Alan Arcebuche, franciscano filipino y director de Cáritas Libia, relata en una entrevista en Avvenire cuál es la situación de “tensión y confusión” que se vive en Trípoli, en plena lucha entre milicianos y rebeldes
Su voz llega entre interferencias, pero confirma que la situación es muy tensa y confusa. Los extranjeros que se han quedado, por la fuerza o por decisión propia, permanecen encerrados en sus casas en Trípoli, la capital, y resulta muy arriesgado salir pues el aeropuerto ha sido literalmente asaltado por aquellos que tratan desesperadamente de abandonar el país.
Un testigo de excepción de todo lo que está sucediendo es el padre Alan Arcebuche, un franciscano filipino que dirige Cáritas Libia. Atiende a los católicos en un país donde el cristianismo es la religión de los trabajadores extranjeros, y no se retira, ni siquiera en un momento como éste, cuando se trata de ayudar a los inmigrantes que están en los hospitales, los que han sido detenidos, o a aquellos que son libres pero que han quedado atrapados en el país.
Conseguimos hablar con él por teléfono con mucha dificultad.
Padre Alan, ¿cuál es la situación en la capital?
Confusa y muy tensa, sobre todo en el centro. La zona en la que nosotros vivimos, sin embargo, está tranquila. Sabemos que es muy peligroso salir y resulta casi imposible trasladarse hacia la periferia, igual que lo es llegar hasta la capital. Está empezando a haber problemas de aprovisionamiento de alimentos y de agua. El aeropuerto internacional está abarrotado, es imposible acercarse. Todos quieren irse de aquí, pero es muy difícil conseguir un billete.
Se habla de diez mil muertos desde que empezaron las protestas y de cincuenta mil heridos. ¿Usted puede confirmar estas cifras?
Sinceramente, no. Mis fuentes son los enfermeros y el personal sanitario filipino de los hospitales de Trípoli, que me han dicho que calculan que en los últimos días ha habido unos 70 muertos y 300 heridos. Sin embargo, no tengo el cuadro completo de la situación porque no dispongo de noticias precisas sobre otras zonas del país. Las comunicaciones son muy difíciles.
¿Cómo están viviendo esta situación los católicos?
Partimos de que la Iglesia católica en Libia es una iglesia de inmigrantes, trabajadores con contrato, irregulares y refugiados. Los trabajadores que están en regla son sobre todo filipinos que trabajan en fábricas y hospitales por todo el país, y la embajada de Manila les ha puesto en el nivel de alerta tres, que significa repatriación voluntaria, por lo que se está intentando organizar el regreso de estas personas a sus países de origen. Muchos de ellos han acampado en la propia embajada. Y los que no están en Trípoli han quedado bloqueados y están teniendo problemas para moverse y para encontrar alimento.
¿Y los inmigrantes irregulares?
La mayoría son africanos subsaharianos que se han quedado en Libia después de haber intentado llegar a Europa y encontrarse con el cierre de las rutas mediterráneas. Su situación es muy difícil, no consiguen ponerse en contacto con sus gobiernos, que por otro lado no están haciendo nada para ayudarles. Hace unos días estuvieron cerca de la catedral, que está vacía, buscando ayuda, les dimos algunos víveres y les dijimos que volvieran a sus casas y no salieran por ningún motivo. Las hermanas franciscanas del centro de Cáritas que está a las afueras de la ciudad también han distribuido alimentos y medicinas, y han aconsejado a todos que no salgan a la calle, que no se pongan en el punto de mira. Yo he visto por las calles a grupos de civiles armados y milicianos mercenarios, es muy peligroso para un extranjero encontrarse con ellos.
Los sacerdotes y religiosos, ¿cómo están?
Acaban de llegar tres monjas españolas. A los voluntarios también les hemos pedido que se queden en sus casas. Las demás monjas están en el convento y los sacerdotes están bien. Uno de mis hermanos salió esta tarde y todavía no ha vuelto, como no conseguimos contactar con él estamos empezando a preocuparnos.
Si la situación se precipitara, ¿están decididos a quedarse en Libia?
Queremos quedarnos, y de momento no nos movemos de aquí. Que se haga la voluntad de Dios. O, como dicen aquí, Inshallah.
(entrevista publicada en Avvenire)
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