seducir por lo que no era su bien y su verdad. Exactamente igual que nos ocurre a nosotros. Es un hecho que ninguno de nosotros juzga las acciones de un vegetal o de un animal como acciones morales o inmorales. La conciencia es evidentemente algo propio del hombre, es su guía personal. Viktor Frankl hablaba de “trascendencia” de la conciencia. Don Giussani de “una experiencia elemental”, común a todos los hombres, que es un conjunto de exigencias y evidencia originales, en base a las cuales el hombre juzga y valora todo lo que vive. Algo que tengo en mí mismo, pero que no me doy a mí mismo, sino que descubro en mí ante la presencia buena de Cristo, el Dios que entra en mi vida, que se hace presente en la historia. Comprendemos nuestra existencia a partir de esta voz, de esta Presencia que hace resonar en nosotros la voz de la conciencia, que la rescata, la despierta y la mantiene viva. Tomar conciencia de sí supone siempre una llamada a la verdad, a la bondad, a la belleza, a lo mejor de uno mismo. La conciencia pone de manifiesto la existencia de un Dios personal, ante quien somos libres y responsables, ante quien nos sentimos avergonzados o contentos, esclavos o libres. Es lo que han vivido los testigos del cristianismo: «De no ser por esta voz que tan claramente habla a mi conciencia y a mi corazón, cuando miro a este mundo yo sería ateo, panteísta o politeísta», decía Newman. La vida humana, sin esta voz de la trascendencia, sería, y así ocurre de hecho, una especie de infierno viviente. En cambio, cuanto más resuena su voz en nosotros, más nos pasa como a Calixta: «No se puede escapar de uno mismo», se siente uno atraído por Jesucristo, que responde a todas las aspiraciones y anhelos del corazón. Calixta, la narración de su conversión, es una novela histórica de J. H. Newman, centrada en el África de mediados del siglo III. Calixta es una mujer viva, con un corazón que se desborda, lleno de afectos que clama por un algo que la posea. No puede vivir sin algo en que descansar. Necesita amar, el amor es su vida.

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