La difusión de un confuso relativismo cultural y de un individualismo utilitarista y hedonista debilita la democracia y favorece el dominio de los poderes fuertes. Hay que recuperar y vigorizar de nuevo una auténtica sabiduría política; ser exigentes en lo que se refiere a la propia competencia; servirse críticamente de las investigaciones de las ciencias humanas; afrontar la realidad en todos sus aspectos, yendo más allá de cualquier reduccionismo ideológico o pretensión utópica; mostrarse abiertos a todo verdadero diálogo y colaboración, teniendo presente que la política es también un complejo arte de equilibrio entre ideales e intereses, pero sin olvidar nunca que la contribución de los cristianos sólo es decisiva si la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación.
(Benedicto XVI, Discurso al Consejo Pontificio para los laicos, 21 de mayo de 2010)
Las circunstancias por las que Dios nos hace pasar constituyen un factor esencial de nuestra vocación, de la misión a la que nos llama; no son un factor secundario. Si el cristianismo es el anuncio de que el Misterio se ha encarnado en un hombre, las circunstancias en las que uno toma posición ante este hecho frente al mundo entero son importantes para la definición del testimonio.
(Luigi Giussani, El hombre y su destino. En camino, Ed. Encuentro, Madrid 2003, p.61)
Cada circunstancia es una provocación que nos hace preguntarnos qué es lo que tenemos como más querido en nuestra vida. Por este motivo, ¡nos interesa todo! También la política, que es el instrumento que tienen los hombres para, juntos, alcanzar el bien común, el bien para todos.
Queremos que estas elecciones despierten, en primer lugar, este deseo de bien en nosotros mismos, cada vez más dominados por el individualismo. Y también que nos permitan forjar relaciones con personas, políticos o no, que tengan este mismo horizonte, personas deseosas de servir a un pueblo y no a sus propios intereses.
La primera victoria en estas elecciones es que susciten en nosotros una inquietud –que no nos quedemos tranquilos-, no por la rabia o el malestar causados por la falta de una clase política adecuada, sino por el deseo de que los hombres puedan encontrar una experiencia de bien. Que ese deseo nos ponga a trabajar en primera persona, no delegando en otros, sino construyendo, allí donde estemos, un pedazo de mundo nuevo.
1) A la política no le pedimos la salvación, no es ahí donde buscamos la esperanza para nosotros y para los demás. La tradición de la Iglesia siempre nos ha enseñado dos criterios ideales para juzgar cualquier autoridad civil y cualquier propuesta política:
a) La libertas Ecclesiae. Un poder que respeta la libertad de un fenómeno tan sui generis como la Iglesia también lo hará con cualquier otro tipo de agregación humana auténtica. El reconocimiento del papel público de la fe y de la contribución que ésta puede hacer al camino de los hombres es, por tanto, garantía de libertad para todos, no sólo para los cristianos.
b) El ‘bien común’. El poder, como servicio al pueblo, defiende las experiencias en las que el deseo del hombre y su responsabilidad pueden crecer en función del bien común, a través de la construcción de obras sociales y económicas, según el principio de subsidiariedad, sabiendo que ningún programa podrá garantizar la realización del bien común en términos definitivos, debido al límite intrínseco de todo intento humano.
2) Por estos motivos, preferimos a quienes promueven una política y una manera de ver el Estado que favorezca la ‘libertad’ y el ‘bien común’, y que, por ello, puedan sostener la esperanza del futuro, defendiendo la vida, la familia y la libertad de educar y de realizar obras que encarnen el deseo del hombre. Hacemos esto en un momento histórico que exige no desperdiciar el voto, para no confundir aún más al que ya está confuso.
De manera especial, invitamos a mirar a algunos amigos que, partiendo de su adhesión personal a la experiencia cristiana que tenemos en común, ya han demostrado luchar por una política al servicio del bien común, de la subsidiariedad y de la libertas Ecclesiae. Esperamos que ellos puedan seguir testimoniando la novedad que ha entrado en sus vidas y en las nuestras, para que su actuación pueda hacer cada vez más explícito el fruto de la educación que recibimos: una pasión por la libertad y por el bien vivida como caridad.
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