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“Si estuviese enferma, os querría a vosotros”

John Zucchi
25/09/2010

“En el nombre de las miles de personas que hemos acompañado hasta el fin de su vida, de esas innumerables historias, la mayoría banales pero siempre rebosantes de verdad, nos oponemos firmemente a cualquier forma de legislación a favor de la eutanasia o del suicidio asistido”. Con estas apasionadas palabras, Caroline Girouard, oncóloga en el Hospital del Sagrado Corazón de Montreal con diecisiete años de experiencia, comenzó su intervención en la Comisión Especial de la Asamblea Nacional de Quebec, denominada “Morir con dignidad”. El nombre de la Comisión ya indica su dirección, seguir la recomendación del Gobierno de Quebec para introducir medidas que de hecho permitan la eutanasia y el suicidio asistido en esta provincia canadiense.
En los últimos tiempos, las presiones en este sentido no han dejado de crecer. Un miembro del Parlamento de Quebec presentó el año pasado un proyecto de ley a la Cámara de los Comunes para despenalizar la eutanasia, pero fue ampliamente rechazado, con 228 votos contrarios y 59 a favor. En Canadá, la eutanasia está sujeta al código penal federal y una provincia no puede cambiar esta situación. Sin embargo, las provincias tienen competencias en el sistema sanitario y sus respectivos fiscales generales (en Quebec, el ministro de Justicia) supervisan la actividad de jueces y tribunales. Sencillamente, Quebec está buscando la vía para introducir la eutanasia por la puerta de atrás, mediante la definición de protocolos guía-para que los médicos puedan practicar la eutanasia sin que se les persiga.
Algunos miembros de la comunidad de Comunión y Liberación en Montreal hemos empezado a interesarnos por este problema durante el último año. Nos parece evidente que la presión para forzar los acontecimientos en una dirección peligrosa constituye un proyecto perverso que va en contra de la dignidad del hombre y de la sociedad. Los que proponen la eutanasia presentan estadísitcas y sondeos para mostrar que más del 80% de los habitantes de Quebec están a favor, pero se citan poquísimos ejemplos concretos y no se dice cómo se ha seleccionado la muestra, ni qué manipulaciones técnicas se han utilizado para plantear las preguntas y forzar las respuestas deseadas.
La Asamblea Nacional de Quebec creó una Comisión especial el pasado mes de diciembre, y “Morir con dignidad” empezó una primera ronda de reuniones entre febrero y marzo. Durante el verano se solicitaron entrevistas individuales y en grupo, y a principios de septiembre comenzó una serie de encuentros en varias ciudades de Quebec, empezando por Montreal.
La comunidad de CL entendió que era muy peligroso este intento manifiesto de introducir la eutanasia. Muchos de nuestros amigos se implicaron espontáneamente en el debate y enviaron artículos y cartas a las redacciones de los periódicos de Quebec y de Canadá. Durante el verano descubrimos que muchos amigos de GS, del CLU y de la Fraternidad habían mandado intervenciones a la Comisión. Alguno lo hizo solo, otros como pareja o en grupos de amigos: un profesor de la McGill University convenció a más de 50 compañeros para que firmaran una carta, una pareja de oncólogos invitó a más de 25 colegas a firmar su manifiesto. Y la Comisión llamó a algunos de los firmantes para intervenir públicamente.
Tal vez lo más llamativo de las intervenciones de nuestros amigos ha sido el modo en que se han expuesto. Han llevado consigo una riada de testimonios, sobre todo de médicos, que contaban su experiencia en la vida y en la muerte. Como decía el cirujano Marc Beauchamp, “no creemos que la eutanasia sea necesaria para crear un contexto que valore a la persona y sus decisiones. El contexto es aquél en el que atendemos a una persona que tiene un valor infinito”.
Ambos bandos utilizan los mismos términos (autonomía, libertad, derechos, atención), pero con significados diferentes. Nuestros amigos subrayan la necesidad que tienen los médicos de estar dispuestos a acompañar a los enfermos en un momento de vulnerabilidad extrema. La doctora Girouard habló de un colega que le había confesado que no era capaz de mirar a la cara a un paciente para decirle que tenía un tumor. Afirmó que un enfermo que sufre necesita médicos y amigos que no renuncien a apoyarle. Laurence, un estudiante de Medicina, decía: “Lo que verdaderamente necesita una persona que tiene delante el fin de su vida es ser acompañado de una forma humana”. Cuando preguntaron al doctor Nicholas Newman qué haría si un enfermo le expresara su voluntad de morir, él habló de una mujer a la que ayudó después de un intento de suicidio. La volvió a ver 25 años después y le preguntó si se alegraba de seguir viva, ella le respondió que sí.
A pesar de estos hechos, las probabilidades siguen estando a favor de la introducción de la eutanasia en Quebec, pero somos conscientes de que partimos de una victoria: el encuentro que cada uno de nosotros ha tenido con una humanidad nueva, la de Cristo. Y esta humanidad nueva no ha pasado inadvertida. Uno de los comisarios, al terminar la primera semana de reuniones, felicitó a Maximilian, Laurence y Marc, tres universitarios del CLU, por lo positivo que le parecía ver allí a estudiantes, aunque sabía que tenían una posición contraria a la suya. Otro señor se acercó al doctor Beauchamp en cuanto terminó su intervención y le dijo que había ido allí para defender la eutanasia porque había visto a su madre sufrir durante diez años antes de morir, pero que lo que había visto y escuchado le había hecho cambiar de opinión. O Laureen Pindera, periodista de una televisión canadiense, que comentaba en un programa matutino: “Después de escuchar a Caroline y Mark Basik (médico del Jewish General Hospital), y a algunos otros doctores, si alguna vez me diagnosticaran un tumor, sé bien a qué médico me gustaría acudir; éstas son personas que no hablan sólo de los tratamientos que hay que aplicar a sus pacientes sino de cómo acompañarles en su sufrimiento, y sobre todo de cómo amarles”.
En un clima en el que, parafraseando a la periodista de Montreal Denise Bombardier, se habla de eutanasia del mismo modo en que se habla del reciclaje o de la construcción de carriles-bici, es fácil decir que no hay alternativa a esta forma inhumana de mirar la vida y la muerte, a esta desolación que nos rodea. Sin embargo, nuestra experiencia en la primera semana de sesiones de la Comisión nos ha enseñado que siempre es posible volver a comenzar y comunicar a los demás lo que hemos encontrado.
Eliot nos recuerda que “el hombre que es eclipsará al hombre que pretende ser”. El hombre no puede encontrar la esperanza en una ideología o en una teoría, sino sólo en una presencia real. Nuestra responsabilidad no es inventar proyectos ideales para cambiar el mundo sino mantener el estupor frente al hecho que ha salvado nuestra vida, e invitar a otros a compartirlo con nosotros. Ésta es la única gran esperanza para una sociedad perdida.

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